EL CHILE DETENIDO DESAPARECIDO: ensayo sobre el Chile de la Concertación.

Rodrigo Karmy

“Por esto, por lo poco que el espíritu necesita para contentarse, puede medirse la extensión de lo que ha perdido.”

G.W.F. Hegel, 1807.

El presente ensayo propone una hipótesis muy simple: Chile es un país detenido desaparecido. Hipótesis de largos ecos, que como tal, insiste en su canto. Aparecen como “cuerpo”. El “cuerpo” habla en la desaparición de toda palabra posible. “Detenidos desaparecidos”, enunciado que condensa la historia de un país que niega su historia. “Detenidos desaparecidos” como el país fantasma que aún ronda afuera de la “polis”. “Detenidos desaparecidos” como esos que quedaron y que sin embargo no están.  En medio de los escombros, de las cenizas y de las amnesias nosotros en el 2003, a treinta años de la Unidad Popular, paréntesis de la historia de Chile, nos interrogamos por aquello que pulsa y que, sin embargo, se nos ha señalado como resuelto tantas veces. Sospecho de esas “resoluciones”: la repetición de la “reconciliación nacional”, ¿acaso no muestra aquello que niega?

 Dejo a hablar a Don Armando Uribe Arce[1] :

1/ ¿Y qué fue del chileno viril, culto, vernáculo, señor de alguna tierra, que sabe algo de leyes, tranquilo? Se acabó, estará enterrado: ya no corren los trenes, las cortinas de fierro ya se cierran, la ciudad y los campos son como cementerio.

Nótese: “que fue” de “ese” chileno, un chileno particular, de alguna época y que era “señor de alguna tierra”. No señor de LA tierra (Amo Absoluto, el Terror), sino de alguna: no hay universal homogéneo, sino singularidad. “Alguna” tierra, perdida quizá en los confines del mundo, alguna tierra que, sin embargo, ya no está. Ese Chile del cual habla Uribe “se acabó”, “estará enterrado”. El “estarᔠpone una cuota de desconocimiento respecto del entierro, una cierta duda, un cierto “quizá estará enterrado”: la lejanía en lo más cercano. El Chile “se acabó” pero “estará enterrado”: duda atroz, de no saber dónde podría estar –si es que lo está- enterrado. ¿Cómo “estará enterrado” en una tierra que no le pertenece? El entierro descrito por Uribe es bastante particular: no hay Q.E.P.D, pues la Paz y el Descanso se han despedido una vez que “una tierra” ya ha perdido de dueño y el dueño a “su” tierra: ni tierra ni dueños: ¿acaso náufragos varados en una tierra desterrada?  Ya “no corren los trenes”, es decir todo está Detenido y “las cortinas de fierro ya se cierran” pues toda posibilidad se clausura en un eterno presente, un “fin de la historia” que, en rigor, es el fin del futuro. Mas aún, ¿qué ha pasado con “la ciudad” y “los campos”?, Uribe dice: “son como cementerio”. No son EL cementerio mismo, pero se les asemeja. La ciudad parece un cementerio y los campos también: la ciudad llena de smog, tóxica y llena de muros, ausente de polis; los campos, a su vez, como cementerio, ¿acaso Campos de Concentración? –“las cortinas de fierro ya se cierran”- decía Uribe. El “como” de la poesía de Uribe marca el “es y no es al mismo tiempo”, la ciudad está muerta y no lo está: la polis es un fantasma. Este poema piensa y es ese pensamiento el que a continuación quisiera desplegar: el Chile actual está detenido y desaparecido.

Después de trece años de gobierno de la Concertación, la situación de derechos humanos sigue pendiente, la derecha crece a pasos agigantados elección tras elección y la Constitución de 1980 sigue, en su matriz, intacta. ¿Qué se ha consolidado en esta “llamada transición”? ¿Acaso esta “transición”, performativamente anunciada ha transitado hacia algún lugar? En este sentido, ¿Se ha pensado realmente lo que ha sucedido en este país durante los últimos 30 años? ¿No vivimos acaso en un país desconocido para nosotros mismos? -como decía Niezsche- ¿no somos unos perfectos desconocidos para nosotros mismos?  Advierto que este texto no tiene la pretensión de ser una investigación exhaustiva del problema sino de mostrar ciertos procesos para su discusión ulterior.

