DOLORES CAMPOS-HERRERO (Tenerife, 1954) es una de las más reconocidas autoras canarias contemporáneas. La lectura de su obra es fundamental para entender el panorama literario actual en el ámbito insular. Licenciada en Ciencias de la Información combina la labor periodística con la literaria. En 1988 hizo su primera incursión en la ficción narrativa con Daiquiri y otros cuentos, al que siguieron Basora (1989), Fieras y ángeles. Un bestiario doméstico (2004), Veranos mortales (2005), Santos y pecadores (2006) y Eva, el paraíso y otros territorios (2006).

En el ámbito poético ha publicado libros como Chanel número cinco (1985), Siete lunas (2002), Otros domingos (2003) y Noticias del paraíso (2005)

También ha escrito cuatro libros de literatura infantil: Azalea (1993), obra por la que obtuvo en 1995 el Premio Atlántico de Literatura Infantil , Arajelbén (2005), Rosaura y los autómatas (2007) y El viaje de Almamayé (2007).

Su obra está recogida en diversas antologías y libros colectivos, entre los que cabe destacar Reincidencias (2000), Los mejores relatos canarios del siglo veinte (2004), Cuentos de la Atlántida (2005) o Ínsulas encantadas (2005).

Respecto a su quehacer periodístico hay que señalar que ha trabajado en diversos medios de comunicación como Televisión española en Canarias, Canarias 7, El País, El diario de Las Palmas, La gaceta de Canarias.

Asimismo imparte talleres de escritura creativa. Los últimos trabajos realizados en este ámbito los ha llevado a cabo en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, la Biblioteca Pública Insular y la Sala Ámbito Cultural del Corte Inglés.

 

 

-         Usted es una autora muy prolífica que ha cultivado distintos géneros literarios (poesía, relatos, artículos periodísticos...). ¿Se decanta más por un género que por otro? ¿Cómo es el proceso de creación en cada uno de ellos? ¿Ha cambiado su forma de crear con el paso del tiempo?

 

R: Debería decir que todos los géneros me resultan apasionantes y así es, pero tengo que reconocer que el cuento, el relato y el micorrelato son los formatos literarios que más me satisfacen. Me permiten experimentos y entrar en historias que te permiten manejar varios registros al mismo tiempo. A veces, un cuento se te resuelve en cuatro folios y otras, necesitas treinta, pero lo que me seduce es ese reto de crear un universo que, como decía Flannery O´Connors, es de dimensiones mínimas pero extensísimo en significados. Creo que un buen cuento participa de una característica que podemos encontrar también en un poema: tensión y exactitud. Un relato perfecto se parece mucho a un preciso artefacto de relojería. Ninguna pieza sobra, tampoco puede faltar ruedecita alguna en su mecanismo interior, en caso contrario no podría conseguirse el prodigio del tic tic que marca las horas. Mi relación con el cuento es una relación de conversión, porque yo comencé escribiendo poesía. Y lo que es más, con la certeza de que me dedicaría siempre en cuerpo y alma a ella, hasta que un día observé que mis poemas eran cada vez más narrativos y que me dejaban con la sensación de que finalmente no había contado lo que quería contar. El siguiente paso fue escribir cuentos muy poéticos...

El proceso de creación no se diferencia mucho en cada uno de los géneros. La chispa, la 'iluminación', para usar la expresión de Carson Mc Cullers, es semejante. A veces todo comienza con un impacto visual o con una frase que escucho por la calle.

Puede ocurrir que ese impulso inicial quede latente durante mucho tiempo o que, por el contrario, me lance al ordenador a dar forma a lo que, en un principio, apenas es una intuición. Planifico poco, me dejo llevar por lo inconsciente, por lo oscuro, por lo irracional.

Lo más difícil del proceso creador para mí es dar con la voz, con el tono que ese texto necesita. Me parece que, con el paso del tiempo, el proceso creador en sí no ha cambiado mucho. Se ha vuelto quizás más trabajoso, más desprejuiciado, más libre. A veces deambulo de un género a otro con un mismo argumento común. Escribo un poema y me doy cuenta de que podría también hacer una versión narrativa y me alegra saber que, de ese cruzar pasillos, sale otra cosa. Algo más complejo y más rico. No pura redundancia, como sería de esperar.

 

-         El Aula de Teatro del Vicerrectorado de Cultura y Deportes presentó en junio de 2006 Revisando Diarios 'de Eva a Bridget Jones'. La obra utilizaba como punto de partida 'El diario de Eva' (Eva, el paraíso y otros territorios). ¿Este hecho la anima a proyectar su concepción artística a través del texto dramático?

