Brindo entre los huachucheros por un trago de huachucho porque soi como aguilucho para tomar caballeros, soi de los aguardienteros tomador hasta la muerte digo Cristo hasta no verte, cuando me pongo a beber mas bien dejo de comer por una copa de fuerte. José Hipólito Casas Cordero.

I. Beber y brindar

Las costumbres etílicas de nuestro pueblo son con seguridad tan antiguas como las primeras formas de sociabilidad que se desarrollaron en el territorio chileno. Oreste Plath señala que los indígenas conocían la chicha de maíz con el nombre de taqui y que “los españoles, sorprendidos con el vicio procedente de los maizales, llegaron hasta a arrancar las plantaciones” [1] . La existencia de otros frutos, tales como el maqui y la murtilla, permitieron que los mapuches pudieran proveerse permanentemente de este licor y también de chicha de manzana, o sidra, como la llamaban los españoles, obtenida gracias a los abundantes bosques de manzanos.  Asimismo, consigna Plath que, a mediados del siglo XVI, primero en Santiago y luego en Concepción, fueron plantados los primeros viñedos, con el fin de abastecer de vino a las iglesias para los cultos religiosos. “Después, según parece, estallaron las compuertas y el vino corrió por los lomeríos, valles y pueblos” [2] . El cultivo de la vid aportó nueva materia prima para la elaboración de chicha, que en los siglos siguientes corrió aparejada con la producción de vino. A mediados del siglo XVIII, se introdujo en Chile la chicha baya (cocida). Por esa época, la costumbre de emborracharse con este licor generó reclamos por parte de las autoridades por el “desaforado apetito de la gente plebe” y se instruyeron medidas para “deshacer” borracheras y órdenes de azotar y trasquilar los cabellos de quienes se encontraran bebidos. Junto con ello, un bando del Ayuntamiento de Santiago prohibió la fabricación y la venta de chicha [3] . Sin embargo, un siglo más tarde –cuando las labores agrícolas se habían intensificado notablemente y, con ello, la convivencia diaria de gran cantidad de peones y trabajadores temporeros-, los intermedios en las faenas eran “regados” con abundante chicha, y amenizados con cantos y juegos de naipes [4] . En la segunda mitad del siglo XIX, se instruían medidas para poner atajo a las actividades populares celebradas en torno a la bebida. Así tuvo lugar la clausura de chinganas en un sector de Santiago, por parte de Benjamín Vicuña Mackenna [5] . En éstas, el consumo de toda clase de “licores espirituosos” era un elemento  fundamental, “con el agregado de viandas, canto, música y bailes” [6] . En estos lugares, además de la chicha y el vino, según lo consignan los poetas populares, se bebía cerveza y abundaba el aguardiente, de distintas calidades; al parecer la menos buena era la llamada “huachucho” o “guachucho”, de donde provenía el apelativo de “huachuchero”. El aguardiente se tomaba pura o en preparados o “fuertes”, tales como la mistela, el ponche en leche, el ponche en canela y el ponche en culén, entre otros. Los intervalos que se producían entre canto y canto servían para que el público bebiera y los cantores “compusieran la voz”, como lo consigna, por ejemplo, el poeta Juan Rafael Allende:

Para componer la voz Denme un trago de la baya De la mejor que vendimian En el valle de Aconcagua, De la que toman los futres, De la que toman las damas. [7]   

Por cierto, el alcohol estaba presente también en las celebraciones populares del campo (trilla, carreras de caballos, peleas de gallo): “El alcohol era un apoyo esencial y un elemento indispensable en todos los acontecimientos que se sucedían en el transcurso de la fiesta. Para amenizar la conversación, acompañar un juego de naipes, celebrar cierto acontecimiento o alguna broma, o saciar la sed del que recién llegaba o del que había terminado de bailar una zamacueca, siempre estaba lista una jarra de vino solo o hecho ponche, o bien la chicha o el chacolí. Ello producía, por supuesto, el veto moral de los sectores dominantes, que veían en los grupos de borrachos sólo una expresión de desorden y malos hábitos” [8] . Pero la costumbre de beber no fue tradicional sólo en las fiestas. Rodolfo Lenz señala que a fines del siglo XIX en los velorios de angelito era “indispensable remojar las gargantas de todos los asistentes con toda especie de refrescos, vino, cerveza, chacolí, chicha, ponches i los demás productos de la industria casera de bebidas, jeneralmente alcohólicas, según lo permita la estación del año i el bolsillo de los padres” [9] . Es más, el ponche y el aguardiente campeaban incluso en las celebraciones de Todos los Santos, como lo testimonia, muy a su pesar, el poeta Juan Bautista Peralta en la composición titulada “Un viaje al cementerio”:

......

