ELOÍSA Y ABELARDO: PALABRAS DE AMOR

María del Pilar Jarpa Manzur

Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación


El propósito de lo que a continuación se expone es, a modo de preludio, indagar los alcances que podría tener una concepción de Eloísa en torno a la palabra.

He procurado tener en cuenta, las dificultades que se suscitan a la hora de dialogar con el pasado. Casi 900 años de distancia, podrían quizá fosilizar, a quien se atreva a mirar atrás.

Pero hay aún otro inconveniente: ninguno1 de los textos y ensayos sobre las cartas de Eloísa, ha bosquejado siquiera una leve inquietud, por aquello que- según mi lectura- es suficientemente ostensible. Por tanto, el análisis que propongo carece de la consistencia, que estos pudieran otorgarle.

He escuchado con respeto las voces mesuradas que me advierten de los peligros que atraería el hecho de involucrarse demasiado con el pasado, y extraviar así la compostura.

Pero sin poder evitar la tentación, "He osado yo mujer"2 sugerir una posible interpretación de las cartas. Tal vez con la ferviente tozudez de creer que aún hay algo que permanece, algo que pudiera unir solidariamente a las mujeres que vinieron y que vendrán a amar: la filosofía.

... «Y no temo a los cantos mortales de las sirenas. ¡Ante la tempestad no temblaré! Los vientos podrán soplar sin que yo me agite. Yo estoy hecho sobre roca firme"... Pedro Abelardo3

Borrascosas, dulces, ardientes, misteriosas... las palabras envuelven un extraño poder. Capaces de elevar el alma hasta el éxtasis o dejarla caer en abismos infernales, de sanar una profunda herida o atravesar el corazón como una espada de muerte.

La primera carta de Eloísa a Abelardo confiesa una petición de palabra. A través de argumentos que se deslizan y se entrelazan en el texto, Eloísa implora trazos de la boca o de la mano de su amado.

Como una oda a la palabra, Eloísa elogia su poder. Sus cartas no sólo contienen un discurso acerca del amor, sino del discurso del amor. Las palabras que ahí se erigen, se despliegan... nos revelan el poder de salvación o de condena que puede conllevar este discurso.

Aladas, mensajeras insignes del amor, las palabras no van al viento sino al alma. Su fuerza, colinda con lo sagrado, con todo lo sagrado que puede llegar a ser el amor.

Pero ¿cómo las palabras pueden teñirse de este poder? ¿Alguien las ampara en su espesura?, ¿De dónde proviene su fuerza?, ¿Cuál será su rumbo o su ventura?...En lo suspensivo quedarán estas interrogantes, que debemos recordar para reabrirlas en el transcurso de lo que a continuación se expone.

Ni el tiempo ni la ausencia, lograron siquiera rozar el amor que Eloísa profesara algún día a Abelardo. Este sentimiento, cristalizado y creciente a la vez, permaneció, inquebrantable entre los infortunios.

Pero, ¿qué podía esperar Eloísa de Abelardo?, Si todo entorno contextual de su relación de amor se había desvanecido, Si todos los placeres le habían sido arrebatados, Si Abelardo era ahora mudo para el lenguaje erótico de los amantes?

Surgía entonces la palabra como posibilidad -tal vez única- del reencuentro amoroso; Como un antídoto contra la nostalgia y la melancolía; Como un espejo en cuyos reflejos regresaría intacto el ser amado.

«...Mi bienamado, el azar acaba de hacer pasar entre mis manos la carta de consuelo que escribiste a un amigo. Reconocí enseguida por la letra que era tuya. Me lancé sobre ella y la devoré con todo el ardor de mi ternura: puesto que he perdido la presencia corporal de aquel que la había escrito, al menos las palabras reanimarían un poco su imagen en mí...»4

Eloísa había esperado: des-cubrir de aquellas palabras una imagen de ese ser substraído por el tiempo, desdibujado en su horizonte cotidiano.

Esta imagen arrancada de su ser, podría haber alzado el vuelo hasta llegar a ella5, eludiendo los surcos de una ausencia redundante.

Pero la carta destinada a otorgar a otro algún alivio, no tuvo para Eloísa el mismo efecto. Por el contrario, esta trajo consigo un amargo sabor a desesperación. No sólo por abrir retazos de sombríos momentos, sino además por referir el riesgo inminente que amenazaba la vida del amado, por insinuar la catástrofe, presagios de aquel «desencuentro final: la muerte.»6

(Señalemos someramente por ahora que: Si aquellas palabras dolían, ¿Qué palabra, que imagen eran el objeto de su añoranza? Volveremos sobre esta pregunta.)

La carta de Abelardo no sólo había sumido en la aflicción a Eloísa. Antes de situarse en la esfera única de su relación con Abelardo, Eloísa pareciera pluralizar su dicción, al incluir a las monjas del Paraclet: Ellas también se han abismado en la des-esperación. Sin embargo, lejos de diseminar el estremecimiento que sólo su amor por Abelardo le permitía experimentar, Eloísa eleva a las Monjas hasta su propia singularidad. Reiterando su decir: Las mujeres entonan el coro de su desolación7.