 

R. Me ha animado, sí. En mis cuentos y relatos utilizo mucho la primera persona y el monólogo interior y que eso hace que a veces puedan parecer textos casi teatrales y por esa razón siempre ha habido quien me ha animado a introducirme en la escritura teatral. Yo me he resistido porque creo que, si no se dominan ciertos rudimentos, la carpintería teatral, los resultados no pueden ser muy halagüeños. Aún así, me he decidido. Esta temporada está representándose en los centros escolares de Canarias una obra de encargo que finalmente acepté escribir. Es un drama en tres actos sobre el acoso escolar. Se titula Apúrate, que llegas tarde. Y creo que, para ser mi primera tentativa teatral, no quedó tan mal. Me alegro de haber tenido el valor de meterme en un terreno que, desde el punto de vista de la escritura, me resultaba desconocido

 

 

-         En el cuento 'La doncella de Dickens' (Santos y pecadores) se formula el siguiente anhelo: 'Si me tropezara ahora mismo con el hada de los deseos, no le pediría que me volviera hermosa, ni que me diera fortuna (...), no le rogaría que me ofreciera un buen pretendiente ni siete hijos (...). Esto es lo que le suplicaría, que por favor, por favor, por favor, me volviera hombre, que me hiciera escritor como el señor al que sirvo...'. La situación de la mujer ha cambiado notoriamente desde el siglo XIX hasta hoy, pero ¿qué significa ser mujer en el ámbito literario de Canarias, salvo excepciones, marcadamente masculino?

 

R. Es una realidad muy contradictoria porque se traduce de formas muy distintas en según qué planos de la realidad nos movamos. Las mujeres que escribimos podemos ocupar espacios en los medios de comunicación, tener presencia en congresos, publicar. Sin embargo, en el territorio académico, en el del prestigio que no se discute nunca, nuestra posición siempre es secundaria. Se nos considera más mediáticas que figuras 'imprescindibles' para entender momentos culturales. Como, en cambio, si ocurre con nuestros compañeros varones. Se nos lee mal e insuficientemente. Yo he visto algún estudio literario en el que se habla de mi obra de una manera que no consigo reconocer. Es como si el estudioso de turno se hubiese conformado con leer al azar dos cuentos - y seguramente no los mejores- de algún libro y reducir mi trabajo a conceptos tan vagos y difusos como 'moderna y minimalista'. Es decir, existe una tendencia a reducir nuestra obra a determinados clichés.

En ese sentido, podría parecer que no han cambiado tanto las cosas con respecto a lo que pasaba a principios del siglo XX. Tomás Morales, Alonso Quesada o Domingo Rivero son autores canónicos mientras que escritoras tan singulares, con perfiles apasionantes, como Josefina de la Torre o Mercedes Pinto, nunca han estado en condiciones de compartir ese prestigio, se las tomado siempre como figuras pintorescas. Pero para ser enteramente honesta, yo tengo la impresión de que eso está empezando, de forma tímida, a ser diferente.

En realidad, confío mucho en el futuro. Veo que cada vez se habla más en términos de buena y mala literatura, que de escritores y escritoras.

 

-         ¿En qué medida sus lecturas de infancia han influido en sus narraciones infantiles?

 

R. Creo que mis primeras lecturas están en la base de cuanto escribo porque fueron ellas las que me descubrieron el hecho mágico de las palabras, la fabulosa posibilidad de crear universos imaginarios y vivir emocionadamente lo que, en apariencia, no son más que frases colocadas en una página de papel. Mis primeras lecturas me acercaron a la experiencia de ser otra persona en una isla misteriosa y, al mismo tiempo, yo misma.

Mis libros infantiles no se pueden entender sin la literatura del nonsense, sin Lewis Carroll, sin los primeros cuentos de Andersen y las narraciones de hadas que leía siendo muy pequeña. Entonces, para mí los libros eran placer puro, juego, invitaciones a la fantasía que yo no desdeñaba. Y todos esos elementos creo que han mantenido en los cuatro libros infantiles que he publicado hasta ahora. Creo que con ellos trato de recuperar a la niña del pasado, a la parte de infancia que todavía queda en mí. Siempre me ha gustado esa frase de Rilke, respecto a que la infancia es la verdadera patria del hombre. Así que, cuando llevo mucho tiempo sintiéndome apátrida o extranjera entre los hombres y mujeres de mi tiempo, enarbolo esa bandera de inocencia que me permite la literatura infantil.

 

-         Horacio Quiroga en el 'Decálogo del perfecto cuentista' sostiene lo siguiente: 'No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas'. ¿Está de acuerdo con esta premisa?

 

R. Comparto muchas cosas del decálogo de Quiroga y ese también, aunque adaptado a mi modo de crear. Porque es verdad que muchas veces comienzo sin saber a dónde va a ir a parar mi relato. Cuando lo termino, me llega el momento de darle la razón a Horacio Quiroga. Sé que tengo que recomponer la historia como un puzzle y que en las primeras frases muchos cuentos se las juegan. Eso y un mal final. Un desenlace torpe puede arruinar un cuento muy inspirado.