Allí donde solo el llanto El suspiro y el llorar Debía pues imperar El regocijo reinaba, Pues el necio se embriagaba

Y fue a bailar y cantar .

(La lira popular Num. 79)

Además de las fiestas propiamente tales, como la Independencia, la Pascua o Todos los Santos, el fin de semana era también un intervalo para beber. Coincidiendo con la celebración católica, el domingo fue tradicionalmente destinado al esparcimiento popular y usualmente estas actividades se extendían hasta el lunes, que, en la práctica, era una día festivo más. Esta costumbre de beber varios días seguidos después de la jornada semanal es consignada en la siguiente cuarteta:

Yo trabajo la semana Y el domingo me la tomo; El lunes planto la falla, Y el martes le pongo el hombro.

A propósito, Lenz cuenta que el poeta Aniceto Pozo: “la mayor parte de la semana la dedica al trabajo; pero el sábado por la tarde suele aceptar la invitación de algún conocido o propietario de una fonda rústica en los alrededores de Santiago, donde permanece hasta el lunes” [10] .

Tan antigua y persistente como la costumbre de beber es la de brindar. 'Los conquistadores bebían sin moderación en los banquetes. Uno de los cargos que se hicieron a don Pedro de Valdivia fue el haber introducido en Chile la moda de 'los brindis a la flamenca'; acusación que se hizo más intensa contra el gobernador Alonso de Ribera en 1602, por su afición 'a los brindis de Flandes con muy gran descompostura y fealdad, poniendo las botijas de vino en las mesas sobre manteles y brindando con mil ceremonias por cuantos hombres y mujeres le vienen a la memoria y a la postre a los ángeles porque así se usa en Flandes”. [11] Curiosamente, la ceremonia del brindis, aunque ciertamente no “a la flamenca” –que, según Plath, consistía en beber en grupos, con los brazos enlazados-, fue posteriormente corriente en las reuniones políticas y sociales de la elite gobernante, y desde O’Higgins en adelante, las autoridades recibieron brindis en su honor, cada vez que se producía una instancia de solemnidad. Por ejemplo, en 1875, mientras pasaba sus vacaciones en Valdivia, Vicuña Mackenna fue invitado a un banquete en su honor en Concepción. En medio de un brindis le propusieron ser candidato a la presidencia de la República para el año siguiente. También recibieron brindis y brindaron Santa María y Balmaceda, cuando en 1884 realizaban una gira hacia Concepción. “En la escala en Talca (…) al momento de los brindis  en el banquete, uno de los oradores, Ramón Antonio Vergara, terminó  sus palabras pidiendo una copa por el señor Santa María y su primer ministro el señor Balmaceda.  (…) Del banquete de Chillán, un corresponsal informó que el brindis del Presidente fue acogido con vivas y repetidas aclamaciones, agregando, a continuación, igualmente fue muy aplaudido el brindis del señor Balmaceda, quien, además, fue vivado al ponerse de pie, repitiéndose los vivas y aplausos durante el discurso que pronunció” [12] .  En los campos, en tanto, se hizo costumbre que en los descansos de las trillas a yegua se brindara para “saludar” a los que participaban en la faena. Estos “saludos” se repetían igualmente en fondas y chinganas. Rodolfo Lenz señala, a propósito, la presentación del poeta Pozo en una fonda de Renca: “El público en silencio prestaba atención i en los intervalos circulaba el potrillo con el famoso ponche en culén, fabricado con anís del mono que uno brindaba al otro con frases ceremoniales como “le quito el veneno” (le brindo el primer trago), “le comprometo”, “le cumplo” (o: “se la hago”, “se la pago”) [13] .

II. El brindis: una forma poética

Es poco probable que las frases ceremoniales que refiere Lenz hayan tenido una evolución que permitiera dar origen a los brindis [14] como forma poética, por la sencilla razón de que esas frases pertenecían al ámbito lingüístico de comunicación del público y dentro de ese ámbito cumplían perfectamente su función. Sin embargo, es muy posible que los poetas populares se hayan inspirado en la situación en que eran dichas estas frases para crear composiciones en versos, que quedaron registradas en la lira popular [15] . Con ello podrían satisfacer, desde su rol, la necesidad de saludar a los demás antes de tomar un trago, todo ello en el espacio social de la fonda y la chingana. “...a brindar me obligo”, señala la poeta Rosa Araneda:

Por todos voy a brindar Con un semblante halagüeño: La dueña de casa, el dueño, Me tendrán que disculpar, En este particular Poniendo toda atención, Con mucha veneración; Y ya que a brindar me obligo, Alzando la copa digo: ¡viva la Constitución! [16]

Acerca de la forma de los brindis, Lenz señala que éstos son compuestos “regularmente en espinela” [17] . Esta estrofa de diez versos octosílabos es la misma que se emplea en los cantos a lo poeta. “Esta forma métrica consiste en una cuarteta, a la que siguen respectivas décimas que deben terminar, de primera a cuarta, con el verso correspondiente de la cuartera, en el mismo orden. Nuestros poetas populares agregaron una quinta que llaman pie o estrofa de despedida” [18] . En ciertos casos, el brindis llega a reproducir casi íntegramente esa estructura. Algunos ejemplos de la lira popular nos permiten observar esta “copia” formal. Es lo que ocurre con esta composición, de José Hipólito Casas Cordero:

Brindis a la Patrona del Ejército chileno

Por la Virjen del Carmelo, Brindo por nuestro fusil I por ese mes de Abril Que dió gloria a nuestro suelo Ella es todo mi consuelo, Quien quita toda pena Es la reina que resuena Por ella todos clamamos Pido en voces que digamos: ¡Viva la patria chilena! A la misma reina Brindo Madre soberana Al oir esta cancion, Por defender la nacion De toda tu lei cristiana; Sois el remedio que sana Al enfermo enhorabuena I de alegría se llena Tu nombre sin amargura, Si decimos con dulsura: ¡Viva la patria chilena! A las glorias chilenas Brindo, Misericordiosa Por tú infinito poder, Que pudiste defender Tu manto, Madre preciosa: Como eres tan poderosa Rompes la dura cadena, Con tu piedad tan serena Socórreme en este dia Digamos con alegría: ¡Viva la patria chilena! A los nobles patriotas De nuevo voi a brindar A nombre de tal persona, Por esta misma Patrona Que es dueña de todo hogar; Gracias le debemos dar Con invocacion tan plena, De sus hijos no se ajena, Como unos fieles humanos Digamos todos hermanos: ¡Viva la patria chilena! Mas honores Al fin, brindaré, señores Con mi sentido veloz, Por ser la madre de Dios Que nos colma de favores; Esos lindos resplandores Perfuman como azucena, Pido como Magdalena Perdón en corta distancia Digamos con arrogancia: ¡Viva la patria chilena! [19]

Esta “tirada” de brindis está organizada en cinco estrofas en décimas espinelas. A pesar de que cada estrofa va precedida de un título, es evidente que, con excepción de la primera, cada una es continuación de la anterior; en todas, el sujeto que brinda (el que enuncia) es el mismo y lo hace en torno al mismo tema (entregando variaciones respecto de un enunciado inicial), tal como ocurre en las glosas. La quinta estrofa, que se abre con la fórmula “Al fin...”, propia de las despedidas [20] , cumple exactamente la misma función que tiene la última estrofa en los cantos a lo humano y a lo divino. La única diferencia formal respecto de éstos es la ausencia de la cuarteta, cuya falta es suplida en la glosa [21] por el estribillo “¡Viva la patria chilena!”, que se repite al final de cada décima.   

Otra composición en el mismo estilo aparece en una hoja firmada por Margarita Flores (Nueva poetisa) [22] . Un brindis titulado “A don Federico Errázuriz”, celebra en cinco estrofas el triunfo del candidato. Lo mismo que en el brindis que analizábamos antes, la quinta estrofa comienza con la fórmula de despedida “Al fin...”.

