Chupo con angustia como un niño Recostados sobre aéreas e inmensas piedras (líneas de un destino unívoco) las secretas costumbres año cero la lluvia escribe AMPARO Europa en el ojo ver también Los Náufragos, antología de poetas de los '90

chupo con angustia como un niño asido a su mamadera yo, a mi paleta de caramelo

casi me ahogo

leyendo estos poemas hasta la fascinación se desvanecen y su dulzor, sólo queda, el dulzor copando mi aliento.

            a Germán Carrasco

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Recostados sobre aéreas e inmensas piedras acariciados por el pelaje que les ha dado el tiempo parecíamos creer que la vida era un sinfín de soleadas tardes en las que contemplar el cielo y sus habitantes. 

entonces, como ahora, la naturaleza se arrodillaba ante los días y resignada al clima de nuestras almas acompañó cada minuto, cada uno de nuestros húmedos besos, cada libro, cada siesta empozada fiel a la adolescente promesa de altas yerbas rozándonos las orejas 

ahora quizás, en estos meses de calma pueda decir: fui feliz

(el follaje se agita sobre mi cabeza el sol brilla y enceguece mi lectura tu sombra prepara el verano y la casa que vienen)

mientras escribo, caen blancos pétalos de guindo sobre mi cuaderno y espero a los girasoles escuchando germinar la maravilla.

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(líneas de un destino unívoco)

dijiste que podría leerte como en un libro. 

los versos de tus manos y tu cuerpo 

emplear métodos adivinatorios para descifrarte y obtener letras o números cazados en el aire 

dibujar un mapa con los trozos que te recorren: 

vellos, arrugas, huesos, cabellos, 

comí de tu carne durante el viaje, atravesé húmedas selvas, planicies amarillas me especialicé en resolver puzzles existenciales reuní datos para darles sentido, 

(como cuando te describo) 

pero la constelación de tu cuerpo esta atravesada por estrellas fugaces líneas de un destino unívoco en el que 

             somos las víctimas de una falsa ciencia             los practicantes de una superstición:             la palabra

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las secretas costumbres 

'estoy convencido de que hay más rutina en las aventuras que en un buen matrimonio'.                   Cesare Pavese 

todas las noches recorre mi espalda escribiendo un poema que habla de nuestra historia: 

el eterno regreso al matrimonio. 

se comen frías lentejas mirándose a los ojos, encaramados uno al otro como arañas a la pared, se interroga, se interpela, se grita mirar el techo en la oscuridad y adivinarse los sueños no estoy seguro de tu amor y otros boleros sisean en el aire

-prende la luz.              -apágala. 

-cuéntame algo. si no conversamos la vida acabará pronto. cuéntame alguna historia, aunque sea la nuestra. la vida está hecha de historias, miles de ellas como telas de araña. téjeme cualquier cosa.

existimos para acompañarnos alimentados de la ilusión -el pan del amor conyugal- de retozar abrazados en el mismo jergón cuando en verdad estamos separados por siglos de biografía, siglos de identidad, siglos de soledad en que cada uno duerme solo en la cuenca de sus ojos, para reunirse en un sueño común -soñado al mismo tiempo- en el que comparten casa, comida y lecho.

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año cero 

destilamos el día entre ramas de mañío, canelo, coigües el siglo que se iba en un hilillo de luz destilamos un acto de alquimia en medio del silencio cavado entre el moribundo calor de la tarde y la construcción del sendero   destilamos la última gota de un año seco que fue a parar a la fogata junto con los desaciertos de la biografía personal 

ascendimos destilando en las camisetas el rencor acumulado vimos caer el último sol en mil años y bajamos con linternas para hallar el destino 

oler el polvo, el suelo, besar sus piedras hurgando, husmeando levantarle el tejido al día recorrer sus cisuras, soplar entre sus rendijas, estarse quietito allí, como dormido, para alzar -de pronto- la vista del libro y asegurarse de que ya no moriremos esa noche 

(conociendo, lamiéndolo todo la existencia un día más, sólo uno) 

atrás la ciudad azul destilaba gota a gota el atardecer que escurría junto al miedo de bajar -más tarde- por el túnel. furtivos saltos, carrera de asesinos perseguidos por linternas y perros 

apurar el relato como el paso para espantar los muertos del siglo que, ahora, agónico, sólo goteaba 

alcanzar el campo que cruzamos imprecisos como a la memoria cuyos senderos escogemos arbitrariamente para alcanzar el campamento -el frenético sonido de la hierba rozándonos las piernas- y, al fin, el nicho perfecto, el nido horizontal donde deslizar el sueño y el amargo champagne copando el aliento la ilusión de despertar en cero, cero y

cero.