1. Concertación desconcertada

La Concertación (es) y fue una coalición que se formó para derrotar la dictadura. El bastión de la democracia, la diversidad, las reformas constitucionales, los derechos humanos, fue lo que le dio legitimidad en el Chile de los 80 permitiéndole ganar el plebiscito de 1988 y las elecciones presidenciales de 1989. La derecha estancada en el “pinochetismo”, no pudo aterrorizar al electorado por el regreso del “terror” socialista, porque en rigor, no podía comprender el nuevo escenario de “democracia vigilada”[2] en que ella misma se encontraba.

Al interior de la derecha, los sectores liberales –Allamand- comprendieron la necesidad política de la derecha de entrar en el juego democrático. Sin embargo, desde la misma derecha fueron acallados: el exilio político de Allamand –su “travesía en el desierto”[3] - permitió a la derecha liberarse –por un momento- de sus facciones “progresistas” que insistentemente se hallaban en sus bases, para así reafirmar el poderío de la derecha de viejo cuño: aquella derecha fascista y golpista. La figura que muestra a esa facción de la antigua derecha chilena es Sergio Onofre Jarpa quien, en los años 90, triunfa, contra Allamand, el liderazgo de Renovación Nacional: la derecha tendrá que esperar hasta la detención de Pinochet en Londres para asumir una nueva línea política liderada por la UDI y su nueva figura: Joaquín Lavín.

El primer gobierno de la Concertación intentó resolver, por medio del Informe Rettig, el problema de los derechos humanos. Después de las emocionantes palabras del presidente Aylwin, en que sus lágrimas[4] hicieron llorar a la audiencia, hubo silencio. Se mostró el horror y acto seguido se habló de “justicia en la medida de lo posible”: el juicio a Pinochet nunca llegó, a ex-agentes de la DINA, la CNI, tampoco, ni siquiera una miserable disculpa del ejército, que de modo permanente, repitió su slogan “vencedor y jamás vencido”. Se mostró el horror del Estado, y siguiendo la lógica de la impunidad, se la volvió a repetir: después del horror no se enjuició a nadie[5] confirmando que el Estado chileno acostumbra lamentar, más no a condenar[6] .

 Durante el gobierno de Frei -el gobierno más fome que ha tenido este país, fome en el sentido metafísico: todo era igual, su cara, el tono, etc.- el tema de los derechos humanos entrará en un período de “latencia”[7] . Se proyectó una imagen internacional de Chile: el paraíso de las trasnacionales, el país estable, equilibrado, democrático, etc. Además, durante el gobierno de Frei, la clase política se reconcilió muchas veces: por cada 11 de septiembre se decía “ahora ha llegado la reconciliación al país”: mientras Pinochet progresivamente se alejaba de la vida política e ingresaba a cenáculos privados de fundaciones y generales retirados. En la manifestación del 11 de septiembre de 1998 Gazmuri, por esas fechas senador del P.S. señaló que le daba “pena” ver a un Chile militarizado, lleno de carabineros en las calles: no habrá que esperar muchas horas de ese mismo día –que no es un día cualquiera es el día en que se reedita el terrorismo de Estado de 1973-  para que se retracte. El gesto de Gazmuri muestra toda la desventura de la Concertación como coalición: propugna discursos democráticos y opta por el autoritarismo pragmático.

Hasta ese momento la Concertación triunfaba en la mayoría de las elecciones, con sistema binominal y senadores designados: el Chile reconciliado muchas veces, la economía de punta, la tasa al 7% de crecimiento, etc. Y sin embargo la detención de Pinochet, junto con la crisis económica, cambiarán el panorama completamente: la crisis económica mostró la fragilidad del “crecimiento”, y la detención de Pinochet, la “falsedad” de la democracia que se decía defender. Doble crisis para la Concertación: los demócratas no habían sido demócratas porque habían escondido el juicio a Pinochet, y tampoco habían crecido económicamente sólidos, pues había una enorme desigualdad en el ingreso en tanto la economía dependía en su mayor parte del exterior.  En estos momentos la venta de “Chile Actual: anatomía de un mito” del sociólogo Tomás Moulián alcanza los primeros lugares durante varias semanas. ¿Qué es lo que la “ciudadanía” –y digo este término en toda su profundidad-  encuentra en el texto de Moulián? ¿Acaso un relato posible de resignificación después de largos 25 años del golpe? La feroz desigualdad del ingreso y las materias pendientes en derechos humanos exigen una explicación, explicación que no se encuentra en ninguna institución del país: ni en el ejército, ni en el gobierno, ni en los tribunales de justicia. Nadie se pronuncia al respecto. El país parecía haber olvidado su pasado y triunfalmente –pero no heroicamente, pues ya hace mucho, quizá desde la Gran Guerra que ya no hay héroes- se abría al interés trasnacional. 