A don Federico Errázuriz Brindo aquí fiel i prudente En este dia lo indico Por el señor Federico Que va a ser buen presidente Con un placer eminente Se sentará en la silla Con su lujo que le brilla I a su familia tambien Lo vivan a él mui bien Por los pueblos i las villas. Brindo por mi candidato Con alegria  i contento En este feliz momento Yo opino por el beato. Sin tener ningún recato Como hombre,  ciudadano, Con un gusto soberano Esta hechura voi hacer Con mi corto proceder Le paso el vaso en mi mano. Brindo, pues, por los cantores Que se lucen con su canto Con un gusto, digo tanto Se desgranan como flores Brindo por los senadores Hoi aqui en esta ocasion Con mi digno corazon Los aplaudo en jeneral I a toda la capital Porque es mui buena nacion. Brindo por los concurrentes Que se hallan congragados Por lo bien que se han portado Señores, condescendientes. Haré mis labios corrientes Aquí i en muchos lugares Yo les quito los pesares Al mas triste de este mundo Como poeta fecundo Me luzco en mis cantares. Al fin, con severidad Voi a beber mui tranquilo I por este mismo estilo Brindo con jovialidad. Por nuestra leal amistad Hablo aquí sin confusion Feliz en esta ocasion En que alegres nos hallamos I es justo de que bebamos Por la paz i por la union.

Si bien este tipo de estructura de cinco estrofas es la menos común dentro del género, nos permite constatar que el brindis es, formalmente, deudor de los cantos a lo poeta, y la prueba de ello es la adopción de la décima espinela para su composición. Juan Uribe nos informa que los brindis pueden tomar la forma de contrapuntos o de décimas sueltas [23] . Los segundos son los que más comúnmente pueden hallarse en el corpus de la lira popular, en muchos casos con un título que indica su contenido (“De las conductoras de San Felipe”, “Brindis a la patrona del ejército chileno”, etcétera). Sin embargo, es posible también hallar breves contrapuntos al interior de una “tirada” de brindis, como el siguiente, de José Hipólito Casas Cordero [24] :

De las conductoras talquinas Señores: voi a brindar Con alegría y honores; Les pido que mis errores Me los han de disculpar. Esta copa voi a alzar Sobre lo que se termina Cuando el instrumento trina Se me alegra el corazón, I en la feliz reunion Soi conductora talquina. De las conductoras chillanejas También se me hace preciso De unas palabras hablar I este brindis contestar Si me ceden el permiso: Brindo por la faz que piso Como bien lo observaran, Por los que presente están, Gozo del dulce recreo I por todo me paseo En los carros de Chillán.

Si bien se trata en este caso de un contrapunto [25] “simulado” en el que el autor pone en boca de un segundo personaje una “contestación”, lo más probable es que este recurso sea el reflejo de una práctica realizada por los poetas populares frente a un público, al modo de los  cantos “por desafío”. A fines del siglo XIX, señala Uribe, los poetas populares solían competir en verso en las fondas [26] . Lamentablemente, de esta práctica las hojas no dan testimonios, posiblemente por ser éstas recopilaciones que cada poeta hacía exclusivamente de sus versos. Como fuera, el brindis adoptó definitivamente la forma de una estrofa en décima, elaborada en torno a un núcleo verbal –brindo, brindaré, voy a brindar, etcétera- y corrientemente encabezada por un verso en el que se identifica la voz de quien ofrece el brindis: “Brindo, dijo un arriero”; “Brindo, dijo un abastero”; “Brindo, dijo un lechero”, etcétera. El género, definidio formalmente según estas características, se cultiva hasta nuestros días.

III. “Miniaturas” costumbristas y contingentes

 

