Entrevista con A.B. Yehoshua

Entre las décadas de los ochenta y los noventa se consolidó en Europa un “boom” de escritores israelíes. Algunos de los nombres que más han trascendido son Amós Oz, David Grossman, A.B. Yehoshua y Aharón Appelfeld. Asimismo, el reconocimiento internacional, los instaló cómodamente entre el público lector de los Estados Unidos. Los motivos del  creciente interés  se podrían resumir de la siguiente manera: la complejidad étnica y religiosa, la apertura de la mirada hacia el mundo árabe, el universo de los “resistentes” a la occidentalización y los fundamentalismos religiosos. Todos estos temas se encuentran, hoy en día, en el centro de interés de Occidente.

A. B. Yehoshua es, sin duda, uno de los escritores israelíes más reconocidos tanto en su país como internacionalmente. Nacido en Jerusalén en 1938, luego de haber vivido cuatro años en París, en la actualidad reside en Haifa. Allí se desempaña como profesor de literatura en la Universidad de esa ciudad. Asiduo colaborador del matutino español La Vanguardia y de otros diarios europeos, lleva  alrededor de veinte libros publicados entre novelas, ensayos y piezas teatrales. La gran mayoría de su obra ha sido traducida a más de diez idiomas, incluido el castellano. La prensa norteamericana lo ha calificado como el Faulkner israelí por su estilo para retratar la conciencia. Se lo conoce, ante todo, por sus novelas: El señor Mani (Anaya), Viaje al fin del milenio (Siruela) y Divorcio Tardío; que son algunas de las que se pueden leer en castellano. Nueve de sus novelas han sido llevadas al cine, con producciones de distintos países. Entre ellas, El Amante perdido (Italia), Facing the forest (Inglaterra) y El Silencio del poeta (Alemania).

El encuentro con A.B. Yehoshua tuvo lugar en Tel Aviv. Sonriente y dinámico, Yehoshua es un hombre de tupido pelo gris ondulado y nariz aguileña. Treinta y cinco años de militancia por la paz árabe- israelí lo convierten en referente obligado respecto a la formación del estado palestino: “No estoy de acuerdo con mi gobierno. En los últimos cuatro años algunos judíos han tomado distancia con Israel. Hay gente que dice que hemos perdido nuestro encanto”, afirma, “tenemos que llegar a un acuerdo de paz. La clave del futuro de Israel está en la resolución del problema palestino”.

Su vida y su obra están plagadas de reflexiones acerca de la identidad de su pueblo: “La mayoría de los judíos estaba en contra del judaísmo. La gente está empezando a creer que el problema judío es un problema que atañe al mundo entero.  Luego de la Segunda Guerra Mundial a la gente le preocupaba el proceso de normalización de los judíos. Porque a  los judíos no les gusta que los llamen normales”. Y reflexiona sobre esta definición que acaba de dar: “El problema es cómo seguir agrandando la identidad israelí. Empezamos ésta operación hace doscientos años, con la introducción legitima del judío secular dentro de la identidad judía, incluso a ojos de los más religiosos. Tuvo éxito y la pregunta que tenemos que evaluar ahora es si seremos capaces en los próximos cincuenta o sesenta años de separar, poco a poco, el vínculo oficial entre nacionalismo y religión para normalizarnos como cualquier otro pueblo del mundo”.

Así, Yehoshua encuentra que la identidad judía se define por dos pilares: la nacionalidad y la religión. Y se sigue preguntando una y otra vez: “¿Qué es un judío? ¿Quién es un judío?” Pero a diferencia de las críticas que guarda para el terreno de la política, el autor sostiene que Israel se encuentra, hoy en día, en un momento de gran ebullición en distintas áreas del campo de la cultura: “Las situaciones de conflicto son buenas para la literatura, son propicias para la creación. Desde el punto de vista de la cultura a Israel le va muy bien. James Joyce, William Faulkner, Marcel Proust y Thomas Mann escribieron sus mejores libros en el período entre la Primera y Segunda Guerra Mundial. Si se quiere promover la literatura hay que crear problemas”.

