El discurso de la Modernidad y el reclamo Mapuche

Francisco Herrera J.[1]

INTRODUCCIÓN

El trabajo que continuación presento, se origina en dos momentos de reflexión en torno a lo político; el primero dice relación con el proceso de construcción de un contexto filosófico, como es el gran acontecimiento de la Modernidad el cual es asumido dentro de esta perspectiva como el escenario interpretativo en el cual se desarrolla la reflexión, acción y proyección política de occidente. En ese sentido creemos que gran parte de nuestro devenir político se da dentro de un campo interpretacional construido bajo las coordenadas de la modernidad, ejemplo de ellos son los conceptos de ciudadanía, participación, legitimidad, soberanía popular, etc.,elementos que también encontramos en las definiciones esenciales de los currículos educativos, donde se exponen claramente las metas en clara consonancia con los principios del pensamiento moderno, como la  autonomía, la tolerancia, la participación ciudadana, el diálogo, etc. Ahondaremos en ello más adelante, lo que interesa rescatar en esta primera mirada es que somos parte de un contexto filosófico llamado Modernidad escenario teórico y práctico, en tanto acción orientada, que establece el marco desde el cual construimos y abordamos los fenómenos políticos.

El segundo momento, tiene relación con la emergencia de un conflicto, que si bien es anterior al posicionamiento definitivo de la Modernidad, se nos presenta hoy bajo las categorías políticas de ésta. Los mapuches vuelven a hacer presente, en el  debate político, su exigencia de reconocimiento es decir la necesidad de ser considerados desde su diferencia, como un otro, un distinto legítimo. Desde ese contexto haremos una revisión del proceso de construcción del Estado en Chile, para hacer aparecer desde ahí la problemática que nos convoca como sociedad, como es el tema mapuche. Por un lado, nos interesa destacar de qué manera y bajo que  supuestos el Estado de Chile se ha hecho cargo de esta situación y por otro determinar la validez política de las demandas del pueblo mapuche a partir de las mismas claves del modelo político de la Modernidad. Particularizamos esta lucha a través de los mapuches, porque en ella estamos directamente involucrados y nos permite reflejar un conjunto de problemáticas que se vienen denominando como la de los pueblos originarios. Nos parece aún más relevante porque siendo tan directa la manera en que estamos involucrados, no sólo como individuos que habitamos un mismo territorio, sino como partes de una Universidad comprometida desde su origen con el Estado de Chile, y que, no casualmente desde sus inicios hasta nuestros días ha sido parte activa en el silenciamiento de esta problemática. Hoy que volvemos a escuchar la protesta, hoy que nuevamente somos interpelados, tenemos nuevamente la oportunidad de ser un aporte a la construcción de una salida a este conflicto.

Estamos involucrados en tanto somos capaces de interpretar nuestra actualidad y leer en ellas las tensiones que ameritan un juicio político. Como dice Foucault, resituando el pensamiento de la Ilustración de Kant, “Es probable, que el más certero problema filosófico sea el problema del presente y lo que nosotros somos, en este preciso momento.” [2]

Nuestro objetivo es mostrar la manera en que el sistema filosófico político de la Modernidad reacciona frente a una solicitud de esta naturaleza. En ese sentido entendemos que siendo el problema presentado dentro del marco de la modernidad, las posibilidades de salida están también inscritas en la lógica que subyace a esta matriz filosófica.

Para ello consideramos fundamental avanzar en la investigación de, por un lado, el proceso de posicionamiento de la Modernidad como matriz filosófica de Occidente, que busca poner en juego nuevos sentidos para la acción política, donde ésta no sea meramente el ejercicio de estrategias de dominación sino por el contrario la dinámica de desarrollo de las potencialidades de la humanidad. Sin embargo al hablar de posicionamiento estamos también haciendo alusión al proceso a través del cual este modelo esta matriz filosófica se ha ido plasmando en la historia, se ha ido haciendo carne, y en esa perspectiva nos permite observar el escenario, la geografía, los elementos sobre los cuales y a través de los cuales se realiza este posicionamiento. Las ideas de autonomía y participación son apropiadas en proceso políticos concretos, bajo condiciones culturales determinadas que han modelado la manera de llevarlas a cabo. Una muestra de ello fue la manera en que nuestros procesos de independencia y formación del Estado siendo parte de la gran apuesta de la Modernidad, niegan la legitimidad de un otro a tener igual trato y mucho más hacer lo posible por terminar con esa diferencia.

Hoy día somos sorprendidos por la radicalidad del reclamo mapuche, felizmente para la humanidad no tuvieron éxito los deseos y presagios respecto a los  pueblos originarios (algunos a lo menos siguen habitando esta tierra).

En editorial del Mercurio, del 24 de Mayo de 1859, citada por Foerster, dice “Los hombres no nacieron para vivir inútilmente y como los animales selváticos, sin provecho del género humano; y una asociación de bárbaros como los pampas o como los araucanos, no es más que una horda de fieras, que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en el bien de la civilización”

Hoy el tema está nuevamente en discusión bajo otros parámetros menos siniestros, pero igualmente intensos ¿qué derechos les asisten a los pueblos originarios? 

En el momento que se pone al tapete el tema de la participación, asistimos o somos parte del acontecimiento filosófico de la modernidad; al tematizar sobre la participación aparecen los puntos críticos, las zonas claves que se dan en torno a la línea divisoria, a los criterios de inclusión - exclusión. La pregunta emerge naturalmente ¿qué da derecho a participar?, ¿por qué nosotros no?. Es posible recrear la metáfora territorial cuando se habla de lo político, se le reconoce como un espacio, un campo con deslindes determinados que establecen diferenciación y  a la vez cercan su entrada. Un campo virtual; un espacio diferente  a un territorio, pero con fronteras y deslindes y cercos tan eficaces como los otros.  Al actualizar el tema de la participación se actualiza el tema del poder, lo pone de manifiesto, pone luz  sobre aquel territorio virtual; permite visualizar sus límites, deslindes y cercos. Acreditarse políticamente significa de alguna manera estar en condiciones de  correr, abrir, romper los cercos, recrear nuevamente el espacio público; cuestionar la actualidad del trazado social, redefinir la situación del poder.

En la medida que el tema de la participación adquiere sentido en sectores sociales y personas que lo vuelven a considerar como el elemento fundante de su legitimidad ciudadana es en esa medida que la modernidad reverbera y se posiciona en lo actual. Permite el movimiento; posibilita la disputa que invita, que interpela a  discurrir y discutir sobre lo político, sobre la legitimidad de lo público, sobre el estado actual del poder. Abre la discusión, dirige la mirada a la pregunta por el sentido de lo social, por el sentido del estar juntos ¿hacia dónde vamos? ¿quiénes participan de esta orientación?, ¿quiénes deciden tal orientación? Con ello aparece, como una invitación a ser parte de esta disputa, y con ello participar legítimamente en el espacio público, o mejor dicho construir este espacio público en torno a tales cuestionamientos, que a la vez “me” habilitan como un legítimo participante de este espacio.[3]

I.- Posicionamiento del discurso político Moderno

El posicionamiento de la Razón, como eje de la modernidad

Al hablar de posicionamiento de la Modernidad nos referimos a la emergencia de un modelo político que encuentra en la razón y la libertad sus principios fundamentales. Es una transformación radical pues implica cambiar un modelo de autoridad basado en esquemas religiosos a uno donde será la razón la que debe proveer de los sentidos necesarios para la vida en comunidad. La razón en sus diversas manifestaciones tanto cognoscitivas como morales, va modelando un escenario en el cual empieza a jugar un rol estelar. Hace emerger la posibilidad de que toda sujeto, sea en sí la unidad fundamental de todo proceso humano. No más intermediarios, ni representantes, ni guías absolutos. La razón se transforma en un patrón común que permite la igualación de la especie humana.  Cada uno en tanto sujeto dotado de razón es capaz de actuar conforme a una legalidad universal.

