ESCRITOS APASIONADOS EN CHILE: LA NARRATIVA DE MARTA BRUNET, MARÍA LUISA BOMBAL Y DIAMELA ELTIT

 

por Bernardita Llanos

 

Al examinar los proyectos de escritura de las autoras chilenas Marta Brunet (1897-1967), María Luisa Bombal (1910-1980) y Diamela Eltit (1949), a través de los pactos sexuales que revelan, notamos una persistente y aguda reflexión sobre los efectos de la modernidad patriarcal. Sus textos articulan una subjetividad femenina que se resiste a los imperativos legales, a los contratos sexuales y al canon literario. Desde diferentes perspectivas y paradigmas estéticos (realismo, surrealismo y neovanguardia,  respectivamente), la narrativa de estas tres escritoras cuestiona el proyecto de la modernidad en Chile en tanto itinerario masculino que subordina a las subjetividades subalternas. Los sujetos confrontan la razón hegemónica que la racionalidad social moderna instituye a través de la apropiación y el vaciamiento del cuerpo femenino como de la pasión vital. Al otro extremo de este modelo social se establecen los lazos intensos con la madre, la hija, el hijo o los hermanos, formando una red contraria a las prohibiciones establecidas por las formas dominantes de identidad y sexualidad. En este contexto, el matrimonio y la hacienda aparecen como dos instituciones que históricamente han legitimado el abuso moderno de los cuerpos individuales y colectivos de América Latina.

 

Estas tres escritoras desarrollan una contra-narrativa frente al canon literario. Sus textos revisan y desafían las narrativas heterosexuales, al presentar las fallas que recorren la modernidad patriarcal, a través de los contratos legales y sexuales del siglo XX. El patriarcado rural y su legado en el campo constituye la matriz cultural de las violentas historias de Aguas abajo (1943) de Marta Brunet. En La última niebla (1935) y La amortajada (1938) de María Luisa Bombal, el patriarcado adquiere su marca oligárquica a través de la negatividad que cercena la identidad de la esposa del hacendado como resultado de una modernidad que produce la desencarnación de la sujeto, transformándola en una muerta en vida que habita un lugar caído de la historia que enclaustra y entumba a la esposa.

 

De este modo, la experiencia histórica femenina se hace sinónimo de una muerte psíquica, pues la sujeto bombaliana vive escindida entre lo que debe ser y lo que desea, sin poder resolver su dilema hasta después de cumplir con su misión reproductiva y morir biológicamente. Como consecuencia, los  pactos sexuales se cumplen brindando el cuerpo y cumpliendo con los requisitos de clase y género, propios de la identidad de la esposa del hacendado. La recuperación de la voz y la posibilidad de enunciación solo serán posibles después de que la vida de esposa ha dejado de existir, como nos muestra la amortajada bombaliana.

 

Los primeros intentos de modernización para incorporar a la mujer chilena a la fuerza laboral durante los años cincuenta son revisados posteriormente por Brunet en su novela María Nadie (1957). Brunet vuelve sobre el ámbito de la subjetividad y cómo su protagonista María se define y construye al haber entrado en la esfera pública. Su novela muestra las contradicciones y la discriminación que una mujer soltera y asalariada sufre en una cultura eminentemente  tradicional y jerárquica. La independencia femenina ganada en la ciudad y promulgada en la provincia en el ámbito público coexiste con un sustrato rural patriarcal que define todas las relaciones y las identidades dentro de parámetros sexistas y altamente excluyentes.

 

Las novelas contemporáneas de la escritora Diamela Eltit, por su parte, se enfocan en el colapso total de la democracia durante la dictadura de Pinochet (1973-1989) y el período postdictatorial  como muestran las novelas El cuarto mundo (1988) y Los vigilantes (1994). Una modernidad masculina urbana en estos textos se inagura a través de un sistema económico despiadado que se homologa con las ideas de progreso y civilización, mientras la marginación y la desigualdad social fragmentan la vida social de la ciudad. Los sujetos subalternos en este universo agresivo son convertidos en portadores de la barbarie que la utopía neoliberal se propone erradicar como parte de su ideario político/patrio. El sistema económico neoliberal aparece instalado por la dictadura y mantenido durante el período posdictatorial democrático sin alterar sus imperativos  ni su ideología mercantilista.