Entonces la amante y su coro penden como de un hilo de las palabras del amado que pueden volverse espeluznantes, devastadoras, aniquilantes.

«...Dudo que alguien pueda leer o escuchar tu historia sin que las lágrimas afloren a sus ojos. Ella ha renovado mis dolores, y la exactitud de cada uno de los detalles que aportas les devuelve toda su violencia pasada. Mi sufrimiento ha crecido al ver tus pruebas ir en aumento. Henos aquí a todas, reducidas a desesperar de tu vida misma y a aguardar, con el corazón tembloroso y el pecho sobresaltado la noticia de tu asesinato...»

Se delinearía entonces, el desenlace «disentido» de las palabras en su significar. Puesto que no todas las palabras que el amado pronuncia desembocan de igual manera... Dicha y quebranto serían efectos posibles de su discurso. No obstante, lo que quisiéramos subrayar, es el temple infalible de tal desenlace.

El discurso del amado estremece, conmueve; su efecto es apasionado: La amante no podría mantenerse impasible ante sus palabras. Lo que para algunos vendría a ser una variedad de signos intrascendentes o, lo que a otro - en este caso - brindó consuelo, a la amante le descalabra el mundo, el bien-estar.

Y parece ser que el lenguaje estaría ligado, en su significar, al orden o a la confusión de lo real - de ahí el desesperar por la vida del otro-, pero también a quien ama: a quien no sólo le otorga sentido, sino además sentimiento.

Y se abre el conjuro. Abelardo debe manifestarse, dejarse traslucir en sus palabras.

«...Por eso te conjuramos, por el Cristo que en virtud de su propia gloria te protege aún de cierta manera a que te dignes escribirnos frecuentemente para tenernos al corriente de las tormentas a las que te encuentras aún sometido...»

Aunque al otro lado, el mar pudiera desbordarse de tanto guardar lágrimas, Eloísa pedía señales de cada naufragio. Ella y sus hermanas habían ofrecido a Abelardo, ayudarlo a sobrellevar sus tormentos «un fardo que pesa sobre muchos es más ligero de llevar». Pero para que esta ofrenda fuese efectiva: Todos los males que azotaran su existencia debían serles informados. ¿Cómo aliviar una carga que se desconoce?

Así, surge el primer argumento8 al cual Eloísa recurre para convencer a Abelardo de la imperiosa necesidad de sus palabras: Ya que él la ha dejado caer en la pesadumbre; y dado que Eloísa y las mujeres del Paraclet son las únicas que le restan, fieles al extremo de disponerse a sobrellevar la injuria y la desolación que el mundo ha descargado sobre sus espaldas: se conjura la palabra, como alianza urgente que Abelardo puede y debe: corresponder.

La frecuencia, será el contorno temporal de la petición de Eloísa. A través de la carta, se insistirá en esta asiduidad casi ritual con que las palabras del amado debieran advenir. Palabras ocasionales, eventuales no conseguirían compensar los débitos del amor.

Se ha ido esbozando hasta aquí un doble poder del lenguaje, del cual depende el bienestar o malestar de la amante en el mundo.

Este poder,- llamémoslo positivo o negativo- estaba ligado estrechamente, - como decíamos,- tanto al significar como al `sentir'.

Pero resulta aún enigmático que, considerando lo que las palabras podrían llegar a desatar, Eloísa pida palabras de tormento. Hace un instante hemos dicho que no podría permanecer imperturbable ante las palabras del amado. Y sin embargo, no parece haber intentos de huir ante su poder, sino más bien de enfrentar temerariamente sus designios. Veremos en lo que sigue una respuesta posible a tal incógnita.

En el segundo argumento, Eloísa vuelve a considerar la palabra en su relación con el oyente (o leyente). Pero esta vez, bajo un cariz distinto. El contenido o la trama del discurso, pasa a ser irrelevante. Puesto que, por el solo hecho de ser dedicadas, las palabras significan algo tan decisivo como imprescindible: la presencia del destinatario.

«Si la tormenta actual se calma un poco, apresúrate a escribirnos; ¡la noticia nos causará tanta alegría! Pero sea cual sea el objeto de tus cartas, siempre nos serán dulces, al menos para testimoniar que tú no nos olvidas»9

Atizadas de hiel o de miel, Las cartas del amado constituyen una afirmación de hallarse, al menos en la devoción del recuerdo.

Detengámonos un momento en el recuerdo. La antigua distinción Platónica y Aristotélica entre memoria retentiva y recuerdo, fue conservada por la filosofía del Medioevo. Más allá de las rúbricas de cada filósofo, se instauraron algunos ejes cardinales que perdurarían en el tiempo:

La memoria Retentiva o «conservación de sensación» sería la facultad de la memoria según la cual, tanto los seres humanos como los animales podrían preservar las sensaciones o los conocimientos, velados a los ojos por haber ya acaecido. Su carácter es pasivo y natural.