Es así como asistimos con la Modernidad a un proceso democratizador basándose en la presencia de la razón. Este elemento es postulado en gran parte de la literatura filosófica de la época y va consolidando su presencia, legitimándose como medio pertinente y efectivo para la construcción de una comunidad política. Tal afirmación es evidentemente en oposición al modelo eclesial y tiene por pretensión sentar las bases de un nuevo momento cultural.

Al hablar de razón o racionalidad estamos queriendo dar cuenta un sentido amplio y no sólo aquel que la confunde o reduce a su dimensión cognitiva.  La gran transformación que configura el acontecimiento de la Modernidad es la posibilidad de reconocer al ser humano, en tanto ser racional, como sujeto. Como unidad autónoma y en ese sentido capaz de hacerse cargo de su devenir. No obstante esta identidad, ser en verdad un ser autónomo, se da en un proceso, no es algo dado, se trata más bien una meta. Es en ese sentido que determina una dinámica cultural, la que vemos sintetizada en la invitación de la Ilustración formulada por Kant. ¡ ten el valor de servirte de tu propia razón ![4]  

Esta invitación desencadena un proceso permanente de desarrollo de la racionalidad, una dinámica esencialmente emancipadora. La ilustración exige romper con moldes mentales que  mantienen a cada uno atado tanto a las autoridades sociales, como a los propios prejuicios. El ser humano está envuelto en una inercia social que lo predispone a la pasividad, a no reconocerse como protagonista del devenir histórico y en ese plano subordinado a lógicas de poder. Como lo vemos en esta cita;

“La pereza y la cobardía son causa de que una gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los liberó de ajena tutela; también lo son de que se haga tan fácil para otros erigirse en tutores.”[5]

Más adelante señala; “Los tutores, que tan bondadosamente se han arrogado este oficio, cuidan muy bien que la gran mayoría de los hombres (y no digamos que todo el sexo bello) considere el paso de la emancipación, además de muy difícil, en extremo peligroso.”  

Kant se refiere en ella al intento permanente de control mental en que están empeñados quienes detentas cuotas de poder. Es así como además de la pereza, habría un grupo social que obstaculiza intencionadamente la emancipación humana. Tanto el control como la inercia dejan fuera toda posibilidad de desarrollo humano, el sujeto queda sumido en una dinámica absolutamente negadora de sí mismo. No puede actualizar su potencial racional subordinándose al juicio de otro quien decide por él, en  diversos planos de la vida. La Ilustración es, entonces, la invitación a romper esta situación alienada, a constituirse en sujetos sociales.

Para entender aquello volvamos a plantearnos desde el concepto de ciudadanía. Desde la matriz cultural, filosófica, el individuo está en un proceso de constitución directamente relacionado con el desarrollo y posicionamiento de su racionalidad, por lo cual aquello que lo cualifica y define no es nada más que su sí mismo.

De esta manera, esta consigna pasa a ser un imperativo de carácter Moral. Ciudadanía es la manifestación política del sujeto que se posiciona a sí mismo dentro de la escena política, que puede y debe dar cuanta de los dispositivos ideológicos montados en el circuito político con fines de mantener el control, de perpetuar el carácter dominante y excluyente del modelo.  Es romper la pereza y develar el espejismo de la dominación, por tanto un imperativo vital de la humanidad. 

Es el concepto de Ilustración el que indica la emergencia de un acontecimiento filosófico que hace referencia a la posibilidad de constituirse en seres humanos. La Ilustración en tanto llamado a hacer uso de la razón, promueve la autonomía del sujeto. Y en ese sentido, es una interpelación subversora  del orden establecido, pues desafía al individuo a ejercer su libertad, a ser capaz de tomar decisiones por sí mismo.

En esta lectura lo que se pone en movimiento es un desarrollo humano que se moviliza en torno a la realización moral. Esta dinámica es posible en tanto seres racionales; siendo esta cualidad la que nos define efectivamente como seres humanos, todos, en tanto sujetos racionales capaces de un actuar moral y en tanto tales de un actuar autónomo, somos los legítimos actores de cualquier proceso que nos afecte. 

Lo moral alcanza en esta propuesta un nivel de preminencia respecto a los demás planos de la racionalidad humana, siendo esta instancia la que posibilita la realización de la humanidad. El individuo humano se constituye en tanto actualiza su potencialidad moral. La especie humana sólo puede crecer, en su humanidad en tanto los sujetos que la componen alcanzan mayores grados de moralidad. Esto sugiere que los distintos ámbitos de la acción humana se alinien con esta dimensión primordial.

II.- En la Europa de los siglos XVII; XVIII y XIX, se desarrollan una serie de interpretaciones, discursos de distinta índole orientados a dar una explicación, legitimar, defender, fortalecer etc. alguna posición respecto al gran tema político del momento: ¿Qué se entiende por Estado? , ¿cómo se legitima la comunidad política? Encontrados en un dilema histórico de orden mayor, se realizan esfuerzos intelectuales, que en este caso, son al mismo tiempo políticos para establecer marcos interpretativos que den cuenta de las transformaciones sociopolíticas que se suceden en Europa.

El Estado se constituye en su versión filosófica como la construcción de un nuevo escenario social, que permite el salto de una situación humana marcada por la precariedad a una situación donde se protegen aspectos fundamentales de sus miembros. Aún cuando no se haya dado históricamente un contrato como el propuesto por contractualistas como Hobbes, Locke, Rousseau y el mismo Kant, la idea de un Contrato Social aparece como la metáfora fundante de la matriz política Moderna.  Es una idea donde predomina un mecanismo jurídico, que vincula a todos los miembros de la comunidad en un mismo escenario político. Lo cierto es que este momento movimiento siendo de carácter fundacional, se desarrolla en un momento histórico donde lo que efectivamente se está dando como conflicto político, es el traspaso del poder social de manos de la iglesia a la burguesia emergente. Ya se está en una situación social determinada, con un reticulado de poder, con sistemas de administración, etc., el cambio se plasma sobre un territorio ya inventado. En ese sentido, no se inventa lo político, ni su institucionalidad sino que cambian los actores, libretos, escenografía, de un territorio de poder preexistente.

América por su parte se encuentra en un proceso de constitución, de emergencia de sus formas políticas autónomas. En América se da de manera distinta, pero en una misma  sintonía, la discusión sobre las formas de poder centralizado que deben ser articulados en cada nación emergente. Así lo indica Bolivar en su Carta a Jamaica:

Todos los nuevos gobiernos marcaron sus primeros pasos con el establecimiento de juntas populares. Estas formaron en seguidas reglamentos para la convocación de congresos que produjeron alteraciones importantes. Venezuela erigió un gobierno democrático federal, declarando previamente los derechos del hombre, manteniendo el equilibrio de los poderes y estatuyendo leyes generales en favor de la libertad civil, de imprenta y otras; finalmente, se constituyó un gobierno independiente. [6]

América desarrolla una discusión que hace eco de las voces, y énfasis presentes en su contraparte europea, con la salvedad que acá se está dando en un escenario social radicalmente diferente. En Europa estas ideas son producto de un largo proceso de construcción, donde incluso sus propulsores son grupos políticos revolucionarios o reformistas. En América las ideas libertarias, la lucha contra las formas monárquicas, y la consiguiente exaltación de la soberanía popular, son elementos articulantes de una postura independentista. Nuestras clases dirigentes empapadas de los ideales ilustrados recogidos y apropiados en los salones y academias parisinas, contextualizan  los principios de la Ilustración al interés político de las naciones americanas emergentes.

