Zondek Zondek, Verónica. Por gracia del hombre. Santiago: Lom, 2009.

 

Búsqueda cansina

Para Jorge Zunino

En loca agua entumida de sal lanzas el ancla olvidas y descansas.

Entre un mar de acá y un mar de allá sobrevive la sed del ojo.

Tu figura escampa el oleaje. Mil chispas de sol ardiente te cabalgan el lomo y en ellas no otra sino la idea de no habitar ningún lado ni para nadie actuar de indispensable sino entero un cuerpo que busca cansino en un más allá de la carne en despliegue y de las tuyas y malparidas carencias que se borran para renacer como si nada.

Ansias de hablarte en el más allá de las lágrimas y alcanzar ese barco que se aleja corporal y te esfuma como si el tiempo no fuese. Otra cosa es que un hambre habite en el borde.

Remo entre neblinas que me aislan del mundo.

Cinco los huesos de mis dedos en el agua y ponen la proa al barco y bajan del barco y no cejan hasta tocar los tentáculos babosos del Hades.

No hay más palabras ni miradas en guarda que toquen la tibieza del pie que se dilata y dilecta la presa entre barrotes de oro y tentarte es que choca contra un rojo paredón y no hay caso

es el silencio de tu aullido el que me clava.

Desaparecida

La muerte es el olvido de los vivos.

El olvido es una liebre veloz y pesada de plomo abismal.

La alegría está lejos

y cerca una tormenta de ojos en fotos despintadas y a la luz.

Hay un llanto feroz del cielo que en demora cubre el paso de los latires.

La memoria es una huella y un tormento en el cristal de la lengua. Tú

una mano cerrada.

Una canción que no tuvo comienzo.

 

Biografía

Un ventanal calado respira en verde. Sin consuelo el lago duerme y traga su sal. Antumalal[1] Antumalal muerde implacable el declive. Respira. Marca sus piedras inmunes al tiempo y no entrega su hechura. De garras y pezuñas se afirma a la ladera. Llueve en quietud. Es digo la loca que busca su nombre en algún brote la que escarba en los pliegues ancianos del agua y en las aguas que caen del cielo y en las que reposan en el plano cuencal y en las que a veces escurren por los cristales del ojo.

Digo y dice ella...

¿De qué aguas nos venimos viniendo? Y ancestral se derrumba la respuesta:

de la nube que estalla en llamas de la incandescente lava que se llora de la última estación cuando aún eran las ventanas del viaje que casi no fue de ellos que nos engendraron y de esas las almas en pena que nunca nos supieron.

Y aquí en el mismo Antumalal de sombras bajo el sol se sienten los latires del diluvio el desciendo en pasmo  el pulso el toque y las bocas que se abren de fauces por doquier y buscan perdidas los nombres de antes y a los huérfanos en su deambulo entre los mares los lloros de lloros y la paz

nec unas.

Desde la otra orilla

A Georg Trakl A Jaime Huenún y su lectura interclusa

La ciudad no es más que un despliegue en agua cristalina y arrastra en azul tu cuerpo al desplome.

Un ramo de jeringas te viste de luto y tu corazón bombea envuelto en demencia.

Hay un forastero que galopa al anca de los murciélagos y hace intentos por no girar su cabeza hacia el costado.

Un edificio apaga su fuego marmóreo y es calmo y desliza por ti un pulso encarnado y reptil.

Deambular es ahora un qué de soplos y una búsqueda silente de guijarros que de uno       en uno y sin engaños son raudo precipicio en las grietas que cría el alabastro.

La sombra sobre el río es de alarido 'pajaril' y es blanco el graznido Juan Luis e inasible el granate coágulo que fermenta el lamento.

Repta entonces serpentea sucio el miembro entumecido y cruje en solitario el cristal de una lágrima.

Trakl caminante y celada de huérfano decir no desea no evita el golpe en oscuro en un lunes muy anterior a aquel de Vallejo que entonces en rosáceo y frente al ojo celeste fue entrando en el añil profundo y más lejos junto al destino de la fina hebra que hoy me teje el paño por carnosa avizorar un mirar impreso y entrever los signos en la escritura que amaso.

Trakl vago interdicto del Bosque Negro abismo encadenado al pulso escindido abrazo irrumpes en profundo y cerúleo y truenas como la arcilla al vientre y te haces familia una con la noche.

Es lumbrosa tu lóbrega habitante de cuarzo y latente el abrigo de tierra a la medida.

Un alma ajena destila el rojo por hacerlo suyo y atraído y negro el farellón en el risco de tu ojo es sello y lacra en boca de cavernas en olvido.

Cielo e infierno avecindado en tu corazón.

Un leve toqueteo de alas sobre el arroyo transparente. Un murmullo de ángeles a la espera.

Trakl. Hombre y poeta.

Cae tu cuerpo y el agua es más tan bermeja que pretexto te resulta tibio el aliento.

Izas tu cola en señal de ardua patria y ya eres salto en la otra orilla.

 

 

Notas

[1] Antumalal: corral del sol {antu- sol, día; malal- corral)