ANDRÉS MORALES nació en Santiago de Chile en 1962. Es licenciado en Literatura por la Universidad de Chile y Doctor en Filosofía y Letras con mención en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).

Ha publicado catorce libros de poesía. Su obra poética se encuentra parcialmente traducida a ocho idiomas y ha sido incluida en numerosas antologías. En el ámbito del ensayo y la crítica literaria destacan sus libros dedicados a la poesía chilena, hispanoamericana, española y europea.

 

 

 

Paisaje del demonio El muerto olor del cuerpo en una noche sola es una despedida de huesos que retumban atr ás de todo esto, del mar, del escenario donde la suerte dicta la vida y el combate. El aire sin su gracia, su don, su inteligencia, el aire como grietas de un muro que derrumba piedras en los ojos y m áscaras y gritos jamás acompasados al ritmo indispensable. La soledad del sol, el mar maravillado, los usos y costumbres de Dios en las alturas, todo es un desorden de olores y sonidos con un solo final: la nada de la nada. Nadie encienda luces ni abra las ventanas, q ue caiga dura y fr ía la entera oscuridad encima de este mundo sin ánimo o belleza, sin palabras llenas, sin sueños, sin amor.

(A Jaime Quezada)

El demonio Federico Nacido de la hiel al mar de ámbar del sur preñado en garzas y con sal, un árbol, una cuna y un camino el agua no es el sol o el sol el agua Nada puede ser o todo y nada: aquí estuvieron ángeles que cruzan y vuelan y despistan y remontan el mar como una taza de hojalata, oscuro como el sol, como la luna: La muerte es desierto de la suerte, la muerte apenas noche de este cielo. Esperanza

Ha dejado el mazo, las cartas y la aurora; ha dejado el mar y el mar es un espejo de sombras que se agitan y cubren el follaje de un bosque madrugando en una tierra seca donde es mejor morir o solo abandonarse en piedras replegado, en piedras, sin palabras.

Ha mirado el cielo, ha desterrado los huesos, la memoria, el miedo entre las manos.

(El hielo lo recubre como un barniz de plata y se habren los cerrojos, aquellos, los perdidos cerrojos que nos atan al sueño de la suerte).

Ha perdido el habla, el gesto, la sonrisa:

Aún así cubre de estrellas. Se levanta.

(A Patricio Henríquez)

Beso

Tu boca una bandada de gaviotas que trae a mí el mar con su sonido y nubes que aparecen y cielos que se abren o una fiel tormenta de rayos en mi boca. La bestia

(Iraq)

La bestia nos recorre con su lengua negra y bebe todo sueño de amor o de hermosura así, como si nada, construye su fiereza en el altar del torpe, del débil, de ingenuo. No puede ir más lejos que la mirada nuestra y entonces se sofoca, se hunde, se derrama buscando caída, el odio, la vergüenza para volcar su ira en la pureza de otros. El águila es la bestia. La guerra su locura, un halcón es otra pequeña bestia muerta, ¿adónde nos conduce la lucha desatada, el cruel desierto hueco de voces que se amaron?

Arregla sus pezuñas, trenza sus cabellos, en el espejo observa su cuerpo amenazante como una extraña niña que odia a las muñecas y rompe sus cabezas y come sus entrañas.

La bestia nos desliza por un reseco mar donde ya no existe la risa o la cordura de dioses que se fueron amargamente ayer y no regresarán. Y no regresarán. El demonio de Velázquez

(Las meninas)

La niña observa al perro que ladra sin piedad al alba de la tarde perdida en una espejo. No existe la belleza en estos cuatro muros sino la podredumbre, el odio, la mentira donde me descompongo, me pudro, me arrebato de tanta inútil fama, poder, desadosiego.

La España de la gloria ha muerto hace cien años, el hambre es la palabra, la ley de cada día donde morir quisieran los niños o los viejos y no morder el hábito de un cura carroñero.

Aquí me tienen todos, delante de coronas, maestros, necedades, pruritos o acertijos; aquí les miro entonces a cara descubierta y río en los reflejos, en el palacio entero como un fantasma ronco que grita su verdad.

Agónica mirada que cruza por el tiempo buscando en otros ojos mis ojos ya vacíos. Tartini

(Sonata del Diavolo)

Música de llagas, un violín herido; nada más, en sombras, en una llama muerta que enciende el miedo negro, la soledad: silencio. A un demonio oscuro Al mago de la luz vacía y resonante.

Al brujo del silencio enamorado y muerto.

Un ápice de sol, real y verdadero. Demonio de la nada

El cáliz derramado, la sangre del cordero, el odio y el silencio alientan estos días de truenos y de rayos caídos en la frente en medio de mi centro, del puro amor reseco.

Los huesos ya desechos del padre en su mortaja cavilan en los ojos, se oyen por la tarde y vuelve a la garganta el grito amancillado por mares de fiereza, de olvido, de ausencia.

Desenterrar los dedos desde la despedida, reconocer el cielo que aún espera inquieto; oír lo que se ahoga detrás de las palabras y ver en la ceguera. Y ver en la ceguera.

Aún así retumba la herida en mi cabeza, del párpado sin sueño, del sexo anochesido en extravío entonces el hálito sereno y nada ya consuela desde el recuerdo ajado.

Se cierran esas puertas de una casa a solas y el hombre, el padre, el niño anuncian su fracaso. Cae algún telón en ese teatro absurdo y la memoria muerde como una bestia atada

(A felipe Cortés)

Cinco pecados en el cuerpo

La ira me corroe hasta la gula. La soberbia es la hermana de la ira; la lujuria me desnuda en la codicia: la soberbia es mi lujuria y es mi nombre.

Yo tengo cinco dedos que te llaman, cinco uñas blancas que te arañan, cinco manos blandas que golpean tu ácida pasión oculta y muerta.

yo tengo tu cabeza y yo tu sexo; tengo el corazón de quien tú quieres: yo tengo tus cuatro extremidades, tus ojos, tu desierto, el pensamiento. Yo tengo cinco dedos que te llaman.

Yo tengo cinco huesos en tu herida.