Por un lado podemos destacar el hecho de que gracias a ser partes de un proceso que posicionó el discurso Político Moderno, fue posible traer a nuestra incipiente institucionalidad y cultura un modelo sociopolítico de última generación sin pasar por el desgastante proceso de construirlo. Por otro lado, cabe destacar que dicha importación al igual que muchas otras, al no tener un correlato contextual que le diera sustento aparece como una excentricidad que con el tiempo tendríamos que ser capaces efectivamente de apropiarnos, el mismo Bolivar lo destaca

Los americanos han subido de repente y sin los conocimientos previos, y, lo que es más sencible, sin la práctica de los negocios públicos, a representar en la escena del mundo las eminentes dignidades de legisladores, magistrados, administradores del erario, diplomáticos, generales, y cuantas autoridades supremas y subalternas forman la jerarquía de un Estado organizado con regularidad.[7]

 Nuestras formas políticas, nuestra cultura organizacional hasta ese momento, no estaban necesariamente en sintonía con los supuestos y creencias que daban sustento y sentido a una formación política de esa naturaleza.

...mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que por otra parte, no somos indios, ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país, y los usurpadores españoles; en suma, siendo nosotros americanos por nacimientos, y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a los del país, y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado.[8]

En primer lugar, la disputa política en Europa apunta a la emergencia de una nueva clase social que pugna por establecer una dinámica social acorde al poder y presencia que ha construido. Se trata de un reordenamiento institucional interno, para el cual es necesario redefinir el marco creditivo general respecto a la legitimidad el poder y la forma de éste.

En América se utilizan dicho modelo para dar nacimiento a algo nuevo, se trata efectivamente de una fundación. Los estados americanos independientes se transforman en un laboratorio político de las teorías estatales provenientes de Europa. Sin embargo, su aplicación, las más de las veces no da cuenta de la especificidad del contexto americano, que dada su población y cultura y desarrollo económico, al parecer no satisfacen las condiciones para llevar adelante un proceso como el propuesto desde la teoría.

Hay una historia tras los desarrollos teóricos políticos europeos que sustenta en parte una concepción política que propone el Estado, como culminación del proceso histórico y por sobre todo, como el resultado de la racionalidad del proceso. Una serie de supuestos, de creencias que dan cuenta de un horizonte de vida distinto, donde lo racional ha ganado su espacio, la libertad, la participación, el individuo, etc.[9]Sustrato cultural que a lo menos empapa a gran parte de sus clases dirigentes e intelectuales.

Lo que se ve en América es un proceso mucho más corto, somos una reverberación de los proyectos políticos europeos. América se transforma en el lugar donde llevar a cabo experimentos sociales y políticos, por su reciente formación, por su necesidad de fundarse y de integrarse a un sistema u orden mundial más universal. Única vía para su desarrollo y plenitud económica política.

     'La América está llamada (si los que la gobiernan lo entienden) a ser el modelo de la buena sociedad, sin más trabajo- que adaptar. Todo está hecho (en Europa especialmente). Tomen lo bueno—dejen lo malo — imiten con juicio — y por lo que les falte inventen''.[10]

Fundar, dar inicio a una nueva historia, desde la adaptación de un modelo político como el Moderno, ha generado una serie de situaciones que nos ponen delante de la pregunta por el sentido y la orientación política: ¿hacia dónde vamos? ¿Qué sociedad estamos construyendo? En una dimensión práctica, instrumental, la opción de adoptar la institucionalidad e itinerario político europea, trae consigo una ventaja importante, Europa aparece como un referente a imitar y una comunidad a integrarse y la mejor forma es optar por un marco político legitimado en ese continente, un piso común que nos iguale. Esto permite, por un lado aplicar una estrategia para el desarrollo de un Estado autónomo, que cuenta con suficiente teoría y defensores en el viejo mundo para ser reconocidos y legitimados mundialmente. Pero, por otro lado, debemos entender que dicha opción obedece también al reconocimiento y participación de la clase dirigente americana de las ideas ilustradas. No es sólo una visión estratégica, sino también una opción vital por un modelo político emancipador que conjuga principios básicos como libertad e igualdad. En este plano, nos hacemos parte desde nuestro origen del acontecimiento de la Modernidad; la historia de la racionalidad decurso mostrado por la Filosofía Idealista Alemana, y hecha ideario emancipatorio por los franceses, se hace carne también en el Nuevo Mundo.

Si bien es cierto, que hubo un caos insoslayable en las primeras décadas de la Independencia, no es menos cierto que varios pensadores y estadistas durante ese período lograron una comprensión bastante sofisticada de las opciones y modelos políticos disponibles. Sería la monarquía tradicional, la monarquía constitucional, o el republicanismo el modelo político dominante?. Y si los nuevos estados elegían la república ¿sería esta centralizada o federal?  ¿Qué se entendía por ciudadanía y representación? ¿Qué era y quiénes constituían la nación?[11]

América desde su acta de nacimiento como naciones independientes, va articulando y posicionado el discurso político de la Modernidad. Se observa en la su institucionalidad, en el ideal ilustrado que orienta sus propuestas educacionales, en el reconocimiento del individuo y su libertad, etc., el compromiso jurídico y político de llevar adelante un proceso de constitución de una sociedad acorde a las necesidades y predicamentos de la Historia política europea.

Sin embargo, dicha opción también trae consigo serias dificultades. Una de ellas dice relación con el contexto social en el cual se debe adaptar este modelo institucional. La tradición cultural, horizonte de vida de los habitantes de América al momento de la independencia estaba marcado por la precariedad generalizada que se da nivel de acción, educación, y goce económico, 

Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes; tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad; las trabas entre provincias y provincias americanas para que no se traten, entiendan, ni negocien;[12]...

A este contexto se suma la presencia de múltiples pueblos originarios, que desde el Rio Grande a Magallanes, poblaban el Nuevo Mundo antes de la llegada de los colonizadores. Culturas que poco o nada se dejan interpelar por el discurso de los conquistadores, situación que se traslada y se mantiene en la relación con los Estados Nacionales.

Se calcula que en el momento de los primeros contactos con los europeos el continente americano estaba habitado por más de 90 millones de personas: unos 10 millones en el actual territorio de Estados Unidos y Canadá, 30 millones en México, 11 millones en Centroamérica, 445.000 en las islas del Caribe, 30 millones en la región de la cordillera de los Andes y 9 millones en el resto de Sudamérica. Estas cifras de población corresponden a estimaciones muy relativas (algunas fuentes citan magnitudes mucho menores), ya que resulta imposible dar cifras exactas. Cuando los europeos empezaron a realizar los primeros registros, la población indígena ya se había visto diezmada por las guerras, el hambre, los trabajos forzosos y las epidemias de enfermedades introducidas por los europeos.[13]

La visión europea respecto a colectivos humanos distintos, desconocidos para ellos, es de pueblos salvajes, incivilizados, bárbaros que en tanto tal, deben ser guiados, vigilados, educados, evangelizados, civilizados. En ese sentido, y en contraposición a sistema de esclavitud que se imponía a los africanos, se diseño un sistema especial en relación con la población aborigen que no permitía su esclavización y sí su adoctrinamiento en la fe católica.[14]

El establecimiento legal de las encomiendas o de los repartimientos de indios surgió de una Real Provisión de 20 de diciembre de 1503, en la que se establecía la libertad de los indios, su obligación de convivir con los españoles y la de trabajar para ellos a cambio de salario y manutención, junto con la obligación de los encomenderos de educar a los naturales en la fe cristiana. Este documento, elaborado con el consejo de expertos letrados, juristas y teólogos, pretendía garantizar la mano de obra necesaria para explotar las minas y asegurar el asiento de una población castellana que afianzara la colonia recién descubierta. Mostraba, asimismo, la intención monárquica de legitimar sus decisiones y de que sus actuaciones fueran “conformes a derecho humano y divino”.[15]

Esto tras una larga disputa de tipo religioso científico, que cuestiona la condición de seres humanos de las poblaciones originarias del Nuevo Mundo. Siendo seres humanos son considerados dentro de un segmento de minoría de edad, por lo mismo no habilitados como ciudadanos con derechos y deberes políticos y resignados a estar bajo tutela.