Entrando en el tema puntual de los escritores israelíes, Yehoshua trae a colación la singularidad del hebreo y del rol de los autores respecto de su lengua: “A principios del Siglo XX el hebreo estaba prácticamente muerto, o sea que fue a través de la lengua que se construyó la nación de Israel. Mi  país recibió inmigrantes de cerca de setenta naciones. Abandonaron sus idiomas y comenzaron a hablar hebreo. Nuestro idioma  les dio la sensación de pertenencia. Luego, la consolidación del lenguaje fue una tarea de los escritores. Por ese motivo es que tenemos una sensación de responsabilidad respecto de nuestro idioma”. Son seis millones de personas los habitantes de Israel. Todos ellos hablan hebreo, incluidos el millón trescientos mil árabes ciudadanos israelíes. Se podría establecer alguna similitud  con lo que  sucede en Cataluña, que cuenta con el mismo número de personas comunicándose  en catalán. Además,  en ambas regiones, la cantidad de libros publicados están entre los  más elevados  a nivel mundial.

A propósito del uso del inglés, segundo idioma en Israel y de enseñanza obligatoria en las escuelas, Yehoshua sostiene que: “El inglés es una amenaza para muchos idiomas pequeños, no solamente para nosotros sino también para el danés, el holandés y otras lenguas europeas. Nosotros no tenemos que defender el hebreo del ladino y el idish”. Y agrega satisfecho: “Los árabes israelíes hablan hebreo muy bien, y algunos de ellos también lo escriben”.

Un tema que aparece recurrentemente en sus novelas es el del matrimonio: en Open Heart, un muchacho recientemente casado de menos de treinta años se enamora de una mujer de cincuenta años; Ben Atar, el protagonista de Viaje al Fin del Milenio, situada en el año 999,  es perseguido por ser bígamo, y así otros ejemplos. Consultado sobre este asunto, nos dice: “El matrimonio es una relación muy particular. El vínculo con los hijos es de por vida, con los padres también. En cambio, el matrimonio, es una relación que se puede destruir en un día”. Y agrega: “Para mis novelas he investigado bastante este asunto a lo largo de la historia. Hace mil años, el noventa por ciento de los judíos vivía en el mundo musulmán. Solamente el diez por ciento vivía en Europa y ejercía la monogamia. Para mi novela Viaje al Fin del Milenio, quise crear una situación en donde la cuestión acerca de la bigamia y la monogamia fuera un problema”. Luego se sigue explayando: “Yo estoy casado con una psicoanalista. Por eso me da miedo contarle mis sueños a mi mujer”.

Confiesa ser un novelista tardío: “Me tomó mucho tiempo llegar a escribir una novela. Durante largos años escribí cuentos” y aconseja a los jóvenes escritores: “no se apuren en escribir novelas.” A pesar de que no ha publicado poesía, se siente halagado cuando se le pregunta cuánto de este género influyó en su prosa: “Admiro la poesía. Escribir prosa es más fácil. Escribir poesía es como conducir un auto donde las ruedas están desconectadas del volante”

Luego de varias decepciones al ver sus novelas llevadas a la pantalla grande, Yehoshúa se decidió a intervenir más activamente en el proceso de adaptación al cine: “Acabo de terminar el guión sobre mi novela Divorcio Tardío. La  película se filmará en Estados Unidos”.  Pero su obra también fue más allá, llegando a lugares poco frecuentes para la literatura contemporánea: su novela Viaje al Fin del Milenio fue adaptada al cine y, también, a la lírica. Con el estreno de la ópera homónima se conmemoró el veinteavo aniversario de la Ópera de Israel.

Gran conversador, se deleita con las preguntas y, más aún, con el efecto que sus respuestas producen en su interlocutor. Generador de polémicas, acaba de escribir un ensayo donde indaga acerca de las raíces del antisemitismo: “Se encuentran menciones antisemitas ya en el mundo pagano”, asegura,  y continúa con la idea central del innovador ensayo que ha elaborado recientemente: “Un judío es como un texto con muchos baches y esto permite al antisemita proyectar sus miedos, sus ansiedades y sus angustias. Cuando Hitler perdió, su frase fue: `Yo desconocía que los judíos tenían tanta influencia en Churchill’”, dice el escritor con una sonrisa irónica.

Entrevista con Aharón Appelfeld

Hay vidas que son de novela. Esto lo supo el célebre autor norteamericano Philip Roth al convertir a su amigo y escritor israelí Aharón Appelfeld en uno de los personajes principales de su obra maestra Operación Shylock. Sin cambiar su nombre y  apellido, Appelfeld está magistralmente caracterizado en esta novela. Hace de lo que es: un escritor sutil que se niega a la escritura rigurosamente autobiográfica, a pesar de haber vivido una historia quizás más aterradora que la de Primo Levi.

