Un nombre que se está consolidando como figura literaria en la más joven generación peruana es el de Santiago Roncagliolo. Abril rojo, publicada en el 2006, ganó el premio Alfaguara de novela de ese mismo año, pero entre sus publicaciones anteriores se encuentran las novelas Príncipe de los caimanes (2002), Pudor (2005) y el libro de cuentos Crecer es un oficio triste (2003). La obra de Roncagliolo se encuadra en la generación que toma el grupo McOndo como punto de referencia. Según Ivonne Cuadra, McOndo 'presenta una sociedad urbana invadida por el impacto de la tecnología, el comercio y el caos de cualquier sociedad post-industrial' (56). Se trata un grupo de escritores que, reunidos en la antología del mismo nombre, quisieron marcar su punto de alejamiento de la tendencia de imitación mágico-realista que surgió tras el realismo mágico. A pesar de la parodia jocosa contra los imitadores, estos escritores, entre los que se encuentran, por ejemplo, Edmundo Paz Soldán, Jorge Franco, o Alberto Fuguet, han sabido respetar los logros literarios de las grandes figuras que les precedieron, y en muchos casos han vuelto a emplazar sus obras en sus países de origen, adoptando temas que pueden traer a colación cuestiones de identidad nacional. Es en este punto en el que la obra de Roncagliolo converge con la de esta generación inmediatamente anterior a él. Si bien es cierto que su novela previa, Pudor, presentaba la alienación y falta de comunicación de una familia limeña contemporánea, acercándose a la narrativa urbana, desencantada y post-industrial, con Abril rojo el autor lleva al lector de la mano a un Perú de provincias, marcado por la violencia y la huella de las acciones del grupo terrorista Sendero Luminoso. No en vano, la acción tiene lugar en Ayacucho, lugar donde se originaron las actividades senderistas. La obra nos muestra la otra cara del país y presenta un tema conflictivo, el de la corrupción política, desde el ámbito de una novela negra. El objetivo de estas páginas es analizar Abril rojo como obra que refuerza el giro en la reciente narrativa latinoamericana hacia el tema político y social, explicando al mismo tiempo cómo el acercamiento a este tema difiere del que llevaron a cabo otros escritores peruanos, como Vargas Llosa. No obstante, veremos también cómo este autor es punto de referencia indiscutible en Abril rojo, como figura literaria y política del Perú contemporáneo.

La novela tiene lugar en la ciudad de Ayacucho en la primavera del año 2000. Como fondo político se encuentran las elecciones a la presidencia, que no constituyen en sí un tema principal de la novela, pero sin cuyo referente no se comprende la trascendencia de los hechos violentos que conforman la trama. Dividida en nueve capítulos, la fragmentación de la obra responde a fechas que comprenden desde el nueve de marzo del 2000, justo un mes antes de la fecha electoral real, hasta el tres de mayo. Las elecciones peruanas de ese año estuvieron marcadas por la polémica y por el fraude por parte del gobierno fujimorista. La segunda vuelta electoral, que la opinión internacional dio como inválida por fraudulenta, tuvo lugar el 28 de mayo sin la candidatura del oponente más fuerte que Fujimori tenía, Alejandro Toledo, quien se retiró poco antes de la fecha electoral. La novela, pues, se enmarca en los últimos días de la campaña y acaba tras la primera vuelta pero antes de la segunda. A pesar de que, como hemos mencionado, el tema electoral no es fundamental en el desarrollo de la trama novelística, supone un contexto social de indudable importancia, porque la corrupción descubierta en el ámbito militar y gubernamental a lo largo de la novela viene a representar la práctica habitual del gobierno de Fujimori, y la crítica implícita de esta corrupción resulta así más efectiva.