 

En estos tres proyectos estéticos el género sexual femenino se presenta como una forma de marginación enquistada en la moral autoritaria y la ley que regula el matrimonio y la familia. Dentro de este ambiente opresivo, sin embargo, la resistencia femenina irrumpe y desestabiliza el rígido dominio fálico que se extiende sobre la vida privada y política. La agresión femenina y la sexualidad no convencional alteran y subvierten este orden y sus estatutos. El énfasis en la casa y las relaciones interpersonales que estas obras muestran permiten la presentación de un microcosmos donde las pasiones irrestrictas transforman identidades y posiciones concebidas como inalterables por el discurso social.

 

El matrimonio es uno de los protocolos modernos que resuelve la diferencia sexual a través del pacto que instaura la protección masculina a cambio de la obediencia incondicional femenina. De este modo, la subordinación de la diferencia se convierte en el rasgo fundamental del pacto social del proyecto de la modernidad al interior de una sociedad y cultura jerárquicas. En ella las mujeres están muertas civilmente, son sujetos legales menores, dependientes de la protección y autoridad de sus esposos. En los textos de estas escritoras el éxito y funcionamiento del matrimonio y la familia tradicional se problematiza a través de relaciones de género carentes de afecto que llevan irremediablemente a una crisis de identidad frente a la condición de ser un rol.

 

La modernización económica de la hacienda deja el sistema de género inalterable en los pueblos rurales a pesar del hecho de que las mujeres se han vuelto “modernas” después de los movimientos de emancipación femenina en la primera mitad del siglo. En la narrativa de Brunet y Bombal vemos cómo la modernidad masculina reduce a la mujer moderna al estado de mercancía reproductora.

 

En la ciudad dictatorial moderna de la década de los ochenta y los noventa, por otra parte, Eltit insiste en la persistencia de estructuras sociales discriminatorias junto a regulaciones culturales y de género desiguales como lo hace Brunet en las zonas rurales y contra el modelo de clase oligárquico de Bombal. En medio de mundos asfixiantes las imágenes de cuerpos grotescos y psiquis atormentadas exhiben la violencia simbólica y material perpetuada por el neoliberalismo. La ciudad moderna se presenta vigilada y cerrada, como punto muerto de lo que fuera el foco social y cultural del país.[1] Las protagonistas de Eltit aparecen asediadas junto a otros grupos marginales en un mundo hostil y pesadillesco donde el esposo/padre tiende a tener un poder omnipotente como patriarca y juez que condena,  como muestra de modo epistolar la novela Los vigilantes a través de las cartas de la narradora al marido ausente:

 

Aseguras que mi comportamiento genital origina los más vergonzosos comentarios que traerán graves consecuencias para el futuro de tu hijo. Dices que me atrevo a hacer de mi casa un espacio abierto a la lujuria que atemoriza y empalidece aún más a tu hijo. Afirmas que los vecinos están estupefactos  por lo que consideran mis desmanes[2].

 

Margarita, la madre narradora, escribe su autodefensa utilizando el discurso legal para probar su inocencia. Sin embargo, como su escritura pone de manifiesto, es culpable de antemano dentro del mismo lenguaje que utiliza por carecer de una palabra con autoridad legal y moral. El hecho de ser madre sola la condena social y legalmente hasta convertirla en una criminal junto a todos los demás marginados del sistema autoritario y la economía de mercado. De ahí que para Eltit, la mujer aparezca doblemente condenada en la modernidad desde su mismo género, enunciado como carencia en el lenguaje, y desde la culpa social que implica obedecer una ética de la diferencia y la solidaridad dentro de un orden autoritario.