 En la “doble” crisis (que en realidad es “una”) se opta por el pragmatismo: pienso que no es cierto que la Concertación se haya jugado por “valores” durante su gobierno. La realidad es más penosa que eso.  En lo esencial que constituye el campo político, en las decisiones más centrales para el país, la Concertación siempre ha optado por el pragmatismo, es decir, por la solución coyuntural, técnica y calculadora: ¿temor a militares?, ¿temor a la derecha?, ¿Falta de mayorías en las cámaras de representantes? ¿Temor al empresariado? ¿O más bien temor a la nada que ella misma representa? En este punto, me parece que no existe un proyecto “perdido” en esta coalición. Nunca tuvieron un proyecto: las pequeñas esperanzas fueron más bien de un pueblo. Un pueblo cansado y fracturado que los eligió, pero pueblo aún: la Concertación terminó con las esperanzas del “pueblo” (por mas precarias que éstas hayan sido) transformándolo en una simple “masa”.

Las acciones políticas reales siempre superan con creces a las intenciones de los actores involucrados. En este caso el reformismo y su desconfianza en la decisión popular –es decir a la apertura de un proyecto político-  actuó desde un principio. El excesivo realismo impidió analizar las condiciones sobre las cuales podía desplegarse lo posible, cuestión que resultó  en una gran pérdida de tiempo: reformas que cambian para no cambiar nada, tiempos que se anulan como tiempo. Así, la tragedia –o quizá debiéramos decir “teleserie” o “Reality show”-  de la Concertación es que mientras más defendió la “democracia” (en el plano discursivo) en mayor medida la negaba: la propia coalición le enseña a su cansado pueblo que no tiene proyecto político alguno. En este sentido, si algo se consolidó en los 12 años de Concertación, fue la dictadura: al transar las “reformas constitucionales” con Pinochet y dejar como marco general la Constitución de 1980, el debate político se zanjó de antemano: en el plebiscito, en cuestiones de fondo, no había nada que elegir. Así,  la “clase política”, no obstante sus diferencias internas, se alió, implícitamente,  en un punto, a saber, el restringir la discusión política al carácter cupular. Con ello la emancipación de la esfera técnica copó todos los espacios posibles de lo político.

En este sentido, Lavín no es un producto netamente de la derecha política, sino, por sobre todo de la Concertación. El electorado tiende a votar de manera pragmática no porque la derecha tenga una campaña de millones de dólares (que de hecho la tiene) y manipule así a la “masa electoral”, sino porque la misma Concertación ha “enseñado” al electorado a optar por el pragmatismo: el sentido común, como siempre, ha sido inmensamente realista a la hora de votar. En este sentido, Lavín, y el auge de la UDI, no son sino una creación de lo que ha sido la Concertación: ¿Dr. Jekyll y Mr Hyde?[8]

Es en este sentido que después de la detención de Pinochet en Londres, la derecha comprende que tiene que asumir desde la “sociedad civil”[9] el juego de la “democracia”[10] . Ejemplos de dos inspiradores para nuestra derecha: el partido Popular de Aznar en España y el PAN de Fox en México. Dos derechas que históricamente se posicionaron como “diferentes” y –otra vez- “democráticas” (una respecto del PSOE y la otra respecto del PRI). La derecha chilena, en tanto Pinochet fue reconocido como un “criminal”, asume la postura “democrática”: incluso la familia del dictador se “quejó” en varias ocasiones contra la Alianza su falta de apoyo. La derecha chilena asumió el juego de la “democracia”, lo cual implicaba apoyar las causas de los derechos humanos, omitir o asumir “errores” del “gobierno militar”, y por sobre todo, reconciliar -una vez más- al país con su pasado. Así, al figura de Lavín estratégicamente se eleva “por sobre los partidos”, mientras Longueira se enfrenta cara a cara con el presidente: Lavín aparece más allá del bien y el mal, sobre los conflictos terrenales.