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la lluvia escribe un capítulo más de la novela sobre nuestro techo. 

su lápiz rasguña, minuciosamente, -la escritura del zinc-: 

poema que habla de dos amantes, años atrás, refugiados de la lluvia un hotel de inminente desaparición. 

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AMPARO 

            I atado a la umbilical certeza de la gravedad a la que burla flotando, como un  Midas, cuarenta días y cuarenta noches pero en semanas 

esa misma que lo amarra al tiempo como al centro de la tierra obligado a mirarse el ombligo 

detenido, se escarba el cuerpo para encontrar vetas, minerales, 

tesoros

II

así como absorbe el tiempo por una pajita alimenta la memoria de acuosos días, 

reserva ilimitada de mineral con que encenderá la caldera subterránea a donde van a parar los residuos de la propia biografía cabellos, uñas, células, restos para avivar el fuego de la existencia

III

y el día traía agua, lluvia o sudor, agua desde el amanecer tibio entre las piernas hasta casi medianoche; como en el cuento 

goteaba la espera, casi dolor, casi fuerza 

con el más hermoso beso alimento tu labio al besar mi pecho con el beso más buscado dibujas mi cara yo la tuya como los enamorados. 

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Europa en el ojo 

(a propósito de la muerte de Jorge) 

La provincia europea evapora su jornada en gruesos telares de bruma, telón de fondo para la prematura muerte del día. Más allá, la gran ciudad hierve entre copas y animadas charlas de mesón. 

Somos unos viejos campesinos alemanes bajando las persianas al frío y al mundo, que encienden sus lámparas de combustible abrigan sus soledades, los poemas que humean precoces a la noche. 

¿Hacia dónde escapa la tarde de este hemisferio?

 Lejos, al otro lado del mar, manos y pies taladrados puedes contar todos tus huesos, mientras nosotros, nos sorteamos tu túnica. La heredad no es sólo materia, la casa de mi ninez y tus talismanes: a cada uno toca también su porción de dolor, su cuota de odio. 

Me reservo, junto al hermano menor que ya no duerme. el beso de plata que sella tu muerte los dos vástagos de tu maltratado tronco únicos testigos y concelebrantes en esta temprana cena el beso final, el adiós, la imagen religiosa bajo tu pecho soplo los últimos secretos en tu oído hueco, el hijo desenreda la hiedra de tus dedos que se graban en los míos un padrenuestro ahogado, entre hipos, y mis disculpas por no llegar a tiempo. 

¿Hacia dónde escurre la tarde en tu hemisferio?

Los antiguos inmigrantes traían consigo las herramientas para reproducir el pueblo natal. En el viaje inverso me acompañan los elementos del álbum familiar: el equeco de la historia. La boda de los padres cuando caía el verano para así no olvidar el origen; la ciudad azul, magnífica, el día que enterramos el siglo; el nacimiento de nuestra hija; los amigos, las madres, infinitas en su espera, la muerte presentida y tu expirar profundo que me despierta a sobresaltos, a medio camino entre tu cama y un aeropuerto europeo. 

¿Hacia dónde ascienden los sueños del hemisferio? 

La foto reproduce una tarde feliz: el río entre niños y perros. Una pobre orilla de playa a la que nos obligaba el verano en la ciudad y su desierto. La remota ninez se sumerge junto a las oxidadas formas de un Valdivia entrevisto entre pesados fierros y memoria. La inmersión en las aguas de lo antiguo cuando te creía nadador experto de un río oscuro que oculta, aún hoy, el sonido de la muerte. 

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