 

Los mujeres fantasmagóricas de Bombal, por su parte, aparecen como mentes sin cuerpo, muertas en vida o muertas vivas tal como la figura de la amortajada muestra en la novela del mismo nombre. Su única posibilidad de reflexión se realiza una vez que ha muerto biológicamente y ha cumplido el ciclo reproductivo femenino, poniendo de manifiesto que la vida de una mujer no es más que un mandato biológico. De este modo, la literatura de Bombal altera el canon aunque sin abolir la ideología católica patriarcal que lo define. Bombal más bien constata el derrumbe de la identidad femenina en un mundo gobernado por la negatividad de una modernidad oligárquica. El nihilismo que caracteriza a sus personajes se da en clave católica, de ahí que la vida aparezca sin sentido ni valor, mientras que la muerte conlleva goce y renacimiento. La desintegración y fusión final de la amortajada con el universo, la tierra y las mareas, muestra su renacer:

 

Y ya no deseaba sino quedarse crucificada  a la tierra, sufriendo y gozando en su carne el ir y venir de lejanas mareas; sintiendo crecer las hierbas, …

Sola, podría al fin, descansar, morir.

Había sufrido la muerte de los vivos. Ahora anhelaba la inmersión total, la segunda muerte: la muerte de los muertos[3].

 

De este modo, la muerta debe morir biológicamente primero para poder así recuperar su capacidad de lenguaje. Sólo cuando ha terminado de reflexionar sobre la negatividad que ha implicado su vida en tanto mujer puede adquirir subjetividad y liberarse. Julia Kristeva señala que el proceso de subjetivación y el yo que configura puede caracterizarse como una tierra extraña de límites donde la otredad se construye y reconstruye.[4] En este sentido, la escritura de Bombal muestra las irrupciones de la negatividad como pre-condición del sistema simbólico de seres al margen y al límite.

 

La maternidad y el matrimonio en estas tres escrituras se presentan como instituciones que obstaculizan y coartan la identidad en favor del orden social organizado. La imagen oficial de la mujer como “la reina del hogar” es substituida por experiencias violentas y desnaturalizadas que contrastan con la aceptación incondicional requerida de madres y esposas dóciles. La identidad de género se adquiere a través de un rito de pasaje viciado, en un tipo de mascarada entre el padre y el esposo donde la mujer se convierte en mercancía. Un ejemplo ilustrativo de este traspaso de la mujer lo hallamos en “Soledad de la sangre,” una de las tres historias que constituyen Aguas abajo de la escritora Marta Brunet. La protagonista innombrada recuerda su adolescencia y cómo llega a su fin cuando: “El padre presentó un día al futuro marido. Era de tierras del sur, propietario de una hijuela, de vieja familia regional. Ya mayor, claro que no ‘veterano’; esto lo decía la madre.”[5] “Buen partido”, añadía también. Como pone de manifiesto esta cita, el pacto social se sustenta en un pacto sexual basado en la subordinación de la mujer y coincide con la argumentación de Carole Pateman cuando analiza los fundamentos del matrimonio en Occidente[6].

 

Firmar el contrato matrimonial y el acuerdo sexual que legitima representa para la mujer la entrada en lo social, como también la adopción del modelo cultural dominante de identidad que entrampa a la vez que define la subjetividad. Por esta razón, las mujeres se convierten en sujetos de género a partir de su exclusión de una racionalidad que las descuenta desde el inicio. En consecuencia, las mujeres aparecen encerradas en la casa y marginalizadas de la modernidad que separa la esfera privada de la pública, haciendo de ésta última el centro de lo social y de lo masculino, mientras que lo privado se homologa con lo femenino, como señala Ana Pizarro.[7] De modo contradictorio, la mujer a quien se le niega su ciudadanía se hace parte de la nación a través de la identificación con la imagen de la Virgen María, patrona y protectora de esa misma nación. Cualquier desviación o alteración de este modelo de identidad virginal/maternal y de su repertorio de comportamientos conlleva la condena y la criminalización, como lo revela la suerte de las protagonistas de las novelas María Nadie y Los vigilantes.