Roncagliolo escoge para la narración en este marco histórico-social el género de la novela negra, que viene a resultar muy adecuado para reflejar el cinismo frente a la política pero, al mismo tiempo, sirve para presentar también la violencia que mana de la administración gubernamental. José Latour, al hablar sobre la especificidad de la novela negra latinoamericana, comenta que en la manifestación latinoamericana del género, el peso de los factores social y político es importante porque tiende a presentar las esferas políticas y gubernamentales en tramas de corrupción.[1] Considerando esta idea y la caracterización del género que presenta Raymond Chandler podremos acercarnos a la apropiación que del mismo hace Roncagliolo. Chandler, en su introducción a The Simple Art of Muder, explica que el poder de la novela negra radica no tanto en la violencia, ni en la originalidad del argumento, sino en el olor a miedo que estas historias generan. Y sigue afirmando: 'La historia de misterio se volvió cínica en cuanto al motivo y al personaje, pero no era cínica en lo concerniente a los efectos que trataba de producir ni en la técnica usada para producirlos' (The Midnight Raymond Chandler, 2)[2]. Asimismo, Chandler señala que quien escribe la novela de misterio ideal debe tener el mismo punto de vista que los directores de cine. En Abril rojo Roncagliolo deja como asunto de fondo el tema político para centrarse en la ambientación de la acción novelística, que incluirá una buena dosis de tensión y una significativa influencia cinematográfica. Adoptar pues este género y apropiárselo le permite al autor jugar con el misterio y los efectos cinematográficos, para no alejarse del todo de esa generación urbana y mediatizada, y al mismo tiempo, le permite la inclusión de un tema escabroso y controversial en la historia reciente de su país: la corrupción militar, gubernamental y burocrática.

La novela nos presenta como personaje principal a Félix Chacaltana, un fiscal meticuloso y disciplinado, que ha sido a menudo comparado con el Capitán Pantaleón Pantoja de Vargas Llosa por su supuesta respetabilidad y adhesión ciega al institucionalismo. Chacaltana es un hombre débil y carente de personalidad que ha sido destinado a Ayacucho, su ciudad natal, después de su divorcio. El afán de ascenso profesional le lleva a investigar con ahínco el homicidio que se le encarga, y esta investigación resulta en el descubrimiento de una trama de corrupción y violencia de la que no se verá exento. Siguiendo la pista de lo que parece un rebrote de las acciones de Sendero Luminoso, Chacaltana se adentra en una investigación que la Justicia Militar tratará de entorpecer al máximo, así el capitán Pacheco le increpa: '- No quiero saber qué indicios tiene. No quiero saber nada que tenga que ver con este caso. Tenemos las elecciones a la vuelta de la esquina. Nadie quiere oír hablar de terroristas en Ayacucho' (72) Chacaltana sufre una lucha interna que le debate entre continuar investigando una muerte sospechosa y atender las pautas que le marcan los mandos militares:

'Si el comandante decía que era un lío de faldas, era un lío de faldas. Para eso había luchado tanto el comandante. Lo sabría bien. En opinión del fiscal, algo ahí no terminaba de encajar. Pero Chacaltana era un funcionario serio y honesto. No debía tener opinión.' (49).

 

La tensión se mantiene a lo largo de toda la novela por medio de una complicación argumental, que principalmente sigue la investigación de Chacaltana, y que convierte en víctimas a todos aquellos con los que el fiscal se entrevista. El cadáver carbonizado sin identificar que inicia la obra se trata de un teniente que había sido parte activa de la lucha antiterrorista llevada a cabo en los años ochenta por el gobierno. El desenlace de la obra y las muertes que siguen son un intento por parte del comandante Carrión de mantener el status quo que protegía al poder militar. El asesinado, el teniente Cáceres, activo antisenderista de vuelta a Ayacucho después de varios años, empieza a ser reconocido por los simpatizantes senderistas y el comandante Carrión, en complicidad con el cura Quiroz, deciden quemarlo en el horno parroquial, que había sido usado para incinerar cuerpos en la lucha antiterrorista gubernamental. El saldo de víctimas en el momento del desenlace de la obra representa buena parte de la sociedad ayacuchana: un terrorista, un militar, un campesino, una mujer y un cura, y cobra significación en la apropiación del mito del Inkarrí que lleva a cabo Roncagliolo. Según la leyenda que conforma la utopía andina, el Inkarrí encarna la figura del héroe fundador que vendrá a restablecer el orden que los españoles destruyeron en el siglo XVI, orden que reinaba en el Paititi, que se ve en todos los aspectos como antípoda del Ayacucho de la novela. En el siglo XVIII la rebelión de Tupac Amaru II se vió como manifestación del retorno del Inca, pero éste acabó vencido y su cuerpo fue decapitado, generando la leyenda que asegura que el cuerpo del Inkarrí se está recomponiendo hasta encontrar la cabeza, momento en el cual se dará de nuevo el retorno a la época incaica. Este retorno se ve en la obra reinterpretado mediante la conformación de un cuerpo compuesto a través de la muerte de diferentes miembros de la sociedad ayacuchana: miembros de la oligarquía y del campesinado, ofreciendo la idea de una sociedad contemporánea más plural. Por otra parte, si el mito del Inkarrí da voz a aquellos que fueron víctimas en la conquista, entonces su reinterpretación viene a poner a toda la sociedad de Ayacucho como víctima de una realidad cuyas pautas están marcadas por el gobierno centralista, con lo que la crítica implícita de la novela toma todavía más fuerza. La afirmación que Gustavo Faverón hace del uso de este mito en Abril rojo no observa esta apropiación por parte de Roncagliolo y nos parece, por tanto, infundada:

La aparición del leit motiv del Inkarrí como vínculo entre la cadena de crímenes y el origen mismo de una violencia que pudiera trascender la anécdota privada, no es, en el fondo, más que una impostura, el capricho de un homicida delirante: literalmente, Roncagliolo abandona la posibilidad de reflexión para privilegiar la sorpresa del buen thriller, con lo cual el tema de la guerra interna se transforma en insumo y deja de ser el asunto central.[3]

 

Abril rojo es sobre todo una novela negra y como tal, requiere la primacía de la acción sobre la de la trama novelesca. Con todo y con ello, el autor logra un buen balance entre técnicas cinematográficas y de suspense, lo cual le abre paso a la novela comercialmente, y la crítica social y política, que queda ya explícita para quien sabe de la historia peruana reciente. Con este desdoblamiento el autor rinde cuentas de su bagaje como miembro de la cultura popular y como espectador crítico de la realidad peruana que siente como suya a pesar de su residencia en Barcelona. Las menciones a elementos propios de la cultura peruana y a momentos históricos importantes en la reciente historia del país me parece que atienden a la necesidad de Roncagliolo de presentarse como miembro participante y crítico de esa realidad. Tras un gran triunfo editorial en España con su obra Pudor, este autor lleva a cabo un acto de afiliación nacional emplazando su novela en un lugar y momento de gran trascendencia para la historia reciente de su país.

Esta prueba de participación en la realidad nacional resulta bastante alejada de la que llevaron a cabo generaciones literarias anteriores, más confiadas en la acción política, y que tienen su máximo exponente en Perú en la figura de Vargas Llosa. A su indiscutible papel en las letras se añade la visibilidad intelectual y política que este autor ha tenido en la historia reciente de Perú. Esta incidencia se ha manifestado en su labor periodística y en una participación directa al presentar su candidatura en las elecciones presidenciales de 1990. Por la intensidad de su contribución a la vida cultural e intelectual de Perú, Vargas Llosa es un punto de referencia ineludible para las generaciones peruanas posteriores y Roncagliolo no es una excepción. Pero el acercamiento a la responsabilidad cívica y social del intelectual retorna en las nuevas generaciones con una manifestación muy diferente: la denuncia social no aspira a ser elemento primario que se yergue como base de una propuesta política diferente. La fe en la política en sí se ha perdido en esta generación y la ausencia total de este tema en la obra inicial de los componentes de McOndo da prueba de ello. Ahora bien, incluso en las obras más recientes de estos escritores, Palacio Quemado de Soldán, por ejemplo, Rosario Tijeras de Jorge Franco, o El fin de la locura de Volpi, la crítica político-social se manifiesta de manera notable.