 

-         En el preámbulo de Fieras y ángeles. Un bestiario doméstico explica que la utilización del 'yo' es sólo una convención literaria para lograr calidez, complicidad y cercanía. ¿Sigue pensando lo mismo? Sin embargo, yo observo en la primera parte de Daiquiri y otros cuentos un 'yo' mucho más lírico, subjetivo, emotivo; un 'yo' que en ocasiones se dirige a un 'tú' cómplice y que parece tener tintes autobiográficos. ¿Comparte esta idea? ¿Existe una implicación personal con ese narrador?

 

R. Es cierto que en mis primeros libros hay una voluntad confesional, de memoria personal y biográfica que no es que haya ido abandonando. Lo que si he hecho es hacerla menos visible. En realidad, sólo se puede escribir desde la propia biografía, entendiendo esta no solamente como un cúmulo de experiencias o acontecimientos sino como deseos, visión del mundo. Una biografía imaginada puede retratar muchas veces mejor a un personaje que la puramente real. Pero, en mi caso, el uso del yo ha ido desplazándose de la primera persona que hace confidencias a una voz narradora que busca complicidades, porque mi mirada en un momento dado necesitó abarcar realidades distantes y diferentes.

Esa observación del prólogo tenía su trampa. Existe lo que podríamos denominar 'el malentendido del yo' y me solía ocurrir que contaba algo disparatado en primera persona y alguien me decía 'pero mira, ¡qué cosa tan rara te pasó¡' Por un lado me divertían esos equívocos y me daban ganas de hacer travesuras literarias, pero en otros casos me producía cierto pudor....

 

-         En sus narraciones hay varios personajes recurrentes (como es el caso de Elisa, Iris, Fariñas, Lili...), pero el personaje que más aparece en las primeras publicaciones es Angustias ¿Qué relevancia tiene en su obra? ¿Se hará presente en futuras publicaciones?

 

R. Muchas veces he pensado en retomar ese personaje, que por cierto continuó en una novela corta que no llegué a terminar y que, por tanto, no ha visto la luz. Una novelita titulada La mujer de hielo cuya protagonista se llamaba Elsa Buendía, en claro homenaje a García Márquez. Angustias pertenece a un tipo de escritura, a un momento en el que estaba explorando las posibilidades de esos cuentos brevísimos y humorísticos. Siempre la vi como un alter ego mío, no porque poseyera yo título de condesa o ninguna de sus cualidades, sino más bien por las debilidades comunes, por cierta tendencia a la ingenuidad y la bonachonería que siempre me ha dado algún disgusto. El personaje de Memorias de una bruja me parece que es la heredera de la Angustias, que al fin y al cabo es una contrafigura de las sangrientas condesas medievales. Angustias es un intento de crear un arquetipo de lo femenino, reclamando como bueno y positivo todo lo que una larga tradición misógina ha considerado 'fallas y rémoras', el 'eterno femenino' siempre satanizado. Esa tendencia creo que continúa en muchas de mis mujeres de ficción.

 

-         A pesar de lo controvertido e inexacto que resulta el término generación, la crítica la sitúa en la de los ochenta, también conocida como la 'generación del silencio'. ¿Qué opina al respecto? ¿Se siente parte de alguna corriente estética? ¿Se identifica con algún autor/a canario/a?

 

R. Debo reconocer que siento gran admiración por los francotiradores, por los que hacen su obra al margen de lo que es común en cada momento. Me gustaría tener el carácter inclasificable de un Joan Perucho o de un Ángel Sánchez, pero no sé si lo conseguiré. Yo me siento muy cerca de lo que escribe Alexis Ravelo, que es un escritor que está en la treintena, o de los cuentos de Alicia Llarena o de Eduvigis Hernández, una autora que no se ha prodigado mucho. Los ochenta son para mí años de tentativas, de empezar a publicar, de parones y búsquedas, así que me gustaría más ser considerada un autora de la generación del siglo XXI, porque es a partir del 2000 cuando tengo la impresión de que mi obra puede parecer más elaborada, más rigurosa, más interesante y rica. Pero puedo asumir también lo de la 'generación del silencio' como esa circunstancia externa que nos afectaba a quienes deseábamos dar salida a nuestro trabajo y no teníamos dónde hacerlo.

Las corrientes estéticas que me interesan y de las que me gustaría formar parte son esas en las que los géneros se atomizan y las fronteras se diluyen. Un modo literario en virtud del cual la imaginación y la realidad consiguen alcanzar acuerdos, porque me interesan las realidades pero no puedo dejar de imaginar, de crear fantasías un poco desmesuradas. No en vano, soy hija de Jonathan Switf y de Italo Calvino, entre muchos otros.