La adopción-adaptación de  modelos políticos liberales en la construcción de los nuevos Estados americanos, si bien permite afianzar lazos políticos y económicos con el viejo mundo, también nos hace parte de una historia, de un desarrollo cultural y por lo tanto también político, que no encuentra en este nuevo mundo un contexto social acorde a las cualidades que hicieron posible la emergencia de un modelo como el antes señalado.  Simón Bolívar ya daba cuenta de esta situación, en su Carta de Jamaica, donde expresa con angustia la incapacidad política de los dirigentes y habitantes en relación con la eficiencia con que los Estados Unidos han desarrollado su modelo político.

En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas enteramente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina.

Pero, también señalando un elemento cultural que no ha permitido lograr esta eficiencia. Bolívar señala un sustrato cultural español como origen de nuestra incapacidad política.

Desgraciadamente, estas cualidades parecen estar muy distantes de nosotros en el grado que se requiere; y por el contrario, estamos dominados de los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española, que sólo ha sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia.

Sin embargo, esta misma situación de habernos hecho partícipes de un decurso político determinado por la racionalidad moderna, nos ha forzado a hacernos cargo de dicho modelo de manera más auténtica. Aparece como tarea indiscutible posibilitar un proceso de apropiación legítima de las ideas, supuestos, sentido y valor de este modelo. Para ello, que mejor que recoger un fragmento de Nuestra América de José Martí, que reconociendo, pasados ya 60 y más años de la independencia, los tropiezos de estas jóvenes repúblicas asume en toda su esencia los principios de la modernidad política.

En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las necesidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.

Nacimiento del Estado en Chile y la relación con el pueblo Mapuche 

Desde la Independencia de Chile, que para todos, a pesar del contexto en que se da la primera junta, situamos en 1810, se comienzan a validar mecanismos de participación social, de soberanía popular que van posicionando un modelo de hacer política acorde a estos tiempos modernos. Los cabildos, instancia estatuida por la colonia española, son escenario de las principales disputas y decisiones respecto a los procesos de autonomía de las nuevas naciones. Son estas las que nombran las primeras juntas de carácter popular en tanto responden a  la soberanía del pueblo. De esta manera se comienza a dar forma política e institucional a estas nuevas naciones. Proceso de larga duración que se ve reflejado en la construcción de un Estado nacional, de acuerdo a los parámetros emergentes de la política europea.

Si bien este proceso puede ser visto desde una perspectiva estratégica y en ese mismo plano asumir una concepción de la política como estrategia de dominación, donde las élites económicas y políticas apuestan a la formación de un Estado independiente para proyectar y fortalecer su liderazgo.

Se podría hablar de un acuerdo cupular de hacendados, empresarios mineros y comerciantes, que estableció con bastante solidez las tres patas de la mesa que sostendría a Chile y que evitó la existencia de conflictos políticos entre quienes podían disputarse el poder.[16]

También es posible reconocer que se dan ciertos elementos culturales en un sector de la población que se reconoce como distinta, que se identifica consigo misma y se diferencia de los otros. Este sentido colectivo que para este caso, consolida un sentimiento nacional está también tras la constitución de este Estado naciente.  En esto la guerra de la independencia tiene mucho que ver. Al parecer no hubo mayores sobresaltos en la tarea de procurar una identificación de los habitantes de este territorio con un sentimiento nacional fuerte, -a pesar de señalarse la ausencia de un espíritu colectivo, de una identificación con un ser chileno por parte de OHiggins y otros en los inicios de la independencia[17]- elemento que en el caso de otras naciones americanas estuvo fuertemente tensionada por problemas interculturales y de caudillismo desde sus inicios. Los territorios que componían Chile durante la colonia son los mismos que serán reconocidos por la nueva institucionalidad del Estado chileno, en tanto jurisdicciones siguen la lógica determinada por leyes españolas, y son la base de este proceso de construcción de identidad nacional.

Con el paso del tiempo y en la medida que se iba consolidando el Estado nacional, se hizo cada vez más presente la necesidad de hacerse cargo del tema Mapuche. Estos seguían manteniendo bien adentrados a la segunda mitad del siglo XIX un territorio importante  desde el río Bío Bío al sur. Y si bien habían alcanzado un grado importante de autonomía, tras una radical defensa de sus territorios frente a la corona española, aparecían a la hora de la definición territorial y poblacional del recientemente creado Estado chileno como un punto en disputa. ¿Cuál es el estatuto político del pueblo mapuche?

Desde los inicios de la conquista española, lo mapuches fueron considerados y reconocidos por su valentía, su capacidad guerrera y por sobre todo por no haber aceptado el dominio español y haberse mantenido cultural y políticamente unidos durante los tres siglos de conquista. Hecho que se confirma por los parlamentos indígenas, donde se firman tratados de paz y de reconocimiento de límites territoriales entre la Corona española y la nación Mapuche. Estos elementos configuraron una amplia admiración, tanto por los criollos que veían como un ejemplo a seguir el espíritu libertario de esta raza, como por los propios españoles que dan cuenta de sus hazañas militares. El mismo Bolívar va decir en su Carta de Jamaica:

El reino de Chile está llamado por la naturaleza de su situación, por las costumbres inocentes y virtuosas de sus moradores, por el ejemplo de sus vecinos, los fieros republicanos del Arauco, a gozar de las bendiciones que derraman las justas y dulces leyes de una república.

Existe en los fundadores del Estado de Chile una situación paradojal, por un lado se ha legitimado la lucha por la libertad usando como ejemplo el pueblo mapuche y al mismo tiempo se está buscando una fórmula para integrar sus territorios y población al proyecto  de país que se quiere construir. Por todos es conocido, así lo refleja la cita de Bolívar, que se trata de un pueblo vecino, de un otro, pero a la vez está el ejemplo de las naciones emergentes y de la historia universal que incita a la integración territorial.    

Según las investigaciones de Jorge Pinto, este debate respecto a la pertenencia o no de los mapuches a la nación chilena formó parte de las discusiones del Congreso durante muchos años, en los cuales se hacía presente la paradoja antes mencionada. El hecho de que geográficamente el territorio mapuche dividiera el proyectado territorio de Chile fue haciendo cada vez más peso a favor de su incorporación definitiva. Es así como se llega a plantear que territorialmente la Araucanía era chilena pero los araucanos miembros de otra nación. En una discusión en el Congreso el diputado por Illapel José Gaspar Marín hace la siguiente alocución que es citada por Pinto en el texto antes señalado, que ilustra de mejor forma el contexto del tema:

“Los araucanos i demás indígenas se han reputado como naciones extranjeras: con ellos se han celebrado tratados de paz i otras estipulaciones y lo que es más, en los paralamentos se han fijado los límites de cada territorio, cosas que no se practican sino entre naciones distintas i reconocidas i no puedo comprender que al presente el Congreso se proponga darles leyes, no como a nación i si como a hombres reunidos, sin explorar su voluntad, sin preceder una convención i sin ser representados en la legislatura”

El desarrollo de este debate en el tiempo, fue inclinando la balanza hacia la incorporación-exclusión definitiva. En la medida que aumentó el conocimiento de la zona a través de investigaciones financiadas por el Estado chileno, también se fueron acrecentando los intereses por los recursos económicos de este territorio hasta ese momento desconocido. Por otro lado, la admiración por lo europeo fue calando profundo en nuestra cultura, tal que se comienza a importar estilos y modos de vida, así como a ofrecer territorios para migraciones europeas, en detrimento de las poblaciones originarias que poco a poco van perdiendo terreno en el imaginario colectivo hasta ser consideradas como verdaderos obstáculos para el proceso civilizatorio puesto en marcha por el Estado.