Cuesta imaginarse la historia de vida que hay detrás de ese rostro amable y vivaz de abuelo perfecto que esboza una sonrisa al ver que alguien se acerca a la puerta de su casa. La cita con Aharón Appelfeld tuvo lugar durante una extrañamente lluviosa y gris tarde en Jerusalén. Dentro de un complejo de unas cinco casas blancas, iguales entre sí, rodeadas de jardín y con aspecto agreste reside el autor junto con su mujer, Judith, una argentina que fue a Israel a estudiar a principios de los sesenta y se enamoró de su profesor de literatura hebrea. Tuvieron tres hijos: Meir, el mayor, es un conocido artista plástico.

A pesar de que los grandes premios suelen cambiar a la gente, este no es el caso. La informalidad y calidez con la que aceptó esta entrevista no daban la pauta de que se tratara de un autor que tiene más de treinta libros publicados – entre novelas, cuentos cortos y ensayos-, traducidos a más de diez idiomas y que, además,  acaba de ser galardonado con el Prix Médici en 2004, el premio más importante que otorga Francia a un escritor extranjero.

Luego de este reconocimiento – que le dio instantáneamente mucha más trascendencia de la que ya tenía –,  Appelfeld fue entrevistado por  decenas de periodistas para  dar cuenta de este premio que en otras oportunidades recibieron Julian Barnes, Georges Perec y Ernesto Sábato, entre tantos otros. También, un buen número de  editoriales contrataron nuevas traducciones de sus libros (varias de ellas españolas) y seis de sus libros se están traduciendo al castellano, entre ellos el que le valió el premio en Francia, A Table for One.  En esta novela se basó el documental Appelfeld´s Table, ganador de numerosas distinciones como la del Jerusalén Internacional Film Festival 2004.

“Fue un honor para mí recibirlo”, dice Appelfeld. “Francia es un país que tiene una larga historia literaria. Es un premio europeo y como yo me siento europeo, me agrada el reconocimiento en esa parte del mundo”

  Su vasta prosa ha recibido constantes elogios tanto de la crítica como del público. Impresionista a veces y surrealista otras, hablamos de uno de los autores que más sutilmente ha retratado el clima que precede a la dominación nazi, el horror de los campos de concentración y los esfuerzos, muchas veces infructuosos, de los sobrevivientes para adaptarse a una nueva cotidianeidad.

Su narrativa,  enteramente escrita en hebreo,  ha sido comparada con la de Jerzy Kosinski y la de Franz Kafka. Quizás esto se deba a la capacidad de este autor por encontrar el horror en los detalles más cotidianos y por permanecer en una  perspectiva  que privilegie siempre al individuo.

Sentado en el austero living de su casa, cómodo pero sin nada más que lo necesario, Appelfeld se apoltrona en su sofá. Entonces comienza tranquilo a relatar la historia de su vida que comienza en Bukovina, Rumania, cerca de la frontera con Polonia, en 1932. “Cuando tenía siete años los nazis asesinaron a mi madre. Luego, a mi padre y a mí nos llevaron al campo de Concentración de Transmistria. A los ocho años logré escaparme, sólo, durante la noche. Lo hice luego de que una ciudad cercana había sido bombardeada. Yo sabía que me estaba escapando y que era muy peligroso. Después que huí, nadie iba a querer darme refugio, así que me cambié el nombre. Ya que, por supuesto, no podía decir mi apellido judío. Vagué por bosques de Ucrania, busqué trabajo… Por suerte, no me reconocían por ningún rasgo particular, podía pasar por un alemán o un polaco cualquiera: rubio, de ojos celestes, cara redonda y nariz pequeña”. Con voz apenas audible, el autor relata su infancia de una forma monocorde, medida y sin estridencias. Utiliza pocos adjetivos.

“Finalmente, una prostituta me tomó para que viviera en su casa de un solo ambiente a cambio de que le hiciera mandados como buscar comida en el pueblo, o  algún pequeño trámite. Así fue como tan temprano conocí el cuerpo humano. Todas las noches la visitaban hombres, en general eran campesinos de la zona, y también iban muchos soldados. Yo los veía desnudos a los dos, a ellos no les importaba, yo era como un perrito que estaba ahí. Al final de la noche empezaban las discusiones: no le querían pagar. Estuve allí varios meses, hasta que una noche un cliente me miró y me dijo “¿Qué haces ahí judío roñoso?” Entonces entendí que en ese mismo momento me tenía que ir”.