Los brindis, a diferencia de los cantos a lo poeta, pertenecen, apunta Lenz, a la “poesía meramente recitada” [27] . Si ello significaba que ocupaban un lugar complementario respecto de los primeros, esto se percibe claramente en las hojas, pues siempre son puestos hacia el final, como un apéndice de las composiciones principales, que se destacan en los titulares. Un apéndice alegre, eso sí. Así, por ejemplo, en las hojas de José Hipólito Casas Cordero, el más brindador de los poetas de la lira popular, que con regularidad dedica una o las dos columnas finales de sus impresos para entregar una compilación de brindis. Si antes señalábamos que se trata de una forma poética que parece ser deudora de los cantos a lo poeta, podemos agregar que, en cuanto a las temáticas de éstos, también existe una relación -¡y cómo no, si los cantos a lo poeta exploran con amplitud y profundidad la tierra y el cielo desde la visión popular! Al señalar una clasificación de los temas o fundamentos de los cantos en siete tipos distintos (a lo divino; a lo humano; por angelito; por astronomía; por geografía; por historia; por literatura) [28] , Manuel Dannemann indica que éstos fundamentos pueden, a su vez, dividirse en subtemas. “Por amor” y “por chichería”, son, por ejemplo, subtemas de los versos por fundamento a lo humano. Los versos por chichería (de chicha), tratan acerca de las diversiones relacionadas con el consumo de bebidas alcohólicas. En términos generales, y haciendo la salvedad de los singulares brindis de cinco estrofas analizados antes, los brindis en décimas sueltas podrían perfectamente definirse a partir de esta categoría temática –poesías “por chichería”-, pues es, justamente, el beber del pueblo, con alegría y con humor, el que aparece representado en estas composicones, a través de una amplia galería de personajes.

Brindo, dijo un carretero, Por la picana y el clavo, Si me sale un toro bravo Aquí mismo lo toreo; Saco el lazo y lo laceo, Saco el cuchillo y lo capo, Echo los cocos a un saco, Hago todos mis deseos; Preparo una buena ensalada Y me los como en causeo [29] .

“Los brindis son miniaturas”, señala Uribe, apuntando a su forma; “son autorretratos alegres”, agrega, refiriéndose a su contenido. Por lo general, en los brindis, el poeta cede la palabra a diversos personajes, para que desde su propia experiencia hablen de su condición social o, más comúnmente, de los oficios que realizan, alardeando de sus aptitudes, casi siempre en tono jocoso. Uribe anota al respecto: “Toda la variada y pintoresca galería nacional está representada en alardes eufóricos. El artesano, el minero, el huaso, la conductora, el pampino, el falte (vendedor ambulante de telas y ropa hecha), el pije, el peluquero, la chusquiza, la niña de familia, el roto, el militar, el cantor, etc., hacen elogio patriótico de sus respectivos oficios y actividades, con la descripción de atuendos y útiles de trabajo, y brindan por el regocijo general” [30] De este modo, los “populares” adquieren roles protagónicos y su valer es destacado a partir del propio oficio que practican:

Yo brindo, dijo un vaquero, Por el carrion de mi bota Por mi caballo patriota Por el corral i el chiquero Brindo por mi compañero Que anda en la lleguita Rana Es seguida por mi Juana Que es una de las coquetas Brindo yo por mis maletas I por mi sombrero de lana. (José Hipólito Casas Cordero) [31] Brindo, dijo un abastero, Con el cuchillo en la mano, Ofreciendo al parroquiano Su carne de enero a enero. Alegre i mui placentero Echó en un vaso un traguito, I con un tono maldito, Sin gastar pompa ni prosa, Dice con voz amorosa: ¡Pasarme a ver, caserito! (Daniel Meneses) [32] Dijo un chacarero, brindo Por mi arco de gualeta Y también por mi carreta Y mis bueicitos tan lindos; Pa trabajar no me rindo, Como agricultor les digo; En cáñamo pa mi trigo Trabajo la temporada Y recibo la tucada A los seis meses, mi amigo. (Horacio Valenzuela) [33]

A través de estos y otros brindis, podemos formarnos una idea de cómo vivía y trabajaba el pueblo. Oficios tales como el del “guatero” (vendedor de “interiores” y demás subproductos de la carne), el del “chanchero” (que voceaba por la calle “¡Huesos de chancho cocidos!”), el de las “chocolateras” (vendedora de chocolate caliente y tostadas con mantequilla), entre otros, nos informan no sólo acerca de las costumbres culinarias de las personas de fines del siglo XIX y principios del XX, sino que también de cómo esa gente se procuraba un espacio dentro del mundo del trabajo. Respecto de los cambios sociales que tenían que ver con ese mundo, el caso de las conductoras de los carros urbanos es bastante especial. La irrupción de las mujeres en este oficio, al parecer mal acogida por algunos sectores, entre ellos los conductores, es cantada en glosas por el poeta Bernardino Guajardo:

(…) Si la cochera es viejona Los pililos sin camisa Della empiezan a hacer risa Tratándola de rabona; Esto hace aquella persona Que no tiene educación, De toda la población Mil aplausos recibieron, Las primeras que se vieron Fueron dignas de atención. [34]  

Algunos poetas, sin embargo, las emprendieron contra las conductoras, debido a que les impedían o dificultaban la venta de sus hojas, dejando, de este modo, testimonio de un tema contingente. Juan Uribe destaca de esta polémica las siguientes glosas: “Los chicos de las conductoras” y “Los gajes de las mismas’’, “Las cocheras” y “Agravio de los cocheros”, de Bemardino Guajardo; “El Tefrán de las conductoras santiaguinas”, de Adolfo Reyes; “Versos a das mugrientas conductoras de Chillán”, de Felicirto Martínez; ‘‘Versos dedicados a las conductoras porteñas”, de Daniel Meneses; “Versos dedicados a cinco conductoras talquinas”, de Rosa Araneda; “La escasez de fichas”; “El Carnaval de las conductoras’, de El Tamayino [35] .  El poeta José Hipólito Casas Cordero, en particular, dedicó a las conductoras una decena de brindis, las más veces satíricos, tales como el siguiente:

Caballeros por mi carro También me obligo a brindar Y un trago voi a tomar Por el pico de este jarro, Me llaman la poto tarro La que vendía morocho También baile con el mocho El mentado Pata Larga Y en la empresa hice la carga Con el cochero veintiocho.

En otros brindis se burla de estas nuevas trabajadoras, atribuyéndoles una serie de defectos: “Conductora en Concepción/he sido sin variedad/aunque sin capacidad”; “Dejando yo un buen recorte/brindo por mi carro urbano”; etcétera.

Motivo de burlas eran también el futrecillo aparentado, la prostituta o el chacarero rico. La mayoría de las veces, estas burlas se llevaban a cabo mediante la ironía y el doble sentido, recursos profusamente empleados en los brindis de la lira popular. Parece que fuera un requisito que el poeta demostrara en estas composiciones no sólo la capacidad de sintetizar en una estrofa con sentido completo su alocución, sino que, además, lo hiciera con ingenio y con remates sorpresivos.

Brindo, dijo un cantinero, Por el mostrador y el armario, En donde lo paso, a diario, Empelotando al obrero; No me hace falta dinero, Lo paso de cuello tieso, Botándomeles a travieso Les hablo de carestía; Por eso les pido, hoy día, Por un plato, cuatro pesos. [36]

En muchos casos, la riqueza expresiva de los brindis se funda precisamente en la frescura que le agregan los tonos humorísticos, tan propios de la oralidad y de  los espacios sociales de la diversión. Por su funcionalidad, como fórmulas de acercamiento y de distención entre los participantes de una fiesta, tanto como por sus infinitas posibilidades expresivas para la inventiva de los poetas, el brindis se ha seguido desarrollando, pasado el período de auge de la lira popular. Así lo confirma su uso, tanto entre payadores como en folkloristas, cultores de cueca y grupos de canto y danza en el presente. Desde luego, para dar cuenta de la evolución de este género se necesita de un trabajo de investigación extenso, que no sólo considere la producción de la lira popular, sino que todos los versos de este género que median entre ese corpus y los que en la actualidad se están conformando, la mayor parte desconocidos para nosotros. Por el momento, nos contentamos con señalar que esta forma poética, surgida como una estructura y un contenido funcional a las fiestas y a la bebida, manifiesta en su esencia un aspecto del modo de ser del sujeto popular.

Bibliografía

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3 ................................, Tipos humanos en la poesía folclórica chilena. Ensayo filológico, antropológico y sociológico, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1995.

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6. Muñoz, Diego, comp., La lira popular: una joya bibliográfica que revela la supervivencia de la juglaría medieval en Chile, München, F. Bruckmann KG Verlag, 1968.

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8. Navarrete, Micaela, comp., Aunque no soy literaria: Rosa Araneda en la poesía popular del siglo XIX, Santiago de Chile, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 1998.

