PALABRAS
Apenas tocan la orilla
se las traga la arena.
MAR
Tú que llegaste con el sol
y te irás con él cuando se vaya.
Tú que te amarras al hueco inmenso
para ser y estar siempre.
Tú que entras sin abrir la puerta, y
te metes por debajo de mi cama
como buscando, como dejando.
Tú que haces lo que te da la gana,
ya que no me cuentas lo que sabes,
al menos,
déjame en ti
para mirarte.
LA FAENA
Abre la mar su bravura
y en su Agua Madre
entra el hombre con su hambre.
Desnuda danza cuerpo a cuerpo
entre la mar y el hombre,
entre la muerte y el hambre,
que en estocada brutal
saca al pez
ensangrentado de luz
y de aire.
Para José Emilio Pacheco
por su Agua Madre
DE MARAVILLA
Cuesta mucho entenderse
con los desinformados
que tienen dinero.
Con los desinformados pobres,
de maravilla.
LAS SEÑORAS
A Alberto Rubio Riesco (1928-2000)
In Memoriam.
Las señoras altas y delgadas
no visitan la Caleta,
hay muchas moscas.
Las señoras altas y delgadas
se acicalan con afeites franceses
que se hacen de la luga*,
que otras señoras,
no tan altas ni tan delgadas,
recolectan y secan
en medio de esas moscas.
*Luga: alga marina.
SAN PEDRO
Los pescadores evangélicos
no creen en monos de yeso,
dicen ellos.
En las Fiestas del Santo
lo pasean en el mar
por hermano, por compañero,
y por siaca.
LA CASA
Muy a la orilla,
donde rompe la ola
construí la casa,
para que el mar
la mire.
LA CASA YA ESTABA
Las cosas son y están
pero ¿dónde?
Donde palpita la piedra
en las hebras del durmiente
en las limaduras del hierro
en la paciencia de la bigornia
la casa ya estaba.
Antes que volara el cerro
en el soplo de la oruga
y se fueran por el aire
raíces, agua, memoria
la casa ya estaba.
Vigilando la noche
escondida del viento
en el ala de la gaviota
antes de estas palabras
la casa ya estaba.
Poco se hace con las manos:
de las estrellas llegan las piedras,
de las piedras los durmientes, y
de no querer morir
los sueños
y la casa.
Para Omar Lara
ME DESPIDO
De lo que vi en los ojos de Colomba Catalina, en primer lugar,
del vuelo de la gaviota,
de las piedras, ellas sí que han vivido,
de las flores que sostienen el cerro,
del Maestro Vilo que sostiene las flores,
de los pescadores, de Ondina y sus parientes,
del remo duro que me enseñaron sus manos,
de la piedra del caballo alado donde se peina la sirena,
de los que no han cruzado esta puerta, y sé que vendrán,
de esos hijos de puta y que Dios los guarde ¿quién otro?
de los que pasaron a mi lado y no me di cuenta,
de la que me está vedado nombrar,
de la que me fui y tampoco nombro,
de los libros a los que apenas acaricié el lomo,
de las palabras que no aprendí,
de las etimologías que nunca supe,
de los poemas que no pudieron ser,
de lo que sobra o falta para que esto sea un poema,
de mis herramientas, el clavo, la bigornia, el martillo,
de la goma y el lápiz con que escribo,
del mar no me despido, me quedaré en él hasta que este sol se apague.
Para Juan Carlos Mestre
CUERPO
Soy y eres cuerpo:
de lo que más somos
poco sabemos,
en tu cuerpo
nazco y muero, muero y nazco
cada vez.
O PONTO G ESTA NO DUVIDO
¿Es usted el poeta?
Eso dicen, mi señora.
¿Me puede contar algo?
Pasan soles, pasan lunas.
Una tarde, el marido:
¿Es usted ese poeta?
Eso parece, mi señor.
¿Puedo cortar su lengua?
Para Affonso Romano de Sant´Anna
ESCALA CON DESCANSO
La Colomba Catalina
baja
len_
ta_
men_
te.
Y descansa, en sus noventa y
cuatro peldaños, no por estar vieja.
Por
pre _
cau _
ción.
VÉRTIGO DE LA NADA
Por el último portal del atardecer
se va la luz de todos los signos.
He perdido hasta la memoria.
Mis templos sin ojos, mis armarios de dudas
ya no germinan ninguna esperanza.
Mi pequeña luz se suicida en las sombras,
muere abrasada en el vértigo de la nada.
Humedad sin lluvia, que no destruye ni ama,
pesada piedra que arrastra, arrastra,
olvida y apaga.
Para Antonio Gamoneda
EL OTRO SILENCIO
No se metan en las gotas de mi suero
no quiero el agua de los espejos
no manchen mi sábana con pétalos
no golpeen mi siesta con recuerdos.
Dejadme morir conmigo, es mi momento,
ya no soy palabra, ojos, ni oído,
dejen afuera al de la plegaria oscura
y cierren la puerta que entra viento.
Atontado en miel de medicamentos
se va mi esqueleto no sé adónde,
apaga mis párpados un hueco negro
y tiene mi tarde el otro silencio.