En este sentido, la concertación de Lagos se halla desconcertada. Desconcertada porque nunca previó que los otrora “dictadores” pudieran abogar por la “democracia” y por los valores que la Concertación defendía. El arma de lucha de la Concertación una y otra vez revela su inoperancia. En este sentido, los últimos años se puede ver que cada vez que la derecha da un paso (por ejemplo la foto de Lavín junto al monumento de Allende o la visita a Cuba), la Concertación, sorprendida, no sabe cómo reaccionar. Y no sabe porque sigue enfrentada a un enemigo que no existe: la derecha se tomó en serio el juego “democrático” como lucha política y la Concertación intenta salir de la condena de su propio pasado. Hoy día el “Único” (lo escribo con mayúscula)  que pareciera poder unir a la Concertación es Pinochet.

2. Las cuatro muertes de Pinochet.

Para comprender la emergencia de la derecha como nueva fuerza política, resulta esencial mostrar lo que sucedió con el “caso Pinochet”. El dictador ha muerto cuatro veces. Y por cada muerte la derecha ha vivido más.

La primera muerte es la redacción de la Constitución de 1980. Uno de los gestores de ésta es Jaime Guzmán, antiguo admirador del franquismo  y fundador de la “nueva” UDI en 1989. ¿Qué significa la redacción de la Constitución de 1980? Esta implica legitimar en el plano civil a la dictadura. La famosa frase de Rousseau se encarna en la refundación -¿fundición/fundación?- del Estado chileno: la “fuerza” no hace “derecho”. Los militares utilizaron la fuerza, pero como militares solo podían construir repúblicas bananeras: la entrada de la intelectualidad de derecha se apropia de la redacción de la “nueva” constitución para el “nuevo” país. He aquí la primera muerte de Pinochet. En este plano se definió la hegemonía del nuevo Estado: éste no pertenecería a los militares, sino a la burguesía nacional y sus intelectuales.

La segunda muerte ocurre cuando Pinochet entrega la banda presidencial al entonces futuro presidente Aylwin. Es así como Pinochet deja “formalmente” de ser presidente y queda como comandante en jefe del ejército hasta el año 1997.  Esto ocurre durante la redacción del Informe Rettig, cuestión que paradójicamente, actuó como un momento de latencia que volvería  a quebrarse en la tercera muerte del dictador.

La tercera muerte es cuando el dictador se retira de las FFAA por cumplimiento del plazo constitucional. El retiro es durante el año 1997, año que coincide con la creación de la “Fundación” que lleva su mismo nombre. Nótese que en general, las fundaciones se crean cuando sobreviene la muerte. En este caso quién muere es “Pinochet-comandante-en-jefe-del-ejército”. La creación de la “Fundación Pinochet” en 1997 simboliza el retiro progresivo del dictador al ámbito privado: financiada por principales empresarios del país se dedica a entregar becas de estudio a jóvenes militares o hijos de militares. Así, su función permite “conservar las amistades” del viejo mundo militar y el pago de “deudas” de algunos empresarios que fueron ayudados por éste. La “Fundación Pinochet” es conducida por generales retirados que, pertenecientes a la vieja casta militar del mismo, se van retirando durante el mismo período. El dictador sufre su tercera muerte y cumpliendo lo señalado en la Constitución, se convierte en “senador” de la república en medio de un escándalo poco creíble desde sectores de la Concertación.

La cuarta muerte del dictador es una de las peores: su viaje a Londres de turista lo condena a ser reo. Por vez primera el dictador va a una corte, está preso y que duda cabe, recibe el incondicional apoyo de los sectores conservadores ingleses que fueron ayudados por el gobierno de Chile durante la “Guerra de las Malvinas”. “El caso Pinochet” tiene dos momentos. El primero en que la derecha chilena apoya incondicionalmente al general y un segundo momento en que facciones hegemónicas al interior de la derecha vanguardizan el plan político de ésta aprovechando estratégicamente la detención del general. Es en este momento en que la derecha se divide internamente y logra recluir a los sectores más ligados al fascismo hacia el campo privado de las “Fundación”: gesto de suma importancia pues al fascismo militarista les es negado el acceso al Gobierno. Por ejemplo es la época en que Moreira, después de su huelga de hambre inútil, desaparece de los medios. Figuras clave comienzan a surgir: Lavín se muestra un fervoroso defensor de la democracia y si bien no apoya las causas que sigue el general en España, si señala que éste debería recurrir a los tribunales chilenos. La derecha nuevamente se une en torno al discurso de la soberanía nacional. Ese discurso permitía que las diferentes facciones de la derecha se unieran y al mismo tiempo proyectaran una imagen democrática de Lavín. Sin embargo existe un tercer momento de esta transformación interna que sufre la derecha: el regreso del general Pinochet a Chile escinde definitivamente, al interior de ésta, a los elementos puramente fascistas ligados directamente al mundo militar.

Es aquí cuando la derecha se eleva definitivamente en su acción política (después de casi 30 años desde 1973) sobre los militares: las facciones dominantes no tendrán que acudir a los militares para afirmar el poder, sino que, a la inversa, el mundo militar tendrá que acudir a ellos. La relación se invierte: el hijo pasa a ser el padre, y los militares son presionados a una renovación fundamental dentro de sus filas. La derecha entiende por primera vez en 30 años después del golpe, que la democracia puede ser una mejor forma de dominación, mas aún, cuando la “democracia chilena” ha realizado todos los pasos encomendados por su Constitución.

Pinochet muere por cuarta vez: el “senador” que fue, será un viejo demacrado y “enfermo”. Asimismo el gobierno nuevamente opta no por sus “valores” sino por la resolución cupular: no se extradita al dictador, simplemente se llega a un acuerdo político con el gobierno inglés. Cual Lázaro, Pinochet retorna con su misma omnipotencia: se pone de pie y saluda, mientras se “apoya” en el “cuerpo” de Izurieta. ¿Qué es el cuerpo de Izurieta, sino las mismas FFAA? Sin embargo –detalle importante- a esa “recepción” no llegaron los líderes de la derecha: esto generó críticas al interior del pinochetismo contra la derecha política, lo que muestra el movimiento de progresiva reclusión y diferenciación del mundo militar respecto de la derecha política: los militares se esconden en sus fundaciones privadas, la derecha sale a conquistar el mundo político.

¿Quién murió en esta cuarta muerte? “El-Pinochet-senador” que simboliza muy bien la entrada de los militares a la vida política.[11] Los militares confirmaron otra vez que no pueden conducir al país y los hijos habrán comprendido el mensaje. Se requiere entonces un mensaje nuevo, el “mensaje del cambio”. Pinochet enfermo no es otra cosa que la derecha con buena salud. Esta confirma su hegemonía, que desde tiempos inmemoriales, a saber, desde la redacción de la carta fundamental, estaba en conflicto. La cuarta muerte del dictador es el nacimiento definitivo de la nueva derecha chilena.

3. Dos caras para una misma voz.

La derecha es movilizada hoy por una estrategia política. “Estrategia” en el sentido riguroso del término: una modalidad global de lucha política. En tanto lucha política, la derecha no acepta concesiones: a espacio regalado, espacio tomado. En esta estrategia es fundamental su doble rostro.

Rostro cuya luz se eleva por sobre la cotidianidad del mundo, sobre los conflictos y logra consensuar una y otra posición mostrando que las diferencias políticas no son decisivas. Lavín se erige como el “mensajero” que trae la luz al mundo, el que tiene una esposa e hijos, que cree en la familia, en los niños (“dejad que los niños se acerquen a mí”), que además es joven, sonríe y por sobre todo habla un lenguaje sencillo: el “Mesías” trae un mensaje, el mensaje del cambio. ¿Qué puede ser ese mensaje sino la revelación misma de la verdad?  Las consignas de “viva el cambio”,  “el mensaje del cambio”, u otras similares, golpean directamente a una masa mayoritariamente “cristiana” -no sólo católica-. Un ejemplo de ello, la publicación del diario el Mercurio del 12 de diciembre de 1999 (día de las elecciones presidenciales entre Lavín y Lagos), cuya portada señalaba: “Chile De Voto”. Aquí se obtiene un doble sentido: “de voto” en tanto acción civil, y “devoto” en tanto devoción religiosa. Estas palabras se acompañaban de un fondo negro y letras blancas, colores altamente relacionados con  el cristianismo: dos mundos, el más allá y el más acá.