En menos de un siglo asistimos al auge y caída de la imagen del pueblo Mapuche en la conciencia colectiva de los chilenos. Proceso que no es solamente al nivel de imagen y que encuentra su correlato en el ámbito social en una seguidilla de acontecimientos que culminaron en  la mal llamada Pacificación de la Araucanía. Este hecho marca un hito trascendental en la relación del Estado chileno con los Mapuches. Para los Mapuches es el fin de la autonomía y el comienzo de su proceso de pauperización y aculturación. Para el Estado de Chile un punto final a la cuestión territorial de la Araucanía.

La conquista de la Araucanía, entre 1862 y 1883, significó la incorporación política de la población Mapuche al estado chileno. Esta incorporación tuvo, como primer efecto, el de transformar a los Mapuche en una minoría étnica al interior de la formación social chilena. Incorporación política compulsiva, ya que se realiza a través del sometimiento militar, ella implicó, al perder el pueblo Mapuche toda autonomía y al no serle reconocido ningún derecho político -ni cultural- específico en tanto que grupo étnico diferenciado del resto de la población nacional, la transformación de los Mapuche en minoría nacional oprimida en el seno del Estado nación chileno.[18]

Desde la mitad del S XIX se desarrolla un proceso de instalación del Estado en esas tierras, formando la provincia de Arauco. Unidad político administrativa que anexa definitivamente esta región al Estado de Chile. Para ello se van reglamentando la propiedad de las tierras,  las formas de establecer contratos con indígenas, la instauración de autoridades e instituciones, que en poco o nada tenían relación con la cultura mapuche.

El Estado aprovechó una situación especialmente propicia para imponer por la fuerza su soberanía en los territorios de Arauco, con un ejército que venía con una experiencia de triunfo como la Guerra del Pacífico y un estado de ánimo triunfalista de la opinión pública.  Después del año 1883[19], que marca la derrota final, y la pérdida de la independencia política y  territorial mapuche, se consolida la presencia del Estado en la Araucanía y ya no hay impedimentos para la apropiación fiscal y privada de las tierras antes defendidas por este pueblo.

El territorio será expropiado, amparándose en legislaciones que declaraban la propiedad fiscal de todas las tierras no ocupadas por mapuche. Consecuente con esto se aplicará hasta 1929 una política de acorralamiento espacial mediante la creación de reducciones que no contaban en promedio con más de 5 hectáreas por persona.[20]

La construcción del Estado de Chile y su opción modernista encuentra en esta historia oculta y negada un factum, una evidencia irrefutable de su impostura política. Lo particular de la postura de la Modernidad es que hace de la Política una dimensión de lo social que busca la realización de una comunidad de seres humanos libres. El tema de lo político no es la dominación, sino más bien la convivencia humana. En ese aspecto el Estado de Chile, su elite empresarial, política y educacional privilegió la búsqueda de réditos económicos por sobre el reconocimiento del otro como legítimo habitante de esta tierra.

Es una tarea política poner luz sobre esta situación, es una tarea pendiente del Estado encontrar formas de reparar el daño producido. Cuando hablamos de participación, de democracia, de autonomía, de individuos, de diversidad, de derechos humanos, etc. estamos hablando de principios que reconocemos como nuestros y que por tanto determinan mi interacción con el otro. Podemos exigir y exigirnos construir políticamente sobre esas bases la comunidad de seres humanos que queremos.

No podemos asumir la responsabilidad de las decisiones políticas que tomaron las generaciones que nos antecedieron, como la de Andrés Bello de no haber propiciado una educación bilingüe o un acercamiento a la lengua de los pueblos originarios y haberlos condenado con ello a una discriminación radical. Quizás como individuos no, pero en tanto instituciones la responsabilidad es ineludible.

Los pueblos originarios no fueron del todo exterminados, ni totalmente asimilados por la cultura dominante. Hoy están presentes y hacen oir su voz. No es suficiente por tanto hacer un mea culpa y promover a los vencidos a lugares destacados.

Es necesario hacer  lo que cabe hacer en la búsqueda de una convivencia de seres humanos en libertad. No se puede mantener sojuzgado a nadie y menos cuando el otro no lo desea. Hemos estado viviendo y contándonos una historia irreal, lo cierto es que el pueblo mapuche no quería ser parte del Estado chileno y aún en muchos casos no lo quiere, fueron  y están obligados a serlo. Fueron privados de su libertad como pueblo, como cultura, como individuos. 

Un ex diputado Mapuche Francisco Huenchumilla Jaramillo, expresa una visión respecto al tema que pone el acento en la construcción de un nuevo consenso social:

Se hace necesario un NUEVO TRATO que reconozca que el pueblo mapuche es anterior al Estado, que tiene personalidad propia que se expresa en su historia, en su lengua, tradiciones, religión, etc., y que, por lo tanto, la sociedad chilena es multicultural, y que dicha diversidad debe ser reconocida en el pacto político que es la Carta Fundamental, que fija las reglas del juego de su funcionamiento. En ese instante, el pueblo mapuche se constituirá en un actor válido que será dignificado debidamente por los atropellos sufridos, lo que comprenderá reparaciones económicas de verdad, autonomía y respeto para vivir su propia identidad; participación política y desarrollo en el mundo actual, desde su propia cosmovisión. 

En esta demanda aparece la necesidad de un Nuevo Trato.  Como figura política responde a la necesidad de construir un nuevo consenso social que repare y reconstituya una relación con el pueblo Mapuche. Un pacto donde las partes negocian y suscriben un acuerdo que marca una nueva etapa político y social. En ese sentido plantear un nuevo trato requiere que los contratantes estén efectivamente dispuestos y en condiciones de realizar un diálogo en un contexto de transparencia e igualdad. Condición para ello es el reconocimiento del otro como legítimo y en ese aspecto están las discrepancias. ¿Qué estatuto le damos al otro? ¿Qué grado de humanidad?. La tradición en la cual nos hemos constituido ha desarrollado conceptos sociales para dar cuenta de la relación con lo otros, se habla de pueblo, de nación, de estado, etc. En ese plano ¿qué estatuto tienen los Mapuches? ¿qué sucede cuando no coinciden las formas de reconocerse? ¿Qué sucede si uno se reconoce como tal y reconoce al otro desde una perspectiva que al otro no lo identifica y que incluso, en este caso particular, lo desmerece?.