Por otra parte el Recuerdo, se define como la capacidad de la memoria, exclusivamente humana, mediante la cual se convocan hacia el presente, los conocimientos o sensaciones del pasado. Este Recuerdo, que vendría a ser una «especie de búsqueda»10, implica una moción selectiva por parte de quien recuerda: su carácter es activo.

En general, Los filósofos medievales dieron mayor énfasis a la memoria como retentiva: «Vientre del alma», «tesoro y lugar de conservación de las especies».11

Sin embargo, Eloísa parece referirse más bien al recuerdo: Como transferencia hacia el presente de imágenes o sensaciones del pasado, que reviven toda vez que el alma recuerda. Como discernimiento de lo recordado, acción que anuncian las palabras.

De este modo, una vez consagradas las palabras, des-cubren la presencia tanto de quien subscribe como de quien es objeto de su dedicatoria.

Pero no debemos olvidar que al otro lado del espejo, está Eloísa. Implícitamente, encontramos el intento de definir su propia entrega. Ella puede reflejarse en sus palabras, testimonios del Recuerdo.

Se comprende el enigma antes dicho, más allá del fondo del discurso y de sus consecuencias, se invoca la palabra como demostración de no haber sido expurgada, abandonada a los pliegues del olvido.

Séneca12 es la primera autoridad pagana citada en las cartas. El gran filósofo estoico, llega a través de sus palabras a confirmar el tercer argumento de Eloísa: El placer de encontrarse, el delirio de fundirse podrían aún acontecer a pesar de la lejanía.

«...Séneca, en un pasaje de las cartas a Lucilio, analiza la alegría que se experimenta al recibir una carta de un amigo ausente. «Os agradezco - dice - por escribirme con frecuencia. Vos os mostráis a mí así, de la única manera que os es posible. Cuando recibo una de vuestras cartas de inmediato estamos reunidos. Si los retratos de nuestros amigos nos son queridos, si renuevan su recuerdo y calman, con un vano y engañoso consuelo, la tristeza de la ausencia, las cartas son todavía más dulces, pues nos aportan una imagen viviente» Gracias a Dios ninguno de tus enemigos podrá impedirte entregarnos por este medio tu presencia; ningún obstáculo material se opone a ello. Te lo suplico que no falten por negligencia!...»

El lenguaje forjado en cartas, concede la oportunidad de contemplarse, tentarse, retornar el uno al otro. «Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras»13.

La distancia puede ser derogada por el lenguaje. Las palabras podrían incluso traspasar espacios recelosamente clausurados, burlando la sentencia eterna de la separación.

Así, perder la presencia corporal del ser amado, no es perderlo del todo. Si Abelardo `espacializa' su ser por medio de las cartas, su presencia se restituirá. Tal vez elucidemos esto más a fondo, si atendemos a la distinción que a través de Séneca se nos propone:

Si bien las `imagines nobis' pueden renovar el recuerdo, el consuelo que aportan es espurio e inane. Por cuanto no dicen nada del estado actual del objeto representado. Veíamos recientemente que el recuerdo `dice' mucho para quien se sabe recordado, como de la voluntad de quien recuerda. Pero, aunque en el acto de recordar: imágenes o sensaciones pasadas irrumpían en el presente, no sé hacía mención a concordancia alguna entre objeto del recuerdo y su `equivalente' real. Es decir, cabría la posibilidad de un recuerdo extemporáneo, demasiado adherido a lo pretérito.

En cambio las cartas despliegan una imagen viviente, precisamente porque son una manifestación tempestiva del ser que se dice en ellas. Un correlato real, sustenta las palabras: posibilidad de una mostración simultánea y verdadera. En fin, la Restitución que se efectúa a través de las palabras no atañe al recuerdo- por muy presente que este sea -, sino a una presencia circunstante.

Desde las palabras se lleva a cabo una transgresión, dada por el tránsito de la ausencia a la presencia. Para derribar ausencias, el amado sólo debe volcar, confiar su ser traslúcido a las palabras, que así concebidas constituyen:

«Parajes invisibles de un encuentro real»14.

El cuarto argumento de este prodigioso memorial, viene a complementar y extender lo expuesto en el primero:

Si Abelardo ha pretendido consolar a su amigo, debe ahora apiadarse de Eloísa y sus hermanas. La exigencia de consuelo está avalada por la deuda que Abelardo ha adquirido hacia la comunidad de religiosas, para la cual es mucho más que un amigo: es el padre, fundador de su Templo, albor de sus espíritus.

Para retribuir el compromiso de la amistad, Abelardo había escrito una «carta muy larga» a aquel amigo. ¿Qué inconmensurