Metástasis

- Gustaría de una taza de café después de las comidas. 

Pero ya se hallaba en otro lado. Hojeaba un catálogo de compras. Año tras año cambia las cortinas. Cada tres los sillones. Es una mujer aburrida. 

- Vienen los Palillo a comer. María debe preparar un menú. 

La página se posa sobre Mantelería y Menaje. 

- María, venga. Cocine que hoy habrá una cena. Vienen amigos. Siga aquel menú.

La revista se desprende junto a los guantes de la señora P. Deja caer el rostro sobre una de sus manos. La piel tersa como papel couché. Los labios, perfectos delineados con rouge. Su marido la ve con distinto traje a cada momento. Al desayuno, con una de las batas tantas que cuelgan del armario. Al almuerzo, un vestido liviano cae desde sus hombros, siempre holgada. En la cena, de perfecto vestuario de noche. Suele haber en el recibidor un paquete vacío de JC Penney, o de alguna de las boutiques de sus amigas, del que suele caer un pañuelo, o papel de arroz para amortiguar la compra. Cada día su esposa se ve envuelta por un nuevo perfume, una fragancia que cuelga de su ánimo.

 - ¿Sólo Palillo y señora? - Tal vez vengan con su hija. Ya está mayor. 

María trabaja en silencio, con su uniforme de servicio perfectamente planchado, con movimientos suaves y con una sonrisa. Las otras mucamas imitan a María desde sus uniformes rosados. La gravedad de María consta en su traje negro de servicio. 

- ¿Es social? - Algo querrá. No suele comportarse como persona. María acudió a abrir la puerta. El señor y la señora P aguardaban en la antesala. Al sentir las voces de Palillo se pusieron de pie y aguardaron con serenidad. Esperaron el saludo de los Palillo sin prisa, y después de las correspondientes preguntasrespuestas de cortesía, los Palillo introdujeron a su pequeña hija, Paulina. De quince años, tez blanca, figura suave de quince años como una plumada, y cierto garbo incipiente sorpresivo a su edad, sus ojos brillaban ante lo que se fijara. La presentaron como una niña tranquila, que gustaba de leer y caminar. Señora P la miró con curiosidad distante, y Paulina Palillo sostuvo su mirada, con cortesía aprendida.

Ofreciéronse algunos aperitivos en la sala. Bebieron tragos suaves y apropiados a la situación, y comentaron de todo y nada. Paulina fijaba sus ojos de cachorra -neutros de aprehensión- en cada una de las frases que se soltaban de las bocas, en cada movimiento de cada uno de los cuerpos, rectos y templados en los mullidos sillones de terciopelo barrón. Señora P cuidaba su gracia frente a la señora Palillo, quien, disminuida económicamente, forzaba su educación hasta bordear lo cruel.

- El ministro subió la tasa. - Una nueva colección de tapices - Traerá problemas al banco. - en el Arabelia - Debemos cuidar los intereses. - ¿Y llegó algo atractivo? - Uno con arabescos muy bonito - Te combina con el cuadro que pusiste frente a la mesa de centro - Juárez estaba desesperado - Dicen que traspasó los bienes - Pero de todas maneras encuentro que es caro - Calidad versus precio, me quedo con la calidad, linda - Están todos amarillos. - Suenan a colapso de los valores - Y un peinado horrible - ¿Revisaste el nuevo catálogo? - Los gringos ya van a subir el dólar con su guerra. - Los colores vienen cada vez más chillones de temporada en temporada - Es la forma que tienen para solucionar sus problemas de política interna.

 

Paulina se sentó en uno de los sillones vacíos, junto a la ventana. Al principio se entretuvo columpiando los pies, como una niña mal criada, mientras contemplaba la puesta de sol, y cómo los ácaros flotando en el living daban a todo un tinte dorado. Cuando el sol expiraba pasaron dos muchachos. Uno, vestido completamente de negro, llevaba el pelo largo sujeto en una cola de caballo, el pantalón ajustado delineaba cada uno de sus músculos, las espaldas anchas apenas se curvaban al caminar, y el rostro le recordaba las estatuas griegas, de belleza armoniosa y adecuada para todas las épocas. Su acompañante parecía una persona normal, con toda la carga de su personalidad a cuestas. Tenía otro atractivo, no como la segura presencia del apuesto, sino algo interno e intenso. No dejó de ser notado por Paulina, a pesar de que la sombra del otro le tapaba la cara. Se subieron al auto del Adonis, que se marchó quemando las gomas de los neumáticos.