9. ........................................., La lira popular: poesía popular impresa del siglo XIX. Colección Alamiro de Ávila, Santiago de Chile, Archivo de Literatura Oral y Tradiciones Populares, Editorial Universitaria, DIBAM, Departamento de Extensión cultural, 1999.

10. Pereira Salas, Eugenio, Apuntes para la historia de la cocina chilena, Santiago de Chile, 1977.

11. Plath, Oreste, Baraja de Chile, Santiago de Chile, Editorial Grijalbo, 1998.

12. Salinas, Maximiliano, y otros, El que ríe último...Caricaturas y poesías en la prensa humorística chilena del siglo XIX, Santiago de Chile, Dirección de Archivos Bibliotecas y Museos - Editorial Universitaria, 2001.

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14. Uribe Echevarría, Juan, Flor de canto a lo humano, Santiago de Chile, Editorial Gabriela Mistral, 1974.

15. .....................................Tipos y cuadros de costumbres en la poesía popular del siglo XIX, Santiago de Chile, Pineda Libros, 1973.

16. Valenzuela Márquez, Jaime “Diversiones rurales y sociabilidad popular en Chile central: 1850-1880”. En: Formas de sociabilidad en Chile 1840-1940, Santiago de Chile, Editorial Vivaria, 1992.

17. Brindis Casablanca y Portezuelo, 1996-1997. Registro de audio. En: www.zocalo.cl

NOTAS [1] Oreste Plath, Baraja de Chile, Santiago de Chile, Editorial Grijalbo, 1998, pág. 19

[2] Idem, pág. 22.

[3] Actas del Cabildo de Santiago, del 18 de abril de 1760, citado en: Oreste Plath, op. cit. Pag. 24

[4] Jaime Valenzuela Márquez, “Diversiones rurales y sociabilidad popular en Chile central: 1850-1880”. En: Formas de sociabilidad en Chile 1840-1940, Santiago de Chile, Editorial Vivaria, 1992, pp. 345-391.

[5] Cf. Maximiliano Salinas y otros, El que ríe último...Caricaturas y poesías en la prensa humorística chilena del siglo XIX, Santiago de Chile, Dirección de Archivos Bibliotecas y Museos - Editorial Universitaria, 2001, pág. 41.

[6] Jaime Valenzuela Márquez, op. cit., pág. 383.

[7] Juan Rafael Allende, Poesías populares de El Pequén, Santiago de Chile, Impr. De Meza Hnos., 1911.

[8] Jaime Valenzuela Márquez, op. cit., pág. 383.

[9] Rodolfo Lenz, Sobre la poesía popular impresa en Santiago de Chile, Santiago, (s.n.), 1894, pp. 563-564.

[10] Idem. Pág. 524.

[11] Eugenio Pereira Salas, Apuntes para la historia de la cocina chilena, Santiago de Chile, 1977, pág. 29.

[12] El ferrocarril, 25 de enero de 1884. Citado por Rafael Sagredo en “Balmaceda en Concepción. Del aplauso al repudio popular”. En: www.udec.cl/historia/rhistoria/art15.doc.

[13] Rodolfo Lenz, op. cit. Pág. 524.

[14] Acerca de los brindis existe un breve reportaje de Raúl Jiménez, “El brindis, como expresión de júbilo”, en: En viaje XXVII, 319, 1960, pp. 30-31.

[15] Con el nombre de lira popular se conocen en Chile a los pliegos sueltos impresos que surgieron a fines del siglo XIX y en los que los poetas populares publicaron su poesías en décimas. El período de auge de estas composiciones se dio, aproximadamente, entre 1860 y 1920.

[16] Aunque no soy literaria: Rosa Araneda en la poesía popular del siglo XIX, Micaela Navarrete, comp., Santiago de Chile, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 1998.

[17] Rodolfo Lenz, op. cit. Pág 589.

[18] La lira popular: poesía popular impresa del siglo XIX. Colección Alamiro de Ávila. Selección y prólogo de Micaela Navarrete, Santiago de Chile, Archivo de Literatura Oral y Tradiciones Populares, Editorial Universitaria, DIBAM, Departamento de Extensión cultural, 1999.

[19] En: La lira popular. Poesía popular impresa del siglo XIX.