Hijo único de un matrimonio de judíos asimilados de clase media-alta cultivada,  Appelfeld recibió una educación formal hasta los siete años. Desde muy pequeño lo educaron institutrices, hablaba alemán con sus padres y veraneaba con su familia en los balnearios que se correspondían con su clase social. Hoy revisa esta condición y opina lo siguiente: “Los judíos asimilados se construyeron una plataforma de valores humanos y, desde lo alto, contemplaban el mundo. Estaban convencidos de no ser ya judíos y de que nada  que fuera de aplicación a los judíos podía aplicárseles a ellos. Tan extraña confianza los convirtió en criaturas ciegas o medio ciegas. Siempre he sentido cariño por los judíos asimilados, porque era en ellos donde el carácter judío, y quizás también el destino de lo judíos,  se concentraban con mayor  fuerza.”

Su obra está plagada de voces infantiles. Por lo general, las experiencias son vivenciadas  por personajes femeninos. Por ejemplo, la protagonista de su cuento Berta es una adolescente que llega a Israel luego de una experiencia traumática. Consultado acerca  de este hecho, y de que en otras oportunidades personajes femeninos han contado experiencias autobiográficas del autor, Appelfeld dice lo siguiente: “Escribir las cosas tal como sucedieron equivale a hacerse esclavo de la memoria la cual no constituye sino un elemento secundario del proceso creativo… Los materiales, en efecto, están tomados de la propia vida, pero lo creado es una criatura independiente.” Por este motivo es que a lo largo de su obra, a pesar de que aparecen muchos datos de su vida, siempre están ficcionalizados. “La realidad – asegura-  puede permitirse el lujo de ser increíble, inexplicable, de situarse fuera de toda proporción.  Para gran dolor de mi corazón, la obra creada no puede permitirse las mismas libertades.”

 Al expresar su profunda admiración por Primo Levi, el escritor manifiesta una diferencia en la concepción de su propia escritura respecto a la de su colega: “He intentado escribir lo que fue la historia de mi vida en los bosques inmediatamente después de mi fuga del campo de concentración. Quería ser fiel a la realidad, pero la crónica resultante no pasó de mero andamiaje, no muy resistente. El conjunto era más bien mezquino, una especie de cuento imaginario poco convincente. Las cosas más auténticas son facilísimas de falsificar.”

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 “Permanecí dos años más en Ucrania, allí conocí lo más sórdido de la sociedad: traté con ladrones, estafadores, todos los márgenes por los que se puede transitar dentro de cualquier comunidad. Luego me uní al ejército ruso, donde trabajé de ayudante de cocinero, hasta que terminó la Segunda Guerra Mundial. En ese entonces había varias organizaciones que se ocupaban de encontrar y reubicar a huérfanos judíos del Holocausto. Así fue como llegué a Israel, en el año 1946. Estaba casi mudo, los músculos de la mandíbula se me habían empezado a atrofiar porque había hecho tanto esfuerzo para que no me reconociesen por mi acento que casi no hablaba.”

La educación formal de Appelfeld se vio interrumpida a los siete años: “Cuando llegué a Israel sabía leer y escribir un poco en alemán. En aquel momento había que construir el país, había que poner el hombro y todos nos instaban a que olvidáramos nuestro pasado. Yo no podía, no podía olvidar ni a mi madre ni a mi padre. Los había querido demasiado. Entonces empecé a escribir sobre ellos.”

Retomó su educación académica cuando se enroló en la Universidad  Hebrea de Jerusalén. Actualmente es profesor de literatura en la Universidad Ben Gurión de la misma ciudad. Curiosamente, una experiencia de vida tan dramáticamente atravesada por lo más extremo del espectro político, no lo ha llevado ni a la militancia ni a constituirse, como  escritor, en un  referente de la compleja situación de su  país de adopción: “La mayoría de los escritores israelíes son escritores políticos. Yo no soy un escritor político.” Más aún, se expresa en desacuerdo con la utilización de la literatura como medio  a través del cual manifestar ideas sociales. Un hecho que bien refleja esta postura es el que así refiere: “Todavía hablo alemán, fue mi lengua materna. Nunca llegué a hablar un muy buen alemán porque no tuve la oportunidad de continuar una educación en Alemania. Pero por supuesto que me siento cómodo al hablarlo  y tengo una relación muy íntima con la lengua que es la que hablaba con mis padres.”

Quizás quien pueda dar la caracterización más ajustada de Appelfeld sea Philip Roth quien, en Operación Shylock, expresa lo siguiente: “Lo que Aharón representaba para mí era la capacidad de maduración de alguien que se ha visto convulsionado por los más indecibles sufrimientos y que ha logrado conservar no ya lo normal, sino todo lo extraordinario que en él había, alguien cuya superación de la futilidad y del caos, y cuyo renacimiento como ser humano armónico y escritor de primera categoría constituye un logro rayano en lo milagroso, tanto más cuanto que proviene de una fuerza interior que sin duda posee pero que el ojo no alcanza a percibir.”