Señores la cena está servida

 

- Y tiene una secretaria de lujo - mirando por cada ventana a ver si le devuelve un reflejo decente - Se cayó en plena escalera - Los pillaron en el escritorio - Ídolo, ¿no lo notaron? - Y tu hija está crecidita, eh? - Le ando ahuyentando un pololo, es uno de esos rotos auténticos - Invariablemente - Ajá - No te puedo creer - Saint-Tropez - IGPA - Coco Channel - Luciano - Está muy rica - Es un perfume muy rico, y no queda pasoso con la pintura. - Me llegó una nueva secretaria. - La caja es negra con rojo - Yo mismo la seleccioné - lo compré en Falabella - comprenderás por qué, no? - Estaban en liquidación - Es todo lo que puedes pedir de una mujer. - Eficiente, ordenada, dispuesta a todo lo que su jefe le pida. No me hace problemas con nada. - Entonces por eso estás llegando tarde, no? - Cosas de trabajo, mujer. - Los Irribaza tendrán una cena la próxima semana. ¿Me acompañas a comprar un vestido para la ocasión? - El martes nos quedamos hasta tarde, y cuando estaba ordenando los ficheros, apliqué lo que nunca ha fallado desde la universidad. - ¡Cerdo! - No lo como. Ojalá que no lo pongan en el menú. - Relájate, mujer. La vida nuestra tiene que ser una vida relajada, si no cómo. ¿No te parece? - Es una fiera. El trabajo nunca me había agotado así. - De todas maneras. El otro día Mira Yáñez inauguró un centro de estética. - Tiene unas piernas de lujo, y todo está de perillas Jajajajaja. - Los chistes fuera de la mesa y para todos. - Y con el amargo que tengo en casa, quién se resiste, no?

 

Paulina, obligada a cenar con adultos, escuchaba su conversación. Se interesó por la de las damas, cuando tomaban el té de señoras, y conversaban de ropas, y de hombres, de desdenes y burlas. Sería divertido jugar un rato al personaje. Paulina siguió paso a paso el ritual de llevarse la comida de manera correcta a la boca, para no molestar en la conversación. Imitaba la manera de limpiarse los labios, no bruscamente como solía hacerlo, limpiando como una camisa su boca, sino con suavidad, posando la servilleta en los labios delineados, sin quitar con la humedad del vino el aterciopelado maquillaje. Notó que las señoras no hablaban de sí cuando dialogan, como lo hacía con sus amigas, cuando se contaban todos sus secretos. Las señoras hablaban de otro(a)s, de objetos, de compras. Paulina aprendía de la señora P. Quiso entonces ser modelo, para que señoras como P se admirasen en ella.

 

Notaba el relajo, el desdén por toda tensión en los ojos de la Señora P. Y cuando se exponían en su vida comunitaria, las amigas de Paulina vivían como evidentes lolitas, tensando los ojos ante cada pliegue que develase algo más de la cortina que presentaba el ser mujer.

 

Paulina comprendió que sus relaciones eran relaciones de desequilibrio, y que la buena sociedad tiene que ser una sociedad neutra, sin daño a los otros ni a sí mismos. Paulina miraba a la Señora P, impresionada por la apariencia de aquella mujer. ¡Para qué sentir un mundo tan grande si en definitiva todo es tan pequeño! Los objetos, los pasatiempos. Todo se resume en eso. La vida se reveló para Paulina como un pasatiempo. Un juego. Ausente de problemas y de dolor. Al llevarse un trozo de mignon sonrió, junto con la Señora P.

 

¿Café después del postre, señores? 

- Sírvalo en la sala, María 

Pasaron a la sala. Paulina se sentó junto a las señoras. Conversaban aún de modas y de sociedad. De las princesas de las revistas, de los libros trascendentales que leían en las noches (que horror que los copien y los vendan en la calle, a veces da cosa tenerlo en el velador), de los programas de televisión. Paulina informaba a las señoras del mundo que quedaba fuera de su alcance etario, y de a poco fue metiéndose en el papel.

Pasaron las horas.