 

La personaje de Brunet, María López, le confiesa a una gata callejera en medio de una calle vacía la persecución de la que ha sido víctima en el pueblo: “Unas pasiones enloquecidas me han rodeado. Desde el primer minuto me han envuelto en sospechas, en malos pensamientos; me han cercado los hombres creyéndome presa fácil, me han supuesto las mujeres intenciones aviesas; hasta los niños me han abandonado sin saber yo por qué”[8]. De este modo, María, encarnación de la mujer urbana moderna, es rechazada brutalmente por las mujeres de Colloco, quienes mantienen una suerte de matriarcado fálico en el que han sacrificado su vitalidad y sexualidad por la maternidad -en lo privado- y por la libidinización del dinero que el trabajo remunerado les otorga en el espacio público.

 

La modernidad, sin embargo, encubre estos efectos negativos sobre las mujeres y aquellos sectores que han sido excluidos. Los personajes femeninos protagónicos en estos textos exploran diversas formas de defensa contra la modernidad para encontrarse al final social y culturalmente derrotadas. De hecho, la violencia es tan invasiva que sus cuerpos también son expropiados. Dentro de este orden, la familia crea un espacio asfixiante que reproduce lazos endogámicos que son no solamente sociales sino sexuales. Bombal representa este fenómeno a través de matrimonios entre parientes o uniones arregladas por el padre con algún amigo o conocido. Brunet, por su lado, instala la transgresión del tabú del incesto, como posibilidad de revancha entre mujeres, dando una vuelta de tuerca no sólo a la forma de aproximar la prohibición sino a la forma de pensar las ideas de barbarie y cultura heredadas del liberalismo decimonónico. Brunet presenta la inversión de estas metáforas en la modernidad rural y vuelve la casa centro de disputa entre ambas. Si la cultura occidental se fundamenta en la ley del padre y la prohibición del incesto como declara Freud, la falta de límites y ausencia de la figura paterna crea otros lazos y rivalidades en la familia, sin perder su organización piramidal. Desde esta perspectiva, la historia “Aguas abajo” expone el declinio del padre en la modernidad y la lucha entre mujeres, vuelta mortal entre la madre y la hija, donde la última traiciona a la primera, precisamente, con el marido de ésta, es decir, con el padrastro. Sin embargo, la traición aquí no se da por motivos amorosos sino para lograr tener el poder y arrebatárselo a la mujer que no ha sabido o podido asegurarlo. La madre destituida como la mujer del hombre y ama de casa reclama: “No sólo le quitaba el hombre. Le quitaba el hogar, la responsabilidad de la vida familiar, el derecho al mando. Y era su hija…”[9]

 

Eltit, de modo más radical aún, fija las fallas de la modernidad urbana también al interior mismo de la familia heterosexual constituida simbólicamente por el padre dominante y la esposa sumisa. A esta dupla reproductiva del sistema se oponen los mellizos, quienes forman la pareja transgresora por excelencia en la novela El cuarto mundo. Las diversas formas de la sexualidad, de lo irracional, del cuerpo y del deseo en el mundo literario de Eltit, representan imágenes y prácticas de resistencia al orden social y al discurso falogocéntrico. A través de un discurso afín con el psicoanálisis, la novelística de Eltit hace del lenguaje una materialidad productiva donde se esculpe sobre el cuerpo de la letra, voluminizándola y abriéndola a múltiples sentidos. El recurso de la desnaturalización le permite a Eltit construir imágenes femeninas inéditas donde la sujeto aparece desperfilada y exenta de los atributos convencionales desplegados por la ideología patriarcal. El desenmascaramiento de la maternidad y sus mitos idealizantes articulan la figura de la madre sexualizada, subvirtiendo las dicotomías epistemológicas que han definido la subjetividad y sexualidad femenina. La melliza de El cuarto mundo encarna una figura múltiple y grotesca donde la diosa de la fecundidad, la medusa, la madre embarazada y la ramera se citan y confunden:

 

A horcajadas, terriblemente gorda, estoy encima de María Chipia tratando de conseguir el placer. Va y viene.  El placer va y viene. Cuando viene, viene un olvido total y el umbral del placer lo ocupa todo. Me ocupa toda y María Chipia redobla  sus movimientos  porque sabe que estoy en el umbral del placer[10].

