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De unas décadas a esta parte, asistimos a una gran producción de textos dedicados a examinar el complejo panorama epistemológico de los siglos XVI y XVII. Desde mi punto de vista, la razón de ese movimiento, se encuentra en que nuestra época moderna o posmoderna se ha abocado a establecer la genealogía de su propia crisis. Nos identificamos con el periodo señalado porque vivimos en el siglo XX una revolución científica solo equiparable en sus consecuencias para la conciencia a la que vivió el sujeto del XVI y el XVII. Al respecto, debemos recordar patentemente que este último enfrentó la disolución del esquema universal en el cual el hombre, por los siglos de los siglos, encontró una explicación para sí mismo y para Dios. Me refiero concretamente a la derogación del sistema geocéntrico y al surgimiento del heliocéntrico. Este tránsito, se conoce en la historia de las ideas científicas como la querella Autoridad /Razón. Del lado de la Autoridad, se encontraba la imagen de un universo sólidamente sostenida por lo que yo llamo la alineación de los discursos; esto es, una coincidencia absoluta entre el discurso filosófico, el científico y el teológico. Esta alineación es quizá la gran hazaña poética de la escolástica, pues consiguió que el mundo de los arquetipos platónico se identificara con el cielo en donde habita el Dios católico; que el Primer Motor aristotélico asumiera la identidad de la misma divinidad; y que el universo ptolomeico no fuera otra cosa que la representación del Génesis. Pues bien, el universo fundado en tan inamovibles principios fue el que colapsó en 1543 cuando la imprenta da a conocer la obra de Nicolás Copérnico, Sobre las revoluciones de las esferas celestes.  A partir de aquí, se inicia lo que hoy día conocemos como el descentramiento del universo, descentramiento al que le antecedió un acontecimiento sin parangón en la historia de la humanidad: el llamado “descubrimiento del Nuevo Mundo” y al que acompañó, relacionado con el signo, el mayor acelerante histórico conocido hasta la reciente aparición de la Internet: la imprenta.

A la indagación de este proceso, al que sólo puedo referirme aquí muy someramente, ha contribuido significativamente la literatura. Y esto porque, a partir de las proposiciones teóricas del autor cubano Severo Sarduy, no se puede soslayar que obra de arte y sistema científico responden a los mismos universales imaginarios. Es así que hoy día somos concientes de leer en la estructura de la obra literaria una maqueta del universo.

Siguiendo este predicamento, es que me propongo una aproximación a dicha maqueta en la obra de Cervantes Don Quijote de la Mancha.

En primer lugar, quiero señalar que tuve noticia de la reciente aparición de una obra que desconozco titulada Cervantes y la ciencia.  Seguramente, su lectura corregiría algunas de las proposiciones que voy a hacer.

Para comenzar a visualizar las relaciones entre la obra y el sistema científico es necesario establecer de manera sucinta el panorama epistemológico de la España del momento. De manera general, se afirma que la España de las primeras décadas del siglo XVI aportó al sistema científico europeo importantes formulaciones matemáticas, estudios morfológicos y anatómicos significativos para la medicina interna y  la cirugía, además de exhibir una gran apertura intelectual en el hecho de que la Universidad de Salamanca fue la única en Europa que admitió la enseñanza del sistema heliocéntrico copernicano. En ninguna historia de la ciencia española del periodo se deja de señalar el papel español como porta voz de las noticias naturales y geográficas del Nuevo Mundo; sin embargo es indispensable asentar que, salvo algunas voces, no se ha dimensionado la relación existente entre las evidencias emanadas de la realidad americana y la Revolución científica. Esta, por supuesto no es sino otra marca del logocentrismo europeo.

El auspicioso panorama de las primeras décadas, se oscurece totalmente a poco andar el siglo con la postura ideológica de la España Contrarreformista. De ahí en adelante todo será censura, persecución y decaimiento de las instituciones abocadas a la producción y transmisión del conocimiento. Esta situación se mantuvo hasta la aparición de los llamados “novatores”, grupo que propicia la apertura de España a la ciencia moderna y permite su tránsito hacia la Ilustración.