[20] Para los tipos de fórmulas empleadas en las despedidas de las composiciones glosadas, véase Manuel Dannemann, “Un corpus chileno de cuartetas glosadas folklóricas. Universo de interpretación del hombre y su medio”. En: Revista chilena de historia y geografía Nº162, 1997, pp. 215-252

[21] Recordemos que en las cuartetas glosadas, cada verso se reproduce al final de las estrofas, alternativamente. 

[22] Margarita Flores, “Viva Errázuriz! Con su triunfo completo”. En: Diego Muñoz, comp., La lira popular: una joya bibliográfica que revela la supervivencia de la juglaría medieval en Chile, München, F. Bruckmann KG Verlag, 1968.

[23] Juan Uribe Echevarría, Flor de canto a lo humano, Santiago de Chile, Editorial Gabriela Mistral, 1974, pág. 23

[24] En: La lira popular. Poesía popular impresa del siglo XIX.

[25] El brindis “contrapunteado” ha llegado hasta el presente, como lo demuestran registros de audio realizados en encuentros de payadores en Casablanca y Portezuelo, en 1996 y 1997, respectivamente. He aquí un ejemplo en que el contrapunto se realiza sobre la base del tema propuesto por el desafiante:

Brindo, dijo el poroto/a una hermosa pantruca/para las viejas pitucas/yo soy comida de rotos,/y forman este alboroto/porque consideran feo/que les provoque deseos/que se les afloje el aire/como decía mi paire/tanta bulla por un peo.

Brindo, dijo un cicatero/apretao pa comer/yo no tengo ni mujer/gastar mi plata no quiero/como ambiciono el dinero/de memoria juego al loto/me alimento con porotos/que son más baratos, creo/y jamás me tiro un peo/para no gastar el poto”.

En: www.zocalo.cl

Un ejemplo bastante singular de brindis en contrapunto, que, sin embargo, no guarda relación con la forma recogida por la lira popular, nos lo entrega Oreste Plath:

— ¡Chóquela! — Pa su casa voy. — Esperándolo estoy. — Lo comprometo. — Con lo que me dicte no más. — Con la mitaíta, — Pa’poca vía más vale ná En: Oreste Plath, op. cit. pág. 33.

[26] Juan Uribe Echevarría, Tipos y cuadros de costumbres en la poesía popular del siglo XIX, Santiago de Chile, Pineda Libros, 1973, pág. 21.

[27] Rodolfo Lenz, op. cit. Pág. 589.

[28] Para más detalles acerca de esta clasificación, véase Manuel Dannemann, op. cit. Pág. 221, y Manuel Danneman, Tipos humanos en la poesía folclórica chilena. Ensayo filológico, antropológico y sociológico, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1995, pp. 195-209.

[29] Horacio Valenzuela. “Brindis por el carnero y el arado”. En: Juan Uribe Echevarría, Flor de canto a lo humano, Santiago de Chile, Editorial Gabriela Mistral, 1974, pág. 58.

[30] Juan Uribe Echevarría, Tipos y cuadros de costumbres en la poesía popular del siglo XIX, pág. 27.

[31] En: La lira popular. Poesía popular impresa del siglo XIX.

[32] Daniel Meneses, Poesías populares. El cielo de los amantes, cuaderno segundo, Santiago de Chile, Impr. i encuadernación Barcelona, 1897.

[33] En: Juan Uribe Echevarría. Flor de canto a lo humano, pág. 56.

[34] Poesía popular chilena. Selección de Diego Muñoz, Santiago de Chile, Editorial Quimantú, 1972, pp. 39-42

[35] Juan Uribe Echevarría, Tipos y cuadros de costumbres en la poesía popular del siglo XIX, pág. 18.

[36] Brindis de Horacio Valenzuela. En: Juan Uribe Echevarría, Flor de canto a lo humano, pág. 58. Los mismos ingredientes lingüísticos y humorísticos empleados por Valenzuela pueden encontrarse en composiciones actuales, como la siguiente: Brindo, dijo un forrajero/Por mis manos y mi horqueta/Alimentar es mi meta atodo el ganado overo/Mi trabajo con esmero/Día a día lo practico/Y jamás nunca me achico/Porque tengo la ventaja/Que si me falta la paja/Yo mismo me la fabrico. Registro de audio de encuentros de payadores en Casablanca y Portezuelo, 1996-1997. En: www.zocalo.cl