 

La desfiguración de las identidades femeninas se da a la par del desmantelamiento de la estructura patriarcal familiar y los roles que la rigen. En un mundo de agresión y traición los mellizos son amantes, esposos, padres y cómplices en un pacto de fraternidad sudaca que se resiste al sistema que los disciplina y controla sin cesar. El incesto, pues, permite flexibilizar los lazos familiares y recorrer con el Otro diversas identidades y sexualidades, movilizando las relaciones y la psiquis[11].

 

A lo largo del siglo XX, la literatura de estas tres escritoras chilenas insiste en exponer los valores y modelos autoritarios que existen dentro de las prácticas políticas del proyecto moderno. Los ideales masculinos de corte patriótico heroico que la modernidad exalta son cuestionados a través de experiencias e identidades marginales que se resisten al sistema hegemónico y sus formas de representación. El cuerpo femenino, por su parte, se convierte en un territorio simbólico disputado a la moral sexual oficial y a los sentidos hegemónicos que se le ha impuesto en tanto construcción social. El sistema ideológico dominante prohíbe y castiga deseos y prácticas disidentes por estar fuera de los límites establecidos por la moral católico-estatal. El cuerpo y sus prácticas representan el último terreno para ser reclamado en un sistema cultural donde las mujeres son sacrificadas al pacto social de la nación para la continuación de la familia chilena.

 

La mutilación y desintegración del cuerpo femenino, particularmente presente en Bombal y Eltit, lo politizan como lugar de quiebre que desarticula modelos y valores dominantes. Por ejemplo, la melliza, que narra la segunda parte de la novela El cuarto mundo, enuncia nuevos sentidos a partir del deseo y del cuerpo femenino: “Le confieso mi inclinación por el vicio y me abro como una viciosa que hubiera contenido sus apetitos por demasiado tiempo. Abierta, espero que mis dientes se separen de mis encías para que él pueda enfrentarse a mi amenazante calavera. Lo lamo como a un niño gestándose en el interior de una madre desarrapada y desnutrida”[12]. En este pasaje, el discurso narrativo conecta las represiones y tabúes impuestos sobre el cuerpo femenino con la marginalidad social de la madre popular, ambos marcados por la negación. Por otro lado, vemos uno de los rasgos estéticos típicos de la narrativa de Eltit, donde el lenguaje deja de representar para adquirir sentidos que se acercan a la experiencia. Danilo Santos señala acertadamente que el proyecto vanguardista de Eltit incorpora el goce reprimido ligándolo a sujetos que “han sido privados de su espacio social y lingüístico como el lumpen, la mujer y el artista autónomo en un medio de consumo.”[13] Para Santos el incesto ritual de los mellizos al final de la novela reitera la saga familiar, invirtiendo las categoría de género, insistiría yo, y da como origen la novela misma que leemos en tanto producto mercantil “en un giro espectacular.”[14] De este modo, la hija bastarda que engendran los mellizos es metáfora de la novela sudaca, escritura resistente latinoamericana marcada por su carácter sexual e ilegítimo desde la mirada europea y la historia colonial. A su vez esta filiación señala el precario destino de la novela contemporánea como género letrado  y marginal, dentro de una cultura del consumo donde los medios de comunicación son los nuevos reguladores de la opinión pública masiva en un mundo en que las utopías sociales han sido reemplazadas por el mercado.

 

De gran significación para el lenguaje literario chileno es el hecho de que estas tres escrituras desafían el logocentrismo del sistema lingüístico en mayor o menor grado. Las estrategias discursivas utilizadas arman modelos narrativos que no sólo presentan nuevos temas de género sino que el índice de representación tiende a declinar. Contra el discurso lógico mimético patriarcal, los mundos de Brunet, Bombal y Eltit siguen una línea similar en el que el pensamiento metafórico es central. Se reemplaza, por lo tanto, la mímesis por el imago mundo dentro del cual la ficción adquiere un papel privilegiado en la creación de nuevos mundos.

 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 

AVELAR, Idelber, 1999, The Untimely Present. Postdictatorial Latin American Fiction. Durham and London, Duke University Press, 164-185.