Cervantes, como se sabe, es contemporáneo del Concilio de Trento; es decir, de la Contrarreforma. Nace en una España que a fuerza de dogma y punición inquisitorial debe olvidar lo que sabía o, al menos, disimular lo que sabe. En este sentido, es un hombre plenamente barroco, y, si bien, la plenitud barroca es nefasta para el avance científico, sobradas muestras hay que no lo es para el hacer del arte. La veladura que muestra y esconde, el múltiple juego referencial de la imagen y la palabra que no afirma, pero insinúa; la mirada que no se posa, pero inquiere; la apariencia semánticamente inestable y la parodia que minimiza la verdad pero que la hurga, entre otras que sería largo enumerar aquí, son las estrategias que constituyen la laberíntica alma del barroco.

Ahora bien, para poder visualizar la presencia de la ciencia en el Quijote, también es necesario previamente precisar qué se entendía por ciencia o por hombre de ciencia en el periodo. Tal como señalan los historiadores, la magia, la alquimia y la astrología no fueron menos importantes que la matemática, la observación y la experimentación en lo que conocemos como fundamento de la ciencia moderna. Se sabe que Kepler y Newton participaban del hermetismo renacentista. Antes que ellos, Giambattista della Porta (1540-1615), ligaba la magia a la religión. Roberto Fludd daba un enfoque hermético-químico a las matemáticas con el fin de revelar las armonías ocultas de la naturaleza, Gerhard Dorn (1565-1585) intentaba una explicación química del Génesis, Paracelso identificaba las matemáticas con “la verdadera magia natural” y proclamaba que la alquimia y la química podían explicar la Creación misma. Evidentemente estos sabios en sus hornos y cálculos no buscaban lo mismo que un científico de hoy día en su laboratorio.

Pues bien, solo desde la comprensión de lo que se entendía por ciencia, es decir, un conjunto de “saberes” del cual no se excluye la magia, la alquimia, la creencia, ni muchísimo menos la superstición, y que funciona en correlación con lo que hoy consideramos el experimento científico propiamente tal, podemos abordar el capítulo XL de la obra en el que se narra la aventura de Clavileño.

En primer lugar, el viaje sideral que realizan Don quijote y Sancho en este caballo de madera, relacionado poéticamente con el de Troya e instrumentalmente con las máquinas (autómatas) del Renacimiento, tiene lugar en la famosa estadía de nuestros personajes en el castillo de los duques. Sabemos que el mencionado castillo es el despliegue heterotópico de un gran escenario, donde se consuma, a mi manera de ver, el más alto grado de ficción en la novela: aquí Don Quijote y Sancho se enfrentan con sus lectores, el duque y la duquesa, personajes estos que, a su vez, montan y dirigen el Gran Teatro no del mundo sino de la novela, en el que don Quijote pasa por la máxima prueba de fidelidad a su dama y Sancho se convierte en gobernador según el modelo del Príncipe Cristiano y salomónico. Respecto de la ciencia, en ese mismo escenario de realización y burla, se va a desplegar una maqueta del modelo geocéntrico ptolomeico-aristotélico y cristiano. No es este el único episodio de la obra en el que aparece mención al dicho sistema, ni el Quijote la única obra en que Cervantes se refiere a los cielos y a la astrología. En esto punto, insisto, sigue a pie juntillas los lineamientos contrarreformistas. No obstante, la obra no sería una de las más altas expresiones del Barroco si la representación del modelo no estuviera montada sobre un dispositivo irónico.