 

-         ¿Cuáles son sus modelos o referentes literarios?

 

R. A mí me fascina la gran literatura del XIX. Thomas Hardy y Dickens y los maestros rusos, el portugués Eça de Queiróz y Galdós, que en cada nueva lectura me devuelve una visión más contemporánea de los conflictos que cuenta.

Me gusta decir también que siempre le tengo una vela encendida a Stevenson, que fue el escritor que hizo que quisiera dedicarme a la literatura, pero mi devoción se extiende a maestros latinoamericanos como Borges, Cortázar, Quiroga, Monterroso. No me canso de leer a Silvina Ocampo ni a Dorothy Parker o las ya mencionadas Flannery O´Connors y Carson Mc Cullers. Entre mis maestros de cabecera están también humoristas como Evelyn Waugh o Mark Twain.

A Juan Marsé lo considero un clásico. Por tanto está también entre mis referencias literarias. Claro que sus novelas tienen un tono muy marcado, en las antípodas de lo que hasta ahora yo he escrito. Marsé es un maestro, uno de los pocos novelistas que consiguen hacerme llorar en el desenlace de casi todas sus novelas. Es un auténtico mago, un soberbio contador de historias como hay pocos.

 

-         ¿Qué opina de la literatura canaria actual y de la creencia de que estamos frente a un erial narrativo? ¿Puede destacar algunas figuras nuevas que resulten interesantes?

 

R. La literatura canaria vive un momento sumamente interesante. Una eclosión de voces como nunca antes se había producido, así que mi visión no puede ser más distante de la que sugiere un erial. Para colmo también existe una incipiente industria del libro que permite que puedan conocerse a esos nuevos autores. Hay poetas espléndidos como Berbel, Tina Suárez, Pedro Flores o Federico Silva. Novelistas de género como Francisco Quevedo García, Marisol Llano o José Luis Correa. Hay cuentistas magníficos como Alexis Ravelo, al que ya he mencionado, Ángeles Jurado, o Alicia Llarena.-

 

-         En su obra se vislumbran (sobre todo desde la ironía) elementos de crítica social. ¿Cuál es para usted la función de la literatura? ¿Cree en la máxima horaciana de dulce et utile?

 

R. Creo en el formidable poder de las palabras y, por tanto, en su posibilidad de contarnos un sinfín de cosas e historias en las que nada de lo humano, nos resulte ajeno. La grandeza de la gran tradición literaria y de las que se están creando en estos momentos radican en que me permiten apelar a lo útil y agradable, pero también a lo inútil y enojoso. A lo sombrío y a lo tierno, a las alabanzas y a las grandes diatribas. Me impresionan profundamente las obras que intentan hablarnos de quiénes somos y a dónde vamos, El ensayo sobre la ceguera, de Saramago, por ejemplo. A mí me parece evidente que la literatura de un tiempo tiene más sentido en la medida en que hay en ella una cierta voluntad de reflejar el espíritu de ese momento. En caso contrario, nos bastaría con leer a Shakespeare, a Cervantes o a Rabelais.

Siempre digo que escribir me ayuda a comprender mejor a los demás y la sociedad en la que vivo. No todo lo que veo me gusta y eso conlleva una dosis inevitable de crítica. Mi literatura se caracteriza por cierta tendencia a la ironía y el humor y es con esas armas con las que normalmente pongo en entredicho algunas cosas.

 

-         Me gustaría que nos hablara de sus nuevos proyectos.

 

R. En estos momentos estoy trabajando en dos novelas cortas infantiles, o relatos largos, según se miren. Exploran ambas las posibilidades abiertas en Rosaura y los autómatas: esa mezcla de lo cotidiano y lo extraordinario. También me propongo terminar una obra de teatro de encargo que comencé el verano pasado. Únicamente me falta el último acto, que es precisamente el más complicado porque hay que encontrar un desenlace que sea muy convincente y, además, me obliga a documentarme respecto a diversos personajes de la Historia. En el plano de lo ya escrito, y pendiente de publicación, espero con ilusión la aparición de una novela. Una trilogía, La ciudad de los hombres solos. Es una importante prueba de fuego para mí porque he invertido diez años en construirla y oficialmente sería mi primera incursión en el género, aunque he escrito otras que no he querido publicar.

También espero que salga El libro de los naufragios, un poemario que he ido construyendo en los últimos 25 años. Es casi como el diario de una evolución personal y lírica. Una propuesta en la que se mezclan el concepto de poesía como género de ficción, que habitualmente defienden Federico Silva y Tina Suárez, con la balada épica, a lo Coleridge y el apunte crítico a una realidad difícil y compleja como es el fenómeno la inmigración clandestina que se vive en toda Europa.