BOMBAL, María Luisa, 1997, La amortajada, en Lucía Guerra (ed.), María Luisa Bombal. Obras completas, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 96-176.

BRITO, Eugenia, 1994, Campos minados. (Literatura Post-golpe en Chile), Santiago de Chile, Cuarto Propio.

BRUNET, Marta, 1997, “Aguas abajo”, en Aguas abajo, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 67-79.

BRUNET, Marta, 1996, María Nadie, Santiago de Chile, Pehuén.

BRUNET, Marta, 1997, “Soledad de la sangre”, en Aguas abajo, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 81-110.

ELTILT, Diamela, 1996, El cuarto mundo, Santiago de Chile, Seix Barral.

ELTILT, Diamela, 2001, Los vigilantes, Santiago de Chile-Buenos Aires, Editorial Sudamericana.

COLE, Diana, 2000, “Subjectivity and the Semiotic. Gendering Negativity”, en Negativity and Politics. Dyonysus and Dialectics from Kant to Poststructuralism, Londres/Nueva York, Routledge, 195-229.

LLANOS, Bernardita, 2006, “Pasiones maternales y carnales en la narrativa de Diamela Eltit”, en Bernardita Llanos (ed.), Letras y proclamas: la estética literaria de Diamela Eltit, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 103-141.

PATEMAN, Carole, 1988, Sexual Pact, Stanford, California, Stanford University Press. 

PIZARRO, Ana, 1997, “Mistral ¿Qué Modernidad?”, en Gastón Lillo y J. Guillermo Renart (eds.), Re-leer hoy a Gabriela Mistral. Mujer, historia y sociedad en América Latina, Ottawa-Santiago de Chile, University of Ottawa/Universidad de Santiago de Chile, 43-52.

SANTOS, Danilo, 1997, “Retóricas marginales”, en Rodrigo Cánovas (ed.), Novela chilena. Nuevas generaciones. El abordaje de los huérfanos, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Católica, 135-153.

 

 



[1] Eugenia Brito, Campos minados. (Literatura Post-golpe en Chile), Santiago de Chile, Cuarto Propio, 1994, p.14.

[2] Diamela Eltit, Los vigilantes, Santiago de Chile, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2001, p. 73.

[3] Maria Luisa Bombal, La amortajada, en Lucía Guerra (ed.), María Luisa Bombal. Obras Completas, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1997, p.15.

[4] Citado por Diana Cole, “Subjectivity and the Semiotic. Gendering Negativity,” en Negativity and Politics. Dyonysus and Dialectics from Kant to Poststructuralism, Londres/Nueva York, Routledge, 2000, p. 196.

[5] Marta Brunet, “La soledad de la sangre,” en Aguas abajo, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 1997, pp. 81-110.

[6] Carole Pateman, Sexual Pact, Stanford, California, Stanford University Press, 1988, pp. 11 y 113.

[7] Ana Pizarro, “Mistral ¿Qué Modernidad?”, en Gaston Lillo y J. Guillermo Renart (eds.), Re-leer hoy a Gabriela Mistral. Mujer, historia y sociedad en América Latina, Otawa, Santiago de Chile, University of Ottawa/Universidad de Santiago, 1997, p. 49.

[8] Marta Brunet, María Nadie, Santiago de Chile, Pehuén, 1996, p. 136.

[9] Marta Brunet, “Aguas abajo,” en Aguas abajo, op. cit., p.76.

[10] Diamela Eltit, El cuarto mundo, Santiago de Chile, Seix Barral, 1996, p. 141.

[11] Para un estudio mayor sobre esta novela y los mitos con los que trabaja, ver el capítulo “Pasiones maternales y carnales en la narrativa de Diamela Eltit,” en Bernardita Llanos (eds.), Letras y proclamas: la estética literaria de Diamela Eltit, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2006, pp. 103-141.

[12] Diamela Eltit, El cuarto mundo, op. cit., p. 126.

[13] Danilo Santos, “Retóricas marginales”, en Rodrigo Cánovas (ed.), Novela chilena. Nuevas generaciones. El abordaje de los huérfanos, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Católica, 1997, p.145.

[14] Ibidem, p. 147.