Esta es la cara de Lavín, la cara del “mensajero”, el que trae la “buena nueva”, el que trae el “cambio”. En tanto mensajero, Lavín es el consenso, la disminución de la tensión, la trascendencia suprahistórica “más allá de la política”: el mensajero que va a apoyar a la “clase media y los más pobres”. Efectividad política, en tanto se rescata justamente lo que el mismo neoliberalismo negó y negará: a los más pobres y a la clase media. “Política”, “políticos” aquí significan el “mundo de lo falso”, donde el mundo verdadero es la relación de la “gente” con la figura divina. La verdad es el más allá que entra en conexión con el más acá purificado de “lo político”. Nótese que el discurso cristiano desde el cristianismo primitivo del “Imperium Romanus”, es inmensamente despolitizador: el vinculante “hermano” extiende a la familia hacia el campo de lo público reemplazándolo. Esta extensión hace de lo político una cuestión de administración familiar y por lo tanto se lo reduce a un asunto de gestión tecnológica. En este contexto, la búsqueda por la pureza de la verdad coincide con la pobreza de la polis[12] .

Pero la clase media, otrora movilizada desde la D.C -nótese el sentido religioso en su versión D.C y después UDI-, ahora es atraída por la UDI. Es la derecha hegemonizada por la UDI quién se apropió del tradicional lugar de la D.C. Es en este sentido que puede pensarse la gestión de Hormazábal (ex -presidente de la colectividad) al intentar recuperar dicha expropiación, como muestra el enorme “acto fallido” en la inscripción electoral de los candidatos[13] .

El otro rostro de la UDI es el de Longueira: el enojón, el directo, el peleador, el que se ocupa de cuestiones “mundanas”. No se eleva sobre los conflictos: los produce. No muestra sonrisa: se enoja y polemiza permanentemente. No trae la buena nueva: revela lo mal que está la realidad, prepara el camino del mensajero. El reino de la tierra es Longueira, quién se enfrenta cara a cara con el resto de los políticos: él es “tocable” y por ello “duro”,  a diferencia de Lavín, el reino del cielo, que en tanto mensajero es “intocable” y “espiritual”. Y no sólo con el “resto” de los políticos, sino también directamente con el presidente. La estrategia política funciona a la perfección: por un lado Lavín se eleva sobre los conflictos para dictaminar su veredicto; por otro lado Longueira que es la trampa en la cual cae la Concertación: Longueira crea un conflicto, la Concertación contesta y aparece Lavín sobre ambos bandos, “mas allá de la política” para sonreír,  no meterse en ello y “acercarse a la gente”. Así, se erige a Lavín como el “mensajero”, el único que comprende a la gente en tanto no pertenece al reino del mal de la política. En este sentido, el desconcierto de la Concertación se revela directamente en la consideración de que “el liderazgo de la UDI es inconsecuente, Longueira no le hace caso a Lavín, se contradicen mutuamente”: al contrario, el liderazgo de Longueira posibilita y apuntala la “despolitización” de Lavín. No son dos voces contradictorias, sino la misma voz con dos rostros diferentes. Dos rostros que desconciertan en la medida en que se debe pelear contra uno y consensuar con el otro. Dos rostros que se asientan sobre una estrategia política como antaño lo hacían los partidos de izquierda.

 Ahora bien, ¿Cómo puede pensarse esa posición del “político que no es político”? Lavín es el ausente que, sin embargo, está presente. Lavín ha adoptado la figura del fantasma: una presencia ausente. Es presencia pues aparece, pero dicha presencia cobra fuerza en su misma ausencia: todos saben de su presencia, las discusiones muchas veces giran en torno a sus declaraciones, y sin embargo, está ausente: es un político que “hace cosas” que “gestiona”, un político, en definitiva que está en permanente desmarque respecto a su condición. “Desmarcar” aquí significa escudarse en el campo técnico: reducir la política a una mera cuestión de gestión.

4. El Chile Detenido Desaparecido.

Chile, se ha vuelto un pueblo fantasma: un pueblo ausente y al mismo tiempo presente como complicidad y aburrimiento. Un pueblo “detenido” porque ha perdido “su” proyecto –perdido en 1973- y yace sin tiempo, y “desaparecido” pues ha estado ausente de las grandes decisiones políticas que se han tomado, al menos[14] , en los últimos 30 años. El Chile detenido desaparecido es un pueblo convertido en masa. Así, pensar los “derechos humanos” como problema  significa recordar esa memoria que da cuenta de “una” historia. Abrir este problema significa despertar el fantasma de “un” Chile detenido y desaparecido. Ahora bien ¿cuál es el ese Chile al cual me refiero y sobre el cual pensaba el poema de Uribe?

La experiencia histórica de la Unidad Popular fue la constitución misma de la polis, es decir, de un espacio de acción (en el sentido arendtiano), en donde lo que se juega es el problema de la libertad.  Así, en un país en que tradicionalmente la “clase política” ha jugado un rol conservador, la abertura de lo político y la transformación del país en una polis –con todo lo de “empanada y vino tinto” que ésta polis tendría, por supuesto- sería lo preciso de exterminar desde la conspiración terrorista de los EEUU en el contexto de la “guerra fría”[15] . La apertura de lo político en la Unidad Popular, en que lo que estaba en formación (Bildung, en sentido hegeliano) no era solamente la clase trabajadora, sino la autonomía de un país entero[16] , es clausurada completamente por el golpe de 1973[17] . Lo que es preciso pensar aquí es que si es cierto que la Unidad Popular fue el único proyecto político autónomo que ha tenido la historia de este país, entonces fue ese proyecto de autonomía lo que se desgarró: se mutiló entonces, un proyecto de país, un sueño. La mutilación de este sueño significa la pérdida de la historicidad: si no hay futuro, entonces tampoco pasado, quedando la pura fuga de un presente que se escapa. La detención y desaparición de ese Chile ha detenido al tiempo histórico y por eso mismo, hemos perdido demasiado tiempo. El grito nietzscheano que denuncia el nihilismo como la desvaloración de todos los valores, la pérdida del sentido y la aniquilación del deseo son cuestiones consumadas en el país que no es[18] .   

La memoria, no concebida como facultad psicológica, sino como testimonio abierto, como un fantasma,  insiste –cual “pulsión” en el sentido freudiano-  para revelar el abismo que constituyó a esas mismas instituciones. El Estado chileno actual tuvo que detener y hacer desaparecer para erigirse: acto de fundación como acto metafísicamente terrorista. Un Chile hizo desaparecer a otro: la violencia constitutiva del Estado chileno refundado a principios de los 80 se torna irrepresentable: el derramamiento de sangre, las desapariciones, la tortura, el exilio, la persecución, son todas cuestiones que embargan un cierto “extrañamiento” de este país. La desventura de los llamados “retornados” que vuelven a una tierra que no es lo que fue, es la desventura generalizada de un chile –lo escribo en minúscula- que, en su “retorno”,  ha llegado a un hogar extraño[19] : un país extrañado de sí mismo[20] .

En este país extraño a sí mismo, el intento por resolver los casos de derechos humanos en Chile golpea desde dentro a la institución del Estado: como el mundo de Antígona, todavía existen cuerpos fuera de la ciudad. Los cuerpos no se han enterrado porque están desaparecidos. Los cuerpos que aún yacen fuera de la ciudad significan que el discurso oficial no habla sobre ello. En este punto, resulta decidor el desmentido del informe de la Universidad de Glasgow respecto a la identidad de “ejecutados políticos”-nótese el nombre: ¿acaso no es lo político lo que ha sido ejecutado?-: los ejecutados políticos no pueden ser nombrados, son desconocidos, son fantasmas que en su ausencia revelan su presencia.

¿Por qué el discurso oficial no puede hablar de ello? Porque el campo político quedó trazado en la negociación de 1989, después de esta fecha, todo problema político se esconde en lo técnico[21]. La emancipación de la esfera técnica en contra de lo político olvida el único asunto central de los últimos 30 años, a saber, el Chile de la Unidad Popular como proyecto que fue desgarrado, hecho detener y desaparecer [22] y su insistencia de justicia. Justicia que significa no sólo condena a los culpables directos e indirectos, sino también justicia a esa herencia. Justicia como trabajo de la herencia. 

RODRIGO KARMY BOLTON

A treinta años del Desastre.

_________

[1]

Uribe Arce, Armando, “Las críticas de Chile”, editorial Be-uve-drais, Santiago de Chile, Chile, 1999.

[2]

Al respecto resulta interesante ingresar a La Moneda y mientras se camina hacia la “Alameda” mirar hacia atrás y ver la cámara de vigilancia: que mejor metáfora de una “democracia vigilada”.

[3]

Travesía del desierto: ¿acaso esta “travesía” no marca un período de enorme desorientación política en la derecha ocultada tras el bando militar? ¿No es esta “travesía” la perdición durante 40 años en el desierto? Travesía en el desierto que después de años escondidos tras los militares, rompen ese cerco, acontece un cambio generacional y progresivamente van enterrando a Pinochet. 

[4]

En ese gesto el Estado chileno pide perdón a los familiares: se lamenta pero no se condena. Situación similar, como veremos más adelante con la actitud de Lagos ante la guerra de Irak en Nota 5. No hay condenas sólo lamentaciones.

[5]

El único arresto fue el de Manuel Contreras por el caso Letelier y a expresa petición del gobierno norteamericano.

[6]

Véase la reacción del gobierno chileno ante la Guerra de EEUU: Lagos lamenta que las Naciones Unidas no hayan podido impedir la guerra, mas no condena.

[7]

 En el sentido de Freud con su “Moisés y la religión monoteísta”.

[8]

Así, a propósito de las últimas elecciones, se puede entender porqué la UDI como el PS-PPD hayan tenido las más altas votaciones: ambos expresan “el cambio”, el pragmatismo hecho y derecho. 

[9]

La moda de este concepto hace que sospechemos de él: ¿no son la bienvenida al “ciudadano” a la “sociedad civil”, a la “equidad” formas de administración más eficaz de la sociedad neoliberal? ¿No resultan irrisorios cuando a lo largo del siglo XX es la “subjetividad moderna” como individualidad libre la que ha estado en tela de juicio con la aparición de las grandes burocracias mundiales hasta el día de hoy en la dominación globalizada?

[10]

Nótese que conceptos como “democracia” hoy día resultan problemáticos: ¿Qué puede ser la democracia en una sociedad en que es la televisión quién “selecciona” no sólo los candidatos, sino también los deseos de cada posible votante? ¿Es acaso la catástrofe de la democracia occidental, expresada en Auschwitz y “villa Grimaldi” su propia consumación? Lo que los doce años de Concertación abren a la reflexión es si ¿no será ésta la democracia occidental misma, una democracia fundada y operada técnicamente?

[11]

En este contexto no resultará extraño que un general fascista como Arancibia deje las FFAA y se vista de civil para representar un cargo en el senado por la V región.

[12]

Recordar en este punto el auge de la filosofía platónica en el momento mismo en que el espíritu agonal y la aparición de la subjetividad socrática ponen en crisis a la polis griega.

[13]

Como recordatorio del “dato”: la inscripción de los candidatos D.C en la elección del 2000 por senadores y diputados hubo un “error” formal. En estas circunstancias de sospechas fundadas en lo que no fue de la Concertación, los “errores” pueden leerse como síntomas.

[14]

Esto es discutible: si bien es cierto que el Estado chileno es la reencarnación de la monarquía española y que desde la ausencia de la firma de O´Higgins en el acta de independencia se puede decir que la nación ha sido la gran ausente, sólo me propongo en este texto pensar los últimos 30 años.

[15]

Ese término tan anglo-sajón que hiela la verdad de lo que allí ocurrió: muy fría habrá sido para el NORTE, muy caliente, sin embargo, para el SUR.

[16]

Habría que investigar en este punto cómo en América latina, muchos proyectos revolucionarios adoptaron la forma “socialista” (piénsese en la revolución sandinista, la cubana, etc.) como forma de autonomizarse de la dominación del gran capital.

[17]

En este punto, por supuesto, habría que preguntarse si las democracias occidentales pueden aspirar a constituirse en culturas políticas y no meramente tecnológicas. El propio devenir de las democracias occidentales en que la esfera técnica se ha emancipado, ha inaugurado sus propias catástrofes: Auschwitz y Villa Grimaldi.

[18]

Resulta interesante preguntarse por la popularidad de los llamados “Reality Shows”, ¿acaso la lógica del Terror y de los Campos de Concentración vividos en Chile puede multiplicarse en toda la legalidad y legitimidad desde la televisión?

[19]

“El retorno a la democracia” como el retorno a un sitio que ya no es, pero que aparece como si lo fuera: la experiencia radical del extrañamiento, del “unhemlich” y el “retorno de lo reprimido”de Freud.

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En este punto resulta interesante preguntarse por la actual campaña terrorista de “seguridad ciudadana” que instala la lógica de guerra en el ámbito de las relaciones más íntimas.

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Sea técnico el discurso sobre cálculo económico, como el jurídico, que nuestros legisladores alaban con tanta devoción.

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Cuestión que hasta la misma Concertación lo reconoce cuando hace sus primeras campañas políticas centradas en la “libertad”, “justicia” y “paz”-canción del “No”.