El episodio parte con una tan elevada como falsa alabanza de Cide Hamete y con la sentida condolencia de Sancho ante el mal que aqueja a las señoras barbadas, condolencia que va a durar hasta que se le comunica que él mismo debe viajar por los aires montado  en las ancas del caballo. Inmediatamente aparece el motivo del viaje asociado a los viajes de brujas y magos que formaron parte de la superstición medieval, renacentista y de la diablería flamenca. Dado que estos viajes fueron motivo y prueba de culpabilidad ante la Inquisición,  Sancho se apresura a declarar que él no es brujo y que por ello no gusta de andar por los aires, cuando en verdad lo que lo detiene es el miedo y la preocupación por sus posaderas. Ahora bien, el protagonismo de Sancho en este episodio, es funcional a la parodización que se va a hacer del modelo ptolomeico: este situaba en el centro del universo a la tierra, la cual estaba rodeada de una serie de esferas perfectas de vertiente pitagórica y de complacencia católica, donde los astros describían órbitas circulares o epiciclos. Para lo que aquí interesa, básicamente  podemos decir que se dividía en dos zonas principales: la de los cielos perfectos y armónicos, y la sublunar, donde se sucedían todos los fenómenos asociados a la corruptibilidad de la materia. Bajo esta última, se encontraban cuatro regiones, entre ellas la del aire y la del fuego. Pues, estas regiones son las que reproducen la tramoya ideada por los duques: grandes fuelles y estopas ardiendo hacen creer a don Quijote que realiza uno de esos viajes mágicos, iluminativos o diabólicos cuya frontera teológica era la luna. Después se nos hace saber que don Quijote como buen conocedor de los hechos de armas y lector, tenía motivos para desconfiar, pues tal como el de Troya, el caballo Clavileño contiene en su interior una materia enemiga y explota.

A partir de aquí, y en virtud de la narración de Sancho, es que se vuelve más ambigua la adhesión de Cervantes a la imagen del universo contrarreformista. Como bien se señala en la magnifica edición del IV centenario, la descripción que hace Sancho de la tierra es una versión paródica de la entregada por El sueño de Escipión ciceroniano. El sueño consiste en el desprendimiento del alma que escapa de la cárcel del cuerpo, se eleva y conoce intelectualmente el lugar donde habitan las almas eternas. Aquí, la elevación e iluminación del alma no se produce por otorgamiento de la gracia divina cristiana, sino por un acto intelectual de vertiente neoplatónica y hermética. La posibilidad, entonces, de llegar a la trascendencia depende de la voluntad del hombre y no de Dios. Recordemos que una de las querellas más vivas hasta hoy, es la que suscita la filiación escolástica o neoplatónica-hermética del poema Primero Sueño  de sor Juana Inés de la Cruz.

Prosiguiendo en su relato, sorpresivamente Sancho declara haber estado a un palmo del cielo perfecto o de la región del éter, y de haberlo visto, actualizando el famoso modelo de Plinio de “lo visto y lo vivido”, fundamento en la época de la verdad histórica. Ahora bien, para la doctrina contrarreformista dicha cercanía y visión se encuentra a un pelo de la herejía. Don quijote, que a estas alturas figura como un mero acompañante de la aventura de Sancho, es el encargado de detener el peligroso avance de la invención de su escudero y sanciona con una sentencia que abre otra ambigüedad: “O Sancho miente o Sancho sueña”. Si la verdadera es la última de estas posibilidades, si Sancho sueña, habrá realizado el viaje intelectual del alma descrito por Cicerón, viaje en el que no interviene la divinidad cristiana.

Finalmente, don Quijote cierra la aventura con un pacto más desconcertante aun. Cito las palabras de nuestro hidalgo porque no me atrevo a intervenir con las mías un tan puro pacto de ficción:

“- Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más”.

Yo tampoco digo más, solo repito que en el modelo contrarreformista del universo, las cabrillas, dice Sancho, son de colores, variopinta, carnavalescas, y no blancas y puras como exigen los modelos del Ser ensimismado o desprendido de toda carnalidad colorida y pecadora.

* El presente artículo se presentó como conferencia en la Primera Jornada de Literatura Española “El Quijote 400 años”, realizada los días 25 y 26 de octubre de 2005 en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.