Para construir un contexto que posibilite un nuevo trato deben ser  satisfechas varias condiciones, que dicen relación con elementos articuladores de la cultura y de la política del Estado de Chile que durante estos casi dos siglos han negado la identidad y posibilidad de ser de los pueblos originarios.  El debate producido en los primeros años del Estado chileno, es particularmente ilustrativo, se plantea en la instancia política decisoria como el Congreso Nacional el problema de quiénes forman la nación, qué territorios comprende la nación, y si los mapuches con sus territorios son parte o no de esta nación.  En perspectiva parece interesante y da luces sobre la actualidad, mostrando las voces y posiciones que al respecto han identificado a la cultura dominante de este país. Desde otra perspectiva, este debate en ausencia de los implicados sólo muestra el etnocentrismo dominante.[21]Por lo tanto también lo sería en la actualidad si pretendemos resolver desde uno de los polos, el de la dominación, que ahora con nuevos acuerdos y consensos culturales se plantea nuevamente el tema y pretende solucionar o pagar su deuda histórica con la misma soberbia de entonces, sin considerar legítima la aspiración del otro.

Antecedentes para la discusión actual

La ley nº 19.253 promulgada en 1993, procuró recomponer las relaciones del Estado con los Indígenas.  A través de esta ley se reconoce el carácter pluriétnico de la nación chilena buscando fortalecer y resguardar el desarrollo indígena en tanto identidad, esto es reconociendo su cultura.  Con esto se da un paso importante en la construcción de una normativa que reconoce la identidad y legitimidad de las culturas indígenas. Se pasa de una ausencia de reconocimiento a una validación del otro como distinto. Eslabón fundamental para cualquier posibilidad de establecer un diálogo, una negociación efectiva. Siendo un paso importante esta ley muestra el nivel de exclusión y negación a la que estaban sometidos jurídicamente las etnias indígenas, es recién el tránsito de un Estado asimilacionista, en tanto intento deliberado de incorporar a un otro a la cultura dominante, a un Estado que reconoce la pluralidad, que da cuenta de un otro distinto como legítimo.

Sin embargo, es importante destacar que en un escenario cada vez más globalizado, la ley nº 19.253 es eminentemente conservadora. Como lo plantea Foerster, desde los años ochenta  el movimiento mapuche “levantó una demanda por una forma de reconocimiento que antes no estaba  presente: exigen, que tanto el Estado de Chile como los organismos internacionales los reconozcan como pueblo diferente al chileno. De ahí su rechazo a la ley indígena del año 1993 considerando que esta se limita exclusivamente al reconocimiento étnico.”

Un dato relevante en este aspecto es la suscripción de un acuerdo sobre Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales OIT 1989, suscrito por catorce países, diez de ellos americanos que establecen, entre otras cosas el reconocimiento de derechos sobre la tierra y el territorio, la participación y la autonomía. No se trata de independencia, pero sí de un proceso que apunta a grados crecientes de Autonomía dentro de los mismos Estados.

Los derechos de los indígenas a las tierras y al territorio y a los recursos naturales han sido reconocidos en las constituciones de Brasil (1988), Colombia (1991) y Bolivia (1994), desarrollándose procesos que han permitido la protección de espacios físicos fundamentales para su desarrollo material y cultural como pueblos. Los derechos políticos de los indígenas, incluyendo la participación, la autonomía, los sistemas normativos y la jurisdicción de las autoridades indígenas han sido recogidos por las cartas fundamentales de Nicaragua (1986), Colombia (1991) y más recientemente México (2001).[22]

Antecedentes Filosófico Políticos para la generación

de un propuesta Multicultural

La modernidad como discurso filosófico político que se viene desarrollando en el contexto europeo, durante los siglos XVIII y XIX, se constituye sobre un tramado cultural anterior, esto significa que las ideas y propuestas emancipatorias que están a la base de esta formación cultural naciente se van desarrollando sobre un campo simbólico establecido. Las ideas modernistas que pregonan la ilustración, la igualdad, la participación, la soberanía del pueblo, etc. son asumidas posterior a la revolución francesa como el paradigma político de occidente al cual más tarde o temprano se asume como modelo político oficial. (algo así como el momento en que el cristianismo se convirtió en religión del imperio en el s. V). Los modelos o sistemas de creencias como bien puede ser considerado este paradigma racionalista aplicado a la política, se constituye en un campo ya constituido con formas y creencias preexistentes que luchan también por mantener su vigencia, o más bien ciertos grupos que hacen de estas ideas sus sentidos de pertenencia y proyección intentan mantenerlas de distintas maneras. Son ideas que representan también en el ámbito concreto cierto grado de realidad al legitimar formas materiales de producción de bienes y las concesiones de privilegios sociales y económicos. Son las piedras de tope, el escenario que se resiste a trasvestirse con un nuevo paradigma de poder e institucionalidad.   

Hay múltiples procesos paralelos en occidente mediante los que el paradigma racionalista va cobrando fuerza y logra articular una propuesta de orden político que viene a poner fin a una formación cultural preferentemente centrada en una visión religiosa de la cultura. Diversas líneas de desarrollo de la racionalidad, desde el conocimiento, lo moral, a lo político, revindican a partir de la capacidad racional humana la posibilidad de sustentar un proyecto social multidimensional que tensiona estructuralmente el modelo vigente. Son siglos de articulación de un pensamiento racionalista que busca nuevas rutas de acceso al conocimiento del quehacer humano. Una serie de hitos en distintos campos del conocimiento van constituyendo un escenario particularmente propicio para la emergencia de proyectos más homogéneos y universalistas respecto al lugar preponderante que va a ocupar la razón en el transcurso posterior de occidente. Proyectos filosóficos que pasan de la articulación de pequeños espacios de pensamiento o campos de saber a una cosmovisión generalizante donde la razón ocupa un lugar central, ya no sólo como facultad que permite un acceso privilegiado al conocimiento, sino como entidad reguladora del contexto humano en general. Se trata del paso de una capacidad humana  a una realidad sustancial que posibilita la reconstrucción de todo el quehacer humano.   

La filosofía en este plano se convierte en el modelo o camino propio que tiene la razón de hacerse manifiesta y mostrar el sentido y particularidad de su articulación. Así también los filósofos serán los encargados naturales de hacer visibles estas particularidades, por su acceso privilegiado a un tipo de reflexión y construcción racional. La razón se manifiesta a través de ellos como sus profetas.

Es notorio el cambio en la forma de desarrollar la práctica intelectual y en la forma de expresarla también, del uso de métodos novedosos de investigación que revelan nuevas formas de entender y considerar distintos campos de conocimiento se transita hacia a una estilo más personal donde la razón parece manifestarse a sí misma. Donde la lógica interna de la razón se devela y permite releer la realidad desde los caminos posibilitados por la lógica interna de la razón. De metodologías racionales, al descubrimiento de la lógica interna de la razón que constituye las propiedades del escenario humano en general. Es el momento de Descartes, pero de manera más radical de Kant y Hegel.

Las transformaciones en el ámbito práctico que estas construcciones filosóficas podrían propiciar no son realizadas de manera directa, la relación entre el mundo del pensamiento y la praxis no es una relación del todo fluida, principalmente porque la praxis no está directamente determinada por el pensamiento y en este caso por la racionalidad. En ciertos casos se ve más bien una utilización utilitaria de los sistemas filosóficos para legitimar situaciones de orden material y de poder. Su apropiación responde en gran parte a un proceso secundario de racionalización o justificación.

La sociedad occidental encuentra en este modelo la manera de llevar adelante un nuevo sentido cultural, una visión nueva que posibilita la construcción de una sociedad particular y diferenciada del resto. Pero,  que al mismo tiempo se asume como la encarnación de un sentido universal, como la portadora de una verdad universal, en general como la única y legítima manifestación del orden racional de la humanidad en detrimento de las demás culturas que vienen a ser estados particulares y temporales, aún en camino de este ideal humano. La sociedad articulada en consonancia a estos postulados de la razón construye un nuevo escenario institucional tanto en sus formas de poder como en su proyección teórica y práctica. Somos parte de un proceso de reconstrucción y refundación de occidente.