Los Palillo se despidieron de los señores, algo alborozados por la bebida y olvidados de todo asunto de la reunión. Paulina Palillo se despidió de corteses besos en las mejillas de los señores, y tomó la mano de la Señora P, mirándola a los ojos con parsimonioso cariño. Paulina caminaba más segura en sus zapatos de tacón al salir de la casa de los P. Se había ido el sol, vio caminando por la calle al muchacho que le llamó la atención en la puesta de sol. Se sintió observado y de toda su cucarachería construyó de inmediato un castillo. Caminó más lento, con el pecho inflado, orgulloso por el interés de aquella hermosa muchacha. Le dirigió una mirada significativa, para jamás olvidarla. Paulina P le respondió con educación. El muchacho desapareció al doblar la esquina con un fantasma que no desaparecería. “Nos volveremos a ver algún día de sol”. El corazón de Paulina latió rápido. Unas cuantas aspiraciones lo calmaron. Un silencio digno es la vara de toda dama. Sus lindas piernas se mantuvieron un rato más asomadas por el vehículo, con la nunca antes notada despreocupación atractiva.

El muchacho desapareció completamente una vez que cerró la puerta del auto. Los ojos quinceañeros de P perdieron el brillo que tenían al llegar. Ahora estaban iluminados.

Por el Parque Forestal en una perfecta postal de invierno

¿Qué quisiste decir? Caminábamos de la mano y las hojas movían tu pelo de forma graciosa. El devenir rubio del agua, el vaivén de tus olas avanzando por el dorado. Llevabas jeans azules, gastados, esas chalitas de cuero insignificante, llevabas tus pies casi desnudos. Y las grietas de tus labios, la manzana...

¿Qué quisiste decir? Íbamos de compras por los malls sin comprar nada. A lo sumo un helado, para disfrazar ese no darnos cuenta del calor, del acondicionado, de algo. Sonreíamos mientras nos mirábamos a los ojos. Divisábamos a la gente comprando, las vitrinas, los niños y sus murras, y sonreíamos. Andábamos a paso lento, con ese arrastroso de lo de nada más, total...

¿Qué quisiste decir? De noche línea recta hasta la plaza mayor, una noche de copas, copas limpias, copas azules, heladas. Blue Curaçao pedías, Primavera las más veces (aparentabas - o no - acertadamente tu papel de chica bien, Meg Ryan, Tom Hanks, un perro no puede salir con nosotros de noche). Ocultabas tu boca coqueta con las manos en caída cortesana. Y parloteábamos, coolísimos medioambientales, y de nada más importa, cuando nos gastábamos entre baldosas, luces y bass-boost...

¿Qué quisiste decir? Hacíamos el amor cada vez que te quedabas sola, buscábamos los momentos de tocarnos bajo la ropa como las películas, sin un gemido, sin un pantalón enredado, sin ni un broche porfiado. Jugábamos a la geisha, al marino inglés. Y tomábamos desayuno las más veces, porque eso era lo que queríamos, tostadas, café y tostadas, tostadas y televisión, y nos reíamos, nos reíamos, nos reíamos de todo...

¿Qué quisiste decir? Doscientos invitados en una basílica. Flores blancas, blanca tu falda, blancos tus sueños. Niños rubios, un perro ovejero, un patio grande, casa por decoradora. Veíamos programas familiares por la televisión, en horarios estelares. Nuestros niños eran dulces. Nuestras vidas exitosas, no dejamos nunca de ver a nuestros amigos, no dejamos nunca el obligatorio asado de los sábados, el pisquito sour, y nos reíamos, nos reíamos, siempre lo pasamos tan bien...

siempre lo pasamos tan bien...

¿qué quisiste decir, gorda?. 

Salto del ángel

Después de tanto tiempo, las manos anchas, abiertas, en los ojos lágrimas secas, rota la lamentosa introspección. Los clavos se separan de la madera sin un sonido, sin una astilla. Primero las manos, al rato los pies. Y cae desde la cúpula. Una T en silencio. El mundo expectante.

El jurado saca sus blocs de apuntes. Las luces del estadio se fijan directamente en él. Quieto, cada músculo tenso, perímetro perfecto. La cabeza derecha. Las manos en ángulo recto. Una L invertida y los pies en línea. Hasta ahora, bien.

Va mirando hacia dentro. Respira acompasadamente. Tiene que controlar cada célula, cada centímetro. De él dependen las ansias de muchos, y la salvación de casi todos los que estaban ahí. No les podía fallar, no se podía ir de sí por un sólo segundo. Va un metro ya y suena en su cabeza como una milla y algo más.

