RAÍZ DEL AIRE 

        Inconcebible por invisible;         por inconmensurable;         por imperecedero;           por eterno;         por omnipresente;         por omnipotente. 

        Moses und Aaron, Act I         (A. Schonberg) 

La tarde cae en aves que huyen silenciando al agua que anticipa ceniza. Ruge el viento sobre árboles como palabra imposible, la tarde misma hecha fragmento. Contra su hedor, el corazón enmudece. 

Lo que callamos viene cada noche a ti como agua que muere en esta sed. 

Pero en el miedo de aquel círculo sellado se afirman tus ojos y el mensaje de una hoja desprendida desde el aire. 

Se afirma el verano hecho silencio, su rostro escrito sin imagen. 

Lo que callamos se adentra en un beso sin luz que se agita temblando. 

 

Hacia mí a veces desciende tu aire. 

No hay ámbito de luz que no toque. 

No existe desastre que bese, palabra con sal que lamente. 

Bajo el ramaje de toda distancia se hermana a la sombra que silencia mis ojos. 

 

En la pérdida tus palabras son un pequeño fruto bermejo. Lo inaudible en ellas es un sueño dado al inicio gracias a gotas nunca dichas. En su límite no retornan como piedras como voz o como fuego. No regresan sino como hielo en la herida que abre una y otra vez mi piel. 

 

A ti que no te nombro empiezas frente a mí la erosión en la anchura de otra boca. No más que principio incitando al azul que, entre líneas, te describe pensativo al interior de nubes. Voraz y sin imagen, mi tacto pertenece como Rosa enmohecida a la boca que te niega cuando habla. 

 

Oír al invierno cuando la memoria amenaza nuestra piel que retrocede. 

Oírlo en una sola nota como nombre inocente derribado por Dios. 

De principio a fin no es su frío el que anida en la arista embetunada del oído. 

Su sonrisa es deseo en el acto de callar. Incluso ahora en el verdor de septiembre. 

 

No eres silencio que merodea mi hambre     ni latido de fuego que a mi corazón convierte en pedernal. 

En tu voz la indulgencia viene como sueño al cuerpo desaparecida la raíz. 

La sed que sabe beberte es vastedad de una palabra que en mi carne se hunde como navío sin sombra. 

Asidos a la piedra el viento imparte distancia: la frontera abierta a través del polvo como presencia final. 

Sentencia pronunciada por algún recuerdo marchito, agrieta cualquier aliento posible. 

Su distancia en la caída es vértigo besado, exclamación  ajena y transparente. 

 

La resistencia hundida en la tormenta señala el nombre del exilio, desazón ante un lugar rememorado con voz entrecortada. 

Todo comienza en un adiós, incluso la muerte o su doble temeroso. 

No hay fronteras en su música, herrumbre hay tras un contacto primerizo, nieve ennegrecida, palabras que ya no son palabras. 

 

Tiempo del corazón tiempo callado sin caminos, seca es la luz que repica sobre ti. 

A destajo el rojo sonido del estío inunda tu presente. 

Lo inunda y hace herida a la altura de la boca en la hora hostil que se yergue sin memoria 

como tú, callada, sin respiración sin posible seña de otro aire.   

 

Música lamentas, lo inaudible de la Constelación, lo palpado en fuego cuando, por ventura, el fragor nocturno enciende Ríos. 

Caída lamentas como si sordera fuese lo que dices, espacio muerto entre ventanas enrejadas, como si fuese cal la pertinencia fidedigna y no música sino huesos, carbón cristalizado. 

 

En el dónde que acuchilla el vestigio de Alguien declina la hora en que crees tocarme. 

Más tarde, cuando la Rosa sea tuya, estaré cayendo hacia el jardín que es tu promesa nunca dicha. 

Más tarde, con palabras de un niño herido antes de nacer. 

Ahí tocarás lo que yo en ti toque, en el dónde que será ceniza. 

   

Con aguda voz muerdes piel sangrante. 

Con agudo tacto de flecha. 

Y oigo el quejido que nombra cielo en vértigo de aguas: lluvia como azufre en ajeno paladar: y oigo el quejido sobre toda la ciudad extraviado sin palabras cogido por el gris de colmillos que ensordecen. 

  

El mar es tu sed: no termina en arena ni es sombra navegable. 

En lengua concluye leída la corriente del aliento entumecido: 

hacia arriba y sin manos tocando cielo 

torcido el camino en la playa de Siempre. 

 

Dijiste sol donde hubo escarcha. 

Y un día marchito germinó en el cristal. 

Dijiste agua donde hubo fango. 

Y abandono maduró con el viento de granizo. 

Dijiste nacimiento donde hubo noche. 

Y la escarcha fue túnica de un ángel en la ceguera del labio. 

 

Tú, que otorgas, da lo innumerable al viento, lo que a reflejo no se presta y gira en lo que somos sobre límites sin fin. 

Dalo, enséñalo como deleite del vino respirable en otras fiestas: oscuro, plural en nuestras bocas, creciendo, tocándonos de Sed. 

En la Constelación no leas: es imposible. En el corazón, si puedes, como dispersión del viento herido; ajeno ante Dios, leve: callado ante otra estirpe.