Entrevista con Meir Shalev: La literatura como elección

Resulta inevitable ligar la biografía del escritor Meir Shalev con la creación del Estado de Israel. Ambos nacieron en 1948. Perteneciente a una generación posterior a la de A.B.Yehoshúa, Aharón Appelfeld y Amós Oz - aquellos que tuvieron que poner el hombro para la creación del estado -,  el nombre de Meir Shalev,  es uno de los  que más resuenan en la producción israelí contemporánea, junto con el de David Grossman.

Multifacético exponente de la cultura actual, Meir Shalev se recibió de psicólogo y conoció la popularidad en los medios de comunicación. Dio sus primeros pasos en la radio para luego convertirse en  conductor de televisión. Presentaba y entrevistaba a figuras de renombre. Durante esos años mantuvo su vocación en secreto: convertirse en escritor.

Proveniente de una familia dedicada a la literatura – su padre fue un reconocido poeta y crítico, su prima Trsuyá es una importante novelista y su hermana es editora-,  Shalev publicó su primera obra Una novela rusa recién a los cuarenta años. Desde entonces, se sumó a la exclusiva minoría de escritores que pueden vivir de sus libros. Lleva editadas varias novelas, cinco relatos juveniles y colecciones de ensayos. Además, colabora semanalmente en el diario Yediot Achrono en temas de política, cultura, educación y  artículos humorísticos.

Meir Shalev  vive en una zona céntrica residencial de Jerusalén. Dentro de su departamento - moderno, cálido y amplio-  uno siente que podría estar en  Madrid, Paris o Buenos Aires. Allí tuvo lugar la entrevista.

Acerca de los orígenes de su pasión literaria, cuenta lo siguiente: “Diría que no la heredé de los escritores de mi familia, sino de las historias que me contaba mi madre.  Provenía de una familia de granjeros que relataba historias de mitos locales. Creo que ésto – junto con la Biblia y la mitología griega- constituyen la fuente de mi literatura. Mis padres me enseñaron a escribir a la temprana edad de tres años y medio. Hice lo mismo con mis hijos. Creo que es una tradición judía. Pero ahora en Israel ya no se la sigue. Los chicos aprenden a leer y escribir a la misma edad que en todos lados.”     

Quizás el aporte más importante a la literatura de su país sea su delicado trabajo con  el idioma, una labor artesanal teniendo en cuenta las particularidades de esta lengua milenaria. El personaje principal de su novela Por amor a Judith  (Salamandra) se llama Zeide  - que en yiddish significa abuelo- siguiendo una superstición judía de Europa del Este que dice que los chicos con ese nombre tienen algún tipo de protección  contra  la muerte.

 “Me gusta mucho el idioma, la lengua, el juego con los nombres de los personajes, las palabras en sí mismas. Me considero privilegiado por escribir en hebreo”. Y explica: “A pesar de su desarrollo, en la actualidad, a un chico de diez años se le puede dar un pasaje de la Biblia y lo comprende en un sesenta o setenta por ciento. Aún se pueden leer los textos bíblicos en su forma original.”

            Shalev expresa sus ideas sobre el presente y el porvenir de su idioma: “El hebreo actual  permite distinguir las distintas capas que recorren la historia de la lengua”, afirma.  “Se puede combinar en una misma oración lunfardo moderno con  verso bíblico. Todo se entrelaza con armonía, suena muy natural y  cualquiera lo entiende. Pienso que dentro de cincuenta años  no va a ser lo mismo”, considera. “Nuestro idioma  será como cualquier otro, la evolución es muy rápida. Existirán el clásico y el moderno, como sucede con el latín y el griego.”

El hebreo como lengua oral cayó en desuso durante más de mil años. A principios del siglo veinte, previo a la formación del estado de Israel, se lo volvió a utilizar  en aquella zona. “La mayoría de las expresiones de afectos, comportamientos o  sentimientos humanos se mantuvieron”, dice el autor.  “Esas cuestiones no se modifican demasiado, ni emotiva ni lingüísticamente. En cambio, para el mundo material, el hebreo no contaba con las palabras necesarias. Cuando recomenzamos a hablarlo,  hubo que buscar nuevos términos para la maquinaria, la electricidad y los instrumentos modernos. Inclusive se crearon palabras como tomate;  no había tomates en Medio Oriente en la época del Rey David. O sea que esta palabra nació hace cerca de ochenta años y es una palabra sexy, que viene de florecer, pero en un sentido sexual. Cuando surgió, alguna gente se opuso: les pareció  demasiado.”