Los oídos hacía tiempo que no sentían más que los aleteos de las palomas. O el viento. Pero no era el viento que ahora oían. Ésta es la caída. Cuatro pies. El suelo uniforme, las gentes planos circulares, la iglesia en una sola línea de camino, los escalones difusos y adelgazándose al final, las columnas obtusas. Treintitrés metros. Cada uno parece un año.

El vagabundo de la izquierda se llama Elías. No es paralítico. Es contorsionista. Aquél sí tiene dinero, no son sus llaves las que suenan. Esa pareja no es romántica. Es transaccional. Un buen negocio.

Siente que domina la caída. Como un ave, las manos tiesas, cortando el aire tenso de los espectadores. Ya van ocho metros y sigue siendo perfecto. Salto del ángel, de los mejores.

El padre Jonás espera en la pequeña oficinilla a la muchacha del coro que lo visita todas las noches. Confesiones privadas, recíprocas. El cuello tieso no le deja girar la cabeza. No puede ver desde su caída el paisaje ásperamente iluminado que le rodeaba allá en la cúpula. Sólo la perspectiva cerrada de la caída. Padre, nos han abandonado.

El siguiente trampolín. Siete metros cincuenta. Atención. En el siguiente comienza el quiebre.

La caída lenta a pesar de la rápida consecución de metros. Las figuras de los santos, invertidas, de piedra, sin más expresión que el bondadoso o sufriente pasmo, iluminados por lamparillas amarillentas, eléctricas. La iglesia, piedra sobre piedra, frío sobre frío, la madera aprisionada entre los grises porosos contaminados con polvo, quieto, quieto, apagado, cerrado. Cinco metros. Flexiona su abdomen, el rostro hacia la cintura. El mundo da vuelta. No abre los ojos. El vértigo. Ese secreto del profe Manuel es el único que vale la pena. 'La forma de evitar el vértigo es cerrar los ojos', había dicho. Y está resultando. Ahora, estirarse. Ya casi los tres metros.

En torno a la Madre, velitas exánimes. Desgastadas, disueltas, la Virgen rodeada de llamas que lamen la pintura, la hinchan. El ícono besado por el fuego. La mano sobre el pecho inaccesible, la tela blanca, blanca. La cera apoderándose de tus pies, el polvo, como a todos, pero sobre todo en ti, la marca tierrosa se te nota, Sin Mancha, el fuego te rodea. Con las manos abiertas no fuiste capaz de para la caída. A pesar del fuego, de las lágrimas de los mortales, no despertaste ante el paso raudo de tu hijo, el que no vuelve.

Tres metros. Para confirmar abre los ojos. El salto de noventa grados perfectos se desvía unos cuantos. El trampolín. El de tres metros. Su cabeza golpea con fuerza la base. Se remece el mundo. Las luces, bolas de fuego. Los jueces, ángeles. El profe Manuel que corre a salvarlo. Él no caerá al agua. Pierde el sentido. Su frente sangra, la espalda, roja con la sangre (casi parece una manta sanguinolenta su espalda). Y el salto del ángel que se convierte en un tirabuzón alocado.

La corona cae al suelo, antes que él. Los pies chocan con el pórtico, y salta al medio de la calle. En el aire gira, ve la iglesia, ve el cielo negro y un avión que lo surca (una cruz con luces rojas en los costados). La luna, enrojecida por el calor, las estrellas que no se ven por las luminarias de la tierra. Y en el aire se sigue moviendo. El fondo que es igual que todo lo demás, cuadriculado, nada cambia, ni las personas difieren de la perspectiva de la cúpula. Entre más se acerca al pavimento menos cielo se ve. Las formas lo dominan, se lo comen. Un vientecillo gélido le libera la nuca. La chica del confesionario sale con el pelo desordenado. ¿Y los ángeles no habrían de parar la caída?. Siguen firmes a sus bases de piedra, con las lanzas y los animales. Me suben al suelo. Padre, a ti no vuelvo.

La figura barbuda de manos abiertas en forma de T estalla en el pavimento frío en mil pedazos. Nadie recogerá los fragmentos.

Sanctus, Sanctus, Sanctus, Dominus, Deus Sabaoth Pleni sunt coeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis.

El mundo entero llora por el que fracasó en el más perfecto salto del ángel.