La pregunta que nos inquieta o debe inquietarnos surge de la consideración del otro, de la otredad, de la cultura distinta que se encuentra en el camino de occidente. ¿Cómo es visualizada desde esta formación filosófica la presencia de un otro distinto? Un otro que no se deja asimilar a los cánones propuestos para sus iguales. Para los que no son parte de ese nosotros originario.  

¿Qué criterios diferenciadores respecto a las formas antiguas de concebir el encuentro cultural emergen de la construcción de este nuevo escenario para la modernidad?

Se hace cada vez más imprescindible construir una política capaz de dar cuenta de un contexto cultural diverso, un contexto que muestra la presencia de una multitud de culturas que reivindican su sentido propio, su identidad y exigen por tanto una consideración especial.

El momento actual de la cultura occidental resultado de varios siglos de políticas de exclusión, dominación y etnocentrismo, ha ido consolidando pasos importantes en la reconsideración del otro. El modelo político fundamental, que ha posicionado los conceptos de república, democracia, liberalismo, no encuentra razones legítimas para continuar una política de exclusión y subordinación de los pueblos y culturas aborígenes. Consolidado el poder a nivel económico y cultural, establecidos y legitimados los nuevos Estados Nación, aparece nuevamente la demanda, el cuestionamiento desde los vencidos, desde lo no reconocidos.

La forma de enfrentarse a ella no puede ser la misma que la respuesta utilizada en el siglo pasado y antepasado. La exclusión, la negación, el aislamiento, no podrán utilizarse con la misma facilidad. Hay, al parecer, un momento cultural distinto, se han consolidado elementos políticos que dificultan y obstruyen las posibilidades de una negación permanente del otro. El discurso político de la Modernidad, con sus preceptos de participación, autonomía, igualdad, etc. está presente en toda la institucionalidad política y social de occidente, es reconocido y proyectado como el modelo legítimo de convivencia humana. Más allá de cuanta simulación e impostura puedan haber en su realización práctica, es evidente que es el marco significativo en el cual se juega la acción colectiva.

En este contexto se hacen presentes nuevamente la voz de los excluidos, el ruido de su insatisfacción comienza a cobrar forma en este escenario. La razón ha dejado de ser la gran Razón, aquella que fascinada por el poder imponía el contenido de sus proclamadores, y comienza a situarse de este lado de la humanidad, desde donde es posible ver la plenitud de lo diverso, la belleza de la fragmentariedad, la legitimidad de  los otros.

Proceso internos al pensamiento de occidente van mostrando un camino menos soberbio, desde la filosofía, las ciencias y la política se muestra la crisis de un modelo de conocimiento y convivencia marcado por la negación de lo distinto. El afán de homogeneizar nos mostró sus límites. Por otro lado, externamente las puertas eran golpeadas una y otra vez por aquellos que condenados por la uniformidad se negaban a desaparecer y que ahora apelando a los mismos principios de participación y legitimidad política de los vencedores exigen iguales derechos.

¿De qué derechos se habla?  

De ser reconocidos como culturas, pueblos, identidades distintas que en tanto tales deben contar con un estatuto de autonomía. Charles Taylor expresa esta necesidad como móvil de las políticas multiculturales en su libro, La política del Reconocimiento:

...la exigencia de reconocimiento se vuelve apremiante debido a los supuestos nexos entre el reconocimiento y la identidad, donde este último termino designa algo equivalente a la interpretación que hace una persona de quién es y de sus características definitorias fundamentales como ser humano.

La tesis es que nuestra identidad se moldea en parte por el reconocimiento o por la falta de éste; a menudo también por el falso reconocimiento de otros, y así, un individuo o un grupo de personas puede sufrir un verdadero daño, una auténtica deformación si la gente o la sociedad que lo rodean le muestran, como reflejo, un cuadro limitativo, o degradante o despreciable de sí mismo. 

En este caso, la demanda exige ser considerados, reconocidos como un pueblo, una nación, una cultura: no es la misma categoría que una clase, no es legítimo incluir dentro de una categoría de orden económico la demanda de reconocimiento de una cultura[23]. Si bien es cierto que los Mapuches, así como otros pueblos aborígenes, puede ser integrado a la clase del campesinado pobre, y ser partes de iguales demandas y necesidades, no es menos cierto que su situación no es posible de ser reducida a ese factor. Por un lado porque desde sí mismos hay un proceso de construcción de identidad permanente que va mucho más allá de la condición económica, proponiéndose desde la categoría de Sujeto nación. Por otro lado, desde la perspectiva histórica es evidente que se trata de un grupo distinto, con identidad propia que además es reconocido como el habitante originario de estas tierras.

Para ello es necesario avanzar en la construcción de un modelo político que de cuenta de la legitimidad y proyección de un sistema de convivencia y de gobierno que reconozca y potencie las particularidades culturales. Es un proceso que debe ser propiciado desde el Estado como instancia que constituye y proyecta las formas macro de articulación de la sociedad.

La complejidad de este paso dice relación, no sólo a los intereses creados en torno a las demandas económicas, como la recuperación de tierras, de estos grupos. Hay también un problema de orden teórico político en el marco de la Modernidad que obstaculiza este paso. Como hemos planteado más arriba, occidente ha construido su cultura en los últimos siglos sobre un paradigma filosófico político que hace aparecer a esta cultura como el fin último de la historia humana, tal que su destino es confundido con el destino universal de la Humanidad. Un etnocentrismo peligroso para las demás culturas que encontrándose en su camino de expansión corren permanente riesgo de desaparecer.

En este sentido se requiere resituar esta consideración del otro. No podemos seguir en el empeño de integrar forzosamente a estos pueblos a un modelo de sociedad que ni siquiera garantiza la felicidad de sus miembros naturales. Pero, esto significa perder en cierto sentido el valor asignado a la propia cultura occidental. Perder el lugar preponderante, el dejar de ser la medida de todas las demás culturas, puede ser muy doloroso. Reconocer que no somos el fin de la historia, que con nosotros no se agota el devenir de la humanidad, es un golpe duro de asimilar. Asimismo es un motivo desarticulador de un tipo de organización que ha llevado dicha idea a su exaltación y en tanto tal que se niega a abandonar su lugar hegemónico.

Teniendo en cuenta que no es posible seguir  confundiendo los contenidos propios de la cultura occidental con los de la Humanidad en general, se debe necesariamente plantear la pregunta básica de la Modernidad ¿hacia donde vamos? Es la pregunta por la orientación, la que nos pone nuevamente en contacto con nuestra actualidad, con esta actualidad. Un ahora que muestra la permanencia y vigencia de otras perspectivas de otras formas de habitar y convivir con el entorno. Grupos humanos que tienen las mismas necesidades de estar y trascender y que exigen para comenzar un nuevo tratado político.

¿Qué hace occidente con sus errores, con sus culpas, con el pasado, con los pasados a llevar? Ahora sin poder esgrimir desde una postura política filosófica un mejor lugar, un sitio preponderante, ¿nos contentaremos con la política del poder? ¿habremos internalizado los fundamentos de la Modernidad en tanto autonomía, participación, paz, etc. sin necesariamente sentirnos ser los únicos beneficiarios del sistema?

El recorrido de esta Modernidad ha ido modelando una nueva forma, un nuevo esquema de comprensión de la Razón y la racionalidad. Son múltiples los ejemplos que muestran el paso de una Razón que promueve contenidos universalistas, que define modelos, caminos y sentidos, a una racionalidad que entiende su potencial como la posibilidad de establecer formas de entendimiento. Es el tránsito de una razón con mayúscula a una racionalidad comunicativa.