            Consultado acerca de los nuevos vocablos, Shalev explica lo siguiente: “Algunos derivan fonéticamente de idiomas extranjeros, otros se toman  de palabras bíblicas relacionadas  con el significado de un término inexistente. Por ejemplo, la palabra auto proviene de algo como máquina. Aquello vinculado con la luz eléctrica, de un término de la Biblia que nadie sabe a ciencia cierta qué quiere decir, pero que guarda relación con la iluminación, aunque quizás en otro sentido. La palabra pistola es algún tipo de piedra preciosa y su raíz significa calor”.

“Mi interés por la Biblia no tiene que ver con la religión”, aclara el autor. “La leí como el libro que relata la historia de mi gente, como la tradición y la literatura que fundaron nuestra cultura.”  A su novela Esau la prensa norteamericana le encontró resonancias bíblicas. “Escasamente tengo alguna relación con la religión”, dice sonriente. “Creo que conozco un poco más acerca de la religión judía que el judío secular promedio, pero no la practico. Aprecio sus aspectos morales, aunque no ciertas costumbres,  como la comida kosher o el shabat. Cuando releo los Diez Mandamientos encuentro el núcleo básico de nuestra ley: venerar un solo dios y no traicionarlo, respetar a los padres, no robar,  no matar… Lo que me interesa de esto es su valor moral. Creo que el mejor precepto es el que postula no tener malos pensamientos. Nadie  puede obedecerlo, es demasiado elevado… Pareciera que sólo existe  para que no se pueda cumplir y todos se sientan algo culpables”.

Shalev menciona algunos de los escritores que más lo han impactado: Melville, Thomas Mann, Gogol, Bulgakov, Jean Rouau (escritor francés contemporáneo), Natalia Ginsburg y Thomas Hardy… En cuanto a sus compatriotas,  Yaacov Shabtai y Yehoshúa Kenaz. “Uno de los escritores israelíes que mejor utilizó el lenguaje es Shai Agnon, su conocimiento del hebreo es muy vasto, tanto que a veces es difícil leerlo”.

Curiosamente, sus libros infantiles son tan populares como sus novelas: “Escribo cuentos para niños. No me veo como un educador ni  escribiría libros didácticos, ni siquiera me gustaban de chico. Creo que mis cuentos no apuntan a un mensaje, mis novelas tampoco. Quizás a excepción de uno que trata sobre un viejo tractor que llega a un jardín de infantes y luego se convierte en ómnibus escolar. Creo que la moraleja es que la gente mayor debe tener un lugar en la sociedad. También escribí un relato sobre un chico al que le daban vergüenza las conductas de su padre y al final trata de aceptarlo como es.  Por supuesto que hay temas que no se pueden tocar en los libros infantiles. Por ejemplo, no relataría sobre violencia ejercida a niños. A mi hijo, de pequeño, le leía el libro infantil Platero y yo

El autor rememora su propia infancia. “Tuve una conexión muy profunda con el pequeño pueblo donde nací, en el Norte de Galilea. Coincidió el momento en que mamá estaba embarazada de mí con la Independencia de Israel.  Jerusalén estaba cercada, entonces nos tuvimos que ir. Pronto nos mudamos a un kibbutz en Guinosar, que comenzó en mil novecientos. Recién volvimos a Jerusalén cuando tenía once años. Nunca perdoné a mis padres por esto. Todavía sigue sin gustarme vivir en esta ciudad. Hace tres años empecé a construirme una casa cerca del pueblito donde nací.”

Recuerda que Appelfeld jugaba al ajedrez con su padre cuando era chico: “Su vida puede generar muchas novelas más, en cambio la mía no. Diría que llevo una vida común, casi aburrida.”   

 “Viajo a menudo por trabajo. Cada uno de los escritores israelíes leídos en otros países tenemos un lugar de reconocimiento en Europa. El mío es Holanda. El de Yehoshúa es Italia,  y el de Amós Oz,  Inglaterra. Sin embargo, las travesías que más disfruto son  aquellas en las que visito lugares como  bosques o selvas. Me gusta  recorrer sitios salvajes,  hacer algún tipo de aventura. Estuve en los bosques de Kenia y Australia, fui a Mongolia.  En cuanto a la promoción de mis libros, mis lugares preferidos son Holanda e Italia.”

Su deleite por la naturaleza aparece en sus novelas. “Describo en gran detalle la flora y la fauna de ciertos lugares de Israel. Incluso recibí un premio bastante curioso de la Sociedad Botánica de Israel por  mi novela The Blue Mountain. Me galardonaron por la precisión y  la agudeza en la descripción de las plantas.”

