SONAR BREVEMENTE ANTE LA CEJA FURIOSA DEL VIENTO

por Christian Formoso

Salir y mirar nuestra casa, y hablar de ella, de nuestras lecturas, de la influencia de la poesía de otros poetas en los poetas, podría aparecer como un gesto ajeno incansable, o como una pregunta muerta, o como un puño desconsoladamente ciego y cerrado.

Mi pequeña visión descansa en un misterio. Creo que bien podría hablarse de una cascada interminable entrando en nosotros, y de un instinto guiando el vaso con que han de venir a llenarnos la sangre y la frente.

"Las obras de arte son de una infinita soledad" y "La mayor parte de los hechos son indecibles" dice Rilke.

Para mí ese instinto guiando el vaso es el misterio.

Cuántos poetas pasan por nosotros.

Cuántos poetas nos llevan a cantar o a como no hacerlo, pero ah que alguno llega y entra, y se queda primero en nuestra mesa , y nos da de comer, y nos habla en nuestra propia casa y en nuestra propia lengua.

Es que al poeta que entra lo he encontrado siempre a los pies de un cadáver, a la poesía misma saliendo de un muerto: como en el poema "Una carroña" de Baudelaire, o en la visión de Rimbaud, desde mi propia y primera visión de un animal muerto, visto de improviso, ahogado y pudriéndose en el río angosto, sucio para siempre, frente a la casa de mi primera infancia.

La primera visión de la muerte y su territorio circunscrito vienen y hablan en el misterio, pero quién más canta y quién nos interpreta, quién más nos conoce, y en quién nos reconocemos.

La Patagonia debe tener un diente en esa pregunta, hasta quizás sea la lengua en la boca del misterio.

Desde estas vastedades no es extraño que el instinto busque un lenguaje cercano a la tristeza, a los grandes paseos desolados del tiempo; aquel pide que la apuesta del poeta se haga ante lo inmenso, y ante eso se responda, como para alcanzar a sonar brevemente ante la ceja furiosa del viento.

Cuántas veces he repetido "yo" o nosotros.

Cuántas veces más se ha de oír eso mismo si se piensa es el tiempo.

Los vasos que han de llenarse por fuera, y el poeta cantando el vacío, si se piensa es el tiempo, pero de tanto vacío el cansancio.

Qué ha puesto ahora el hombre frente al mar y a la llanura. La razón opera según su propia medida y la poesía no se vale de ella más que por el canto del instinto.

Hay una pregunta que nos aproxima.

Es ahora después del cansancio cuando buscar un arraigo, es ahí donde entrar con el misterio en el secreto que guarda todo cuanto nos rodea y nos contiene.

La visión de La Patagonia en esto cae por asombro, con su tierra dura de silencio largo, con su cielo abierto como la boca de Dios, con su viento eterno como la muerte que lame el suelo buscando difuntos.

En La Patagonia se vive entre objetos grandes y serios, allí donde el hombre es pequeño e inerme, allí donde no desciende nunca la ironía, al decir de Rilke.

Recuerdo que en donde primero reconozco el instinto y el arraigo más cercano es en "La Cacería" de Pavel Oyarzún. Por el tema al libro haberlo tomado sin mucho entusiasmo recuerdo, pero al primer verso el sonido del viento y los colores del techo de la pampa se volaron, tuvieron que rehacerse, la tierra con cada palabra sabía como una dentadura distinta, entonces entendía que este cielo de siempre no era la boca de Dios, él que había visto otra sangre rodando sobre la tierra. "Es que el genocidio en la Patagonia es lo impensable y lo indecible" decía Pavel. Aquí nuevamente aquello de Rilke, que las obras de arte son de una infinita soledad y que la mayor parte de los hechos son inefables.

La soledad me llegaba como un viento nuevo saliendo de la misma Patagonia, como un viento siempre la poesía misma saliendo de un muerto, las calles apareciendo con nombres indignos, ciertas casas debieron ser devastadas por el tiempo.

Más tarde, la experiencia de leer a Rolando Cárdenas vino a traer a mi casa un nuevo concierto.

No fue avasallante como la visión arrojada por "La Cacería", con Rolando entré con otro pulso en la vastedad de la provincia, con otro pulso lentamente él fue revelando otro secreto, pausadamente retrocedimos a la explicación de la tierra, lentamente a revivir la transformación triste y miserable del paisaje en nosotros. "Venir a saludar desde otra época", dice y pienso.

Con Rolando la Patagonia toma un cuerpo que no es físico, y entra en el hombre con el paisaje como a devolver una costilla tempranamente arrancada.

En ambos poetas vi en el arraigo un instinto, con ambos poetas penetré en el secreto, el de La Patagonia, el paisaje como un hombre herido que nos reconoce y en el que nos reconocemos, y en él los dolores acallados por las uñas de los grandes poderes, en él el vacío -de esta Patagonia- y su repoblamiento de fantasmas por cambio de costumbres y por la verdadera muerte.

Después de entrar en uno mismo y examinar las profundidades de que brota su vida , al decir de Rilke, después de ver el instinto, el misterio, el secreto, la pregunta, después de encontrarnos el secreto de allá afuera allí dentro, después de Pavel y Rolando podríamos preguntarnos qué queda en La Patagonia honestamente para el canto nuestro.

Aquí el viento pudiera apoderarse de nuestras casas, o bien pudiéramos negarnos para siempre.

Pero para nosotros no hay sino el intento dice Eliot, lo restante no es de nuestra incumbencia, cómo ir de la noche a la noche que es ahora y cantar a la medida de la muerte pienso, servirnos con los mismos cubiertos esos mismos viejos elementos o los nuevos que nos regale el tiempo, que por entrar en uno mismo han de ser distintos para siempre.

El conocimiento es también un despojo.

Tránsito breve pero tránsito es nuestro canto si se piensa, que apenas sale como un murmullo para alcanzar a sonar brevemente, y apuntar a un estadio más puro, a una patria más limpia, equivalente al fuego que alguna vez atravesó el estrecho en mitad de una canoa, al fuego en la sombra, para nuestra casa en estos tiempos.