Los contenidos propios de occidente, que aparecen en estos primeros siglos de Modernidad llegan a un límite, la racionalidad no tiene que ver con uno u otro contenido determinado, la historia no necesariamente tiene el fin propuesto en los clásicos Modernistas, ni la ciencia es el modelo de conocimiento que debe ser el paradigma universal. Lo que sí se rescata es la posibilidad de la razón de establecer mecanismos de entendimiento entre diversos. Hay un darse cuenta de las limitaciones, restricciones y soberbia de una cultura que quiere imponer su modelo de vida sobre la base de una afirmación que oculta su voluntad de poder en un precepto de conocimiento. La filosofía Moderna establece los cánones de la razón, que dan pie para fundar y expandir un estilo de sociedad. La legitimidad de este proceder descansa en un reconocerse como vanguardia de un proceso de la humanidad en general.

El momento actual da cuenta de un proceso de articulación y posicionamiento de un sentido de racionalidad ligada al diálogo, al consenso, al encuentro. Una política Multicultural debe apelar a este sentido de racionalidad para superar la barrera etnocentrista que hace aparecer al otro de manera disminuida, siempre en camino, en una minoría de edad permanente, como alguien que hay que cuidar. Se trata por el contrario partir del reconocimiento de la validez y legitimidad del otro, y establecer canales de comunicación y entendimiento sobre cuestiones que son prioridad para la convivencia.

Nos acercamos a la idea de un diálogo multicultural como posibilidad de acceder a nuevos contenidos, a nuevas recreaciones de la vida en comunidad, a una nueva fuente de crecimiento cultural. Ello implica y con esto terminamos:

1.      Reconocer en su dimensión la identidad y autonomía de diversas culturas,

2.      Posibilitar políticas de restitución de los derechos y posesiones expropiadas.

3.      Fortalecer las dinámicas de construcción de identidad, desactivando el tramado simbólico articulado para favorecer la dominación y la exclusión.

4.      Incentivar la generación de espacios de encuentro cultural favoreciendo una interpretación de la historia que promueva los valores de interculturalidad.

5.      Construir o adoptar un modelo político administrativo que reconozca la diversidad de las formas de acción y participación de unidades territoriales y culturales particulares en un marco de convivencia mayor

__________

 

[1]

Francisco Herrera Jeldres,  Magister en Filosofía Política U. de Chile Profesor Depto. de Filosofía  U. de Chile

[2]

Cuando en 1784, Kant preguntaba, se estaba refiriendo a: ¿Qué está ocurriendo en este preciso momento?, ¿Qué nos está sucediendo? ¿Cuál es el mundo, el período, este preciso momento en el que estamos viviendo? Michel Foucault El sujeto y el poder

[3]

Francisco Herrera Posicionamiento del discurso filosófico político moderno, Tesis para optar al grado de Magiter en Filosofía 2000

[4]

I. Kant, ¿Qué es la Ilustración?

[5]

Ibid.

[6]

Simón Bolívar Carta de Jamaica

[7]

Simón Bolívar Carta de Jamaica

[8]

Simón Bolivar Carta de Jamaica

[9]

El mundo de vida constituye el horizonte desde donde se articulan todo el caudal de conocimientos inconscientemente (atemáticos) asumidos y que pueden ser articulados al momento de entrar a validar una proposición acerca de algo.

“Al actuar comunicativamente los sujetos se entienden siempre en el horizonte de un mundo de la vida. Su mundo de la vida está formado de convicciones de fondo, más o menos difusas, pero siempre aproblemáticas.”   Teoría de la Acción Comunicativa.  Tomo 1.  J. Habermas

[10]

Simón Rodriguez  (O.C.,T.II, pg.9)

[11]

Ivan Jaksic, “Andres Bello: La pasión por el orden” (pág. 22)

[12]

Simón Bolívar, Carta de Jamaica

[13]

Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2002. © 1993-2001 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.

[14]

Esa política poseía, sin embargo, un gran defecto de etnocentrismo europeo que propone como única solución progresista y salvadora para los aborígenes, su cristianización acompañada de adopción de los valores culturales de la etnía dominadora. Esta posición ideológica representaba un verdadero genocidio, pues implica la total anulación de la propia identidad étnica del indio y en consecuencia la perdida de su identidad individual. Yara Dulce Bandeira de Ataide, A construcao do Brasil e as relacoes interétnicas, 2000

[15]

 Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2002. © 1993-2001 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.

[16]

Jorge Pinto Rodríguez, De la inclusión a la exclusión. La formación del estado, la nación y el pueblo mapuche. (Pág. 75)

[17]

Jorge Pinto Rodríguez, De la inclusión a la exclusión. La formación del estado, la nación y el pueblo mapuche. (Pág. 75)

[18]

José A. Marimán Cuestión mapuche,descentralización del estado y autonomía regional

[19]

“Entre 1870 y 1878, la línea de frontera avanzó hasta Traiguén. Una vez terminada la guerra del Pacífico, la segunda etapa de ocupación del territorio indígena, la última y la más violenta, se desarrolló entre los años 1881 y 1883. La campaña militar, que bajo muchos aspectos se parece a las antiguas malocas hispanocriollas del siglo XVII (cosechas y ranchos quemados, ganado robado, mujeres y niños tomados prisioneros), se acabó en 1883 con la refundación de la ciudad precordillerana de Villarrica. La singular resistencia de los Mapuches había terminado.” Guillaume Boccara, Politicas indigenas en chile (siglos xix y xx) Revista de Indias, Vol. LIX, n° 217, 1999, pp. 741-774

[20]

Pablo Mariman Quemenado Elementos de Historia Mapuche

[21]

Cuando intentamos determinar la legitimidad del juicio político Moderno, esto es identificar sus características, reconocer su calidad de tal; llegamos al tema de la participación como elemento clave que se juega en la construcción de la posibilidad de que otros y el conjunto social puedan también realizarlo. Posibilitar y promover que otros y todos puedan articular un juicio político. En eso está la clave que hace la diferencia con la simulación.

En el simulacro político se construye un juicio que contempla la participación colectiva, a nivel de presencia, de aparición. Sin embargo no posibilita, ni menos promueve que otros puedan realizar un juicio de tal característica. Hay uso del plano de la participación social a nivel de significante, de signo, es utilizado como elemento simbólico eficaz del proceso político, mas no como posibilitador del ideal lustrado. El potencial subversivo de la participación se pierde en su cosificación sígnica. J. Francisco Herrera Posicionamiento del Discurso Filosófico Político Moderno, Tesis para optar al grado de Magíster en Filosofía Política

[22]

José Aylwyn O. Pueblo mapuche y Estado: reflexiones para abordar un conflicto nunca resuelto. UFRO

[23]

Desde esta perspectiva, interpretamos las movilizaciones, organizaciones y reivindicaciones mapuches como una forma de lucha por el reconocimiento, que ha tenido históricamente dos grandes dimensiones: campesina (demandas por créditos agrícolas, mejoramiento de infraestructura, etc) y étnica (demandas por el respeto a la identidad mapuche, educación intercultural bilingüe y discriminación legal positiva, entre otras). Nuestra hipótesis es que en los últimos años ha emergido una tercera dimensión, que incorpora las dos anteriores y les da un sentido nuevo y diferente: una demanda por el reconocimiento como pueblo-nación, que denominaremos etnonacional. Los mapuches y la lucha por el reconocimiento en la sociedad chilena Rolf Foerster G., Jorge Iván Vergara http://www.xs4all.nl/~rehue/art/arica.html