Actualmente, el autor se encuentra en pleno trabajo para su nueva novela por lo cual no viaja y rara vez recibe un periodista. Aclara que realiza una profunda investigación antes de comenzar la escritura. “No puedo contar toda la historia de mi nuevo libro. Básicamente se trata del reencuentro de un hombre y una mujer que fueron pareja. El escenario es la casa que él se está refaccionando. La empresa constructora pertenece a la protagonista y su padre, quien orquesta el encuentro por intereses personales. La historia secundaria es la de los padres de esta pareja. En parte está situada en Jerusalén en 1948, pero la mayoría en Tel Aviv y en un pequeño pueblo en algún lado cercano.”

A pesar de ser militante activo del Frente Pacifista, deja en claro: “Mis libros no son políticos. No me interesa expresar mis ideas sociales a través de mi literatura.”

Entrevista con Tsruyá Shalev: El erotismo en los tiempos de guerra

El “boom” de literatura israelí, que se inició en los años noventa, no deja de dar sorpresas: la escritora de novelas eróticas y de amor Tsruyá Shalev se convirtió en best-seller en  España, además de Alemania y Francia. A.B. Yehoshúa, Aharón Appelfeld, Amoz Oz y Meir Shalev son algunos de los escritores que han conquistado, sin cesar, a lectores europeos y norteamericanos en las últimas décadas. Latinoamérica es, quizás, el lugar donde todavía han desembarcado más tímidamente  

Resulta probable que la novelista Tsruyá Shalev haya mostrado, una vez más, que los grandes temas se imponen a pesar de residir en un país en guerra. Tal vez allí se encuentre la clave para que la prosa de Tsruyá Shalev seduzca a miles de lectores alrededor del  mundo. Desde la publicación de su novela Vida Amorosa  (Israel, 1997), esta escritora israelí de cuarenta y cinco años no ha dejado de ser traducida. Hasta ahora son dieciocho  los idiomas, incluido el español.

Sus primeros pasos, sin embargo, los dio en la poesía. En 1989, publicó  An Easy Target of Snipers. Hija de un profesor de judaísmo, quien la llamó Tsruyá en honor a la hermana de David, siguió la carrera de Estudios Bíblicos antes de volcarse por entero a su vocación de narradora.

El hecho de recibir cartas de lectores de todo el mundo no la ha convertido en una persona displicente. Muy por el contrario, modesta, simpática y con aspecto de actriz de una película de Almodóvar,  Tsruyá aceptó agradecida la entrevista.  Se prestó a contestar con una sonrisa espontánea e irresistible. El  flequillo, el cabello largo y lacio, la  remera de mangas largas y los vaqueros le daban un dejo de melancolía adolescente.

Apenas mencionó alguno de los numerosos premios que recibió: la Asociación de Editores de Libros de Estados Unidos la premió con el Golden and Platinum Prizes por Marido y Mujer y Vida Amorosa (Galaxia y Gutember). Por este último, también mereció el Premio ACUM  (Asociación Israelí de Compositores, Autores y Editores). En 2001,  obtuvo el German Corine Book Award y al año siguiente fue galardonada con el premio AMPHI que anualmente otorga la Academia Internacional de Arte homónima.

La entrevista tuvo lugar en  Mishkenot Sha´ananim, a escasos metros de la Ciudad Vieja de Jerusalén, la maravillosa residencia que la ciudad brinda  a sus escritores invitados. Se trata del primer edificio construido fuera del Barrio Judío en 1860, cubierto por piedra blanca y acondicionado interiormente en forma delicada y moderna. Por allí han pasado Philip Roth, Mario Vargas Llosa, Susan Sontag y tantos otros. Sus retratos adornan los pasillos de este singular edificio.

Lo primero que se encargó de aclarar Tsruya fue que dedicarse a escritura resultó algo natural para ella: “Se trata de un largo proceso” dijo, “en parte inconsciente y no planeado. Desde que tengo uso de memoria, me recuerdo a mí misma escribiendo sin pensar en una vocación. Escribía básicamente poesía. Recién años más tarde me convertí en una escritora de prosa, sin tampoco decidirlo. Para mi propia sorpresa, advertí que las líneas se iban alargando y que nacía una historia.”

Respecto a los orígenes de su escritura, Tsruya destaca lo siguiente: “Por suerte mi familia se fue del kibbutz cuando yo era todavía un bebé. Nos mudamos a un sitio muy remoto y silencioso. Había muchas oportunidades para quedarse solo, lo cual es bueno para convertirse en escritor… Creo que si nos hubiésemos quedado en el kibbutz, la constante fusión con otra gente hubiese dificultado la escritura”.