En el caso que nos ocupa, es obvio que Abril rojo se caracteriza principalmente como una novela negra, una que sabe aprovechar al máximo las técnicas cinematográficas para aumentar la tensión. Pero la elección del contexto en el que se desarrolla la acción no es en absoluto gratuita y saca a colación varios temas de profundo interés social y político: la guerra sucia que llevó a cabo el gobierno en su lucha antiterrorista, la toma de poder en ámbitos de justicia civil por parte del ejército, la asociación Iglesia/poder, es decir, Iglesia ejército en este caso, que ha contribuido históricamente a la perpetuidad del status quo en Latinoamérica, y sobre todo, la existencia de funcionarios que, como Chacaltana, viven al servicio ciego del estado sin cuestionarlo. Chacaltana es en sí mismo tema de otro ensayo, con su pasado oscuro de violencia paterna y sus tendencias necrológicas, su fracaso matrimonial y su necesidad de autoconstruirse de nuevo tras causar la muerte accidental de su madre cuando era niño. Este personaje, presentado a modo de bosquejo, sin demasiada profundidad, sirve como ejemplo de los otros personajes de la novela en tanto en cuanto todos ellos son víctimas conscientes del sistema que ellos mismos ayudan a alimentar. El comandante Carrión, atormentado por las muertes a sus espaldas y en un intento de redención, se ve inmerso en un círculo de muertes sin marcha atrás. Estos asesinatos suponen en realidad una rebelión delirante que se manifiesta en la novela en forma de textos proféticos anunciando la conformación de ese nuevo Inkarrí: 'es hora de acerte libre. Es hora de que vueles. Te han tenido demasiado tiempo contando las horas, los días los segundos. As tenido que esperar. Las cosas importantes tienen que esperar. pero tú ya no.' (225). La desatención a la ortografía que presentan estos textos proféticos es una forma más de rebelión contra la lengua de los colonizadores, una manera de subvertir ese orden ortográfico impuesto. Carrión ve a Chacaltana como el último sacrificio necesario para completar el cuerpo del Inkarrí con la cabeza, pero, finalmente es Chacaltana quien acaba matando a Carrión en un acto de defensa. En la apropiación del mito que Roncagliolo lleva a cabo, el Inkarrí que surge es pues mestizo y plural, compuesto de víctimas que representan también el poder. Para reforzar aún más el sincretismo y dejar constancia de que el mito no muere con Carrión, Roncagliolo hace coincidir su muerte con el Domingo de Resurrección y nos presenta a un Chacaltana como chivo expiatorio, en fuga 'en circunstancias en que trataba de organizar «milicias de defensa» con fines poco esclarecidos' (327). Sin embargo, cualquier atisbo de esperanza se apaga con el informe oficial que concluye la obra, en el que se asegura que los hechos no trascenderán a la opinión pública para evitar 'que puedan ser manipulados por elementos inescrupulosos con el fin de dañar la imagen de nuestro país en el exterior o empañar los importantes logros de la lucha contrasubversiva.'(326)

La obra presenta así una conjunción de elementos sociales, históricos y culturales característicos de Perú, que se conjugan para establecer una crítica implícita, pero al mismo tiempo, de innegable trascendencia. La novela, como anunciábamos, concluye antes de la fecha de la segunda vuelta electoral del año 2000. Aunque esta segunda vuelta le dio la victoria a Fujimori, la opinión popular fue muy consciente del fraude electoral y se inició un período tumultuoso que condujo a movilizaciones cívicas. Ante esta situación Fujimori acabó renunciando a la presidencia y el parlamento le destituyó por 'incapacidad moral permanente'. Fujimori huye finalmente de Perú y deja libre la presidencia, pero el tono ambiguo del final de la novela confirma la falta de fe en sistema político alguno: el atisbo de esperanza lo trae el renacimiento de Chacaltana como subversivo, pero también se nos advierte que 'el susodicho fiscal mostraba señales ostensibles de deterioro psicológico y moral' y que aunque conserva el arma homicida, 'carece de la respectiva munición' (327). La posibilidad de lucha para Chacaltana queda de esta manera coartada.

Es innegable que la crítica política viene en la obra de la mano del simbolismo expresado en la apropiación de elementos y mitos peruanos. Esta nueva manifestación de compromiso social que nos llega de la mano de las últimas generaciones requiere de parte de la crítica la consideración de una corriente homogeneizadora cultural que unifica y determina los referentes culturales, pero que de ninguna manera, y como hemos podido comprobar en Abril rojo, aliena al escritor de su realidad nacional.

[1] José Latour 'Literatura negra en América Latina' en http://www.literaturas.com/latour.htm (17 octubre 2006)

[2] La traducción es mía, el original afirma: 'The mystery store grew hard and cynical about motive and character, but it was not cynical about the effects it tried to produce nor about its technique of producing them.' The midnight Raymond Chandler. Boston, Houghton Mifflin Co., 1971.

[3] Gustavo Faverón 'Símbolos vacíos' http://puenteareo1.blogspot.com/2006/06/resea-de-abril-rojo.html (última visita 10/12/06).