Alrededor de la pérgola de las rosas, se calientan exámenes, se toma el sol.

Al Casino entran los valientes; mucho humo. Alguien toca la guitarra.   

Nicanor Parra  se pasea con sus discípulos por los pastelones de una

diagonal. Lo escuchan.

Juan Rivano enseña filosofía y plantea revoluciones por la diagonal cruzada. Lo escuchan.

No se encuentran.

Don Eugenio González Rojas, parsimonioso, explica los afanes de la Filosofía.

Neruda viene a percibir otra distinción máxima. Distraído en sí mismo.   

Genaro Godoy hace gorgoritos en Latín y el Dr. Oroz devanea sobre la Lingüística.  

Don Arturo Piga entra decidido a usar el vocablo “vómito” en plena clase.

Oscar Skewes,  criollo “Professor Higgins,”  con el corazón encendido en su pipa, camina hacia su coupé.

Don César Bunster lee a sus alumnos pasajes de “Kira Kiralina” de Panait Istrati y don Roque Esteban Scarpa los deslumbra con su discurso jugoso.

De mucho delantal blanco, el Negro Morales y el hipnotizador Guillermo González, muertos de la risa frente al pabellón de Química.

Willy Donoso, detrás de sus anteojos,  corre  rumbo a su laboratorio.   

Los amigos del alma, Michel Labadie, Eduardo Vilches y Hugo Montaldo, parten al Estadio a aplaudir a la U. Hasta la muerte.

Ambrosio Ravanales, frente a sus alumnos fatalmente rezagados en Lingüística General.

El “Pájaro Loco” Sepúlveda, vehemente, seduce a las mechonas para que ingresen a la  U.E.C.P.

Por aquí, Julio Orlandi, juvenil y galante, en medio de un corro de alumnas;  el gringo Jack Ewer, a grandes trancos, portadocumentos en mano y Eusebio Flores, tranquilino, se dirigen a sus respectivos pabellones.        

Por allá, Antenor Rojo Galleguillos se escurre, raqueta en mano, rumbo al Court del Colegio Suizo.    

Don Egidio Orellana y don Oscar Ahumada, de anteojos negros, incógnitos, casi  animados, detrás de la pérgola.

Fernando Ortíz, el Pito Enríquez y don Hernán Ramírez cuchichean..  

Ariel Dorfman destruye butacas en el teatro de la Escuela de Periodismo. Le carga la visita del venezolano Caldera.  

El Huaso Valenzuela y René Valencia, con la mejor voluntad del mundo, se desollan recíprocamente.

Luis Oyarzún  y  Jorge Millas  discuten . El primero lleva la batuta; el segundo, un  cigarrillo encendido. 

Entre cejas, sonriendo levemente, flota sobre nubes filosóficas, Humberto Giannini Iñiguez. 

Antonio Avaria conversa con la Sonia Covacevich. También están la Gilda Fantinati y  la Renée Viñas.

Armando Casigoli, consternado por la guerra de los Seis Días.

El Negro Acevedo, don “Astolfio Tapa,”  Juanito Tarraff, el Chino Chea, la Silvita Galdámez y Ernesto Evans, en el edificio del papeleo.    

Ya nadie usa gomina. Jorge Guzmán comienza a perder el pelo de tanto fruncir el ceño. Skármeta, de tanto sonreir. 

A Nicanor le sigue creciendo el parrón. . .

La Nelly Donoso y la Guillermina, embelezadas, charlan con René Charó. 

Héctor Castillo, libro en mano,  bajo un sombrero de paja italiana. 

¿Quiénes forman el  “quinteto de la muerte?”  ¿Será éste, será aquél?

Enrique Jara y don Isaac Edelstein intercambiando silencios. Ernesto Garrote

merodea.

El Dr. Pedro Zuleta, de corbata de humita, conversa con el muy popular doctor Luis Muñoz.

Rodolfo Rojo, en amistoso coloquio con el Padre Contreras: Manolo López  y el Poli Délano se dan codazos en las costillas.  

Don Antonio Doddis en la puerta de la Biblioteca.

Jorge Teillier, con un libro apretado bajo el brazo y con la vista baja, avanza hacia “Las Lanzas.” 

Nos visita Julio Cortázar. Con sus erres francesas nos habla sobre su ingreso a la  historia.

Periódicamente, Sergio Martínez, Comandante del Centro de Alumnos de Filosofía, ordena la toma del edificio.

Llegan los “Sin Casa,”  con fogones, olla común,  niños y perros.

El Pedagógico es un campamento;  el  Mickey Rooney, su jefe supremo.