Está claro que para convertirse en escritor resulta indispensable ser antes un lector apasionado. “Me encanta leer a Elsa Morante, Vladimir Nabokov, Virginia Woolf, Ian Mc Ewan, Clarice Lispector… y la lista es larga. Es más fácil mencionar a mis escritores amados que hablar acerca de influencias. Me resulta difícil señalar escritores claves por sí mismos. Creo que la influencia es acumulativa.”

Tsruyá proviene de una familia íntimamente vinculada a la literatura – su primo Meir Shalev es otro de los escritores contemporáneos israelíes que gozan del reconocimiento de la crítica y del público. A su vez, su tío es un afamado poeta, además de crítico literario; y ella misma, antes de dedicarse de lleno a la escritura, se desempeñó como editora: “Ser editor es un trabajo interesante y creativo” comenta Tsruyá. “Pero no lo encuentro muy inspirador. No creo que mi trabajo como editora me haya ayudado en ningún sentido en mi escritura”

Su novela Vida Amorosa, además de relatar una anécdota atrapante y desplegar un excelente manejo de la prosa erótica, retrata al amor desde sus costados más complejos. No deja concesiones al sentimentalismo ni lleva frases edulcoradas, como podría esperarse de una escritora de best-sellers:

 “… fue sólo después del tercer vaso cuando me miró, casi con sorpresa, y con la mirada amarga y turbia, me dijo es todo lo que hay, refiriéndose al helado, y encendió un cigarrillo mientras yo pensaba en lo cómodo que me resultaría vivir con él, porque siempre sabría que no me ama, y así no tendría que torturarme constantemente con la tensión que supondría temer que de repente dejara de amarme, y sentía además que tenía una enorme ventaja sobre todas las mujeres del mundo, porque a mí, decididamente, no me amaba”

Consultada acerca de la gramática donde incluye los diálogos en el texto, y las oraciones son particularmente extensas, comenta lo siguiente: “Surgió en forma espontánea, como me surge la escritura en general. No tomo decisiones a priori. Las oraciones emergen armadas desde mi interior y, recién cuando lo pienso por segunda vez, veo que son acordes con la naturaleza de mis libros. No podría hacer una verdadera distinción entre mi vida interior y la realidad externa”

Y continúa hablando acerca su forma de trabajo: “La prosa demanda una rutina constante. No se puede esperar a la inspiración, como en la poesía. Resulta necesario inventarla a través del trabajo y la concentración. Escribo todas las mañanas hasta que mis hijos llegan a casa desde la escuela.”

La gran repercusión de Vida Amorosa, su segunda novela, sucedió a fines de la década del 90, años en que Israel estaba en un momento particularmente pacífico y en los que reinaba una gran esperanza de paz. Sin embargo, en 2001, comenzó la segunda Intifada. A pesar de los constantes atentados y de la interrupción de las rutinas cotidianas, Tsruyá Shalev logró encontrar espacio para seguir tratando sus propias obsesiones: el matrimonio, el amor, las relaciones entre padres e hijos, el alma humana. “Cuando escribo una novela, realmente  dejo la política de lado. Se trata de esferas totalmente distintas. A diferencia de lo que sucede en la vida real, tengo la libertad de elegir dónde poner el énfasis. He elegido concentrarme en los mundos internos de los personajes y en sus emociones, aspectos que no están en relación directa con la realidad política.”

“A pesar mío”, continúa, “debo admitir que la complicada situación actual debe influir en la escritura. Vivo en una ciudad que ha sufrido muchísimo en estos últimos años. Esto debe penetrar en una novela de alguna manera, aunque sea indirecta. O quizás interrumpe la vida cotidiana. Luego de un ataque terrorista, no se puede escribir por pena o  por miedo.”

De todas formas, su cotidianeidad no es solamente la de Israel, su carrera la lleva a estar con frecuencia fuera de su país. “En los últimos años viajo mucho por la publicación de mis libros. Me resulta siempre un placer conocer nuevos lectores y ver un nuevo nacimiento del libro. Cada vez estoy sorprendida y agradecida de ver cómo gente de distintos países y diferentes entre sí, se pueden identificar con las mismas emociones.”

Para que sus lectores sepan que siguen contanto con ella, Tsruyá da, con un guiño de ojo, una buena noticia: “Estoy terminando un libro que es algo así como la tercera parte de una trilogía que empezó con Vida amorosa y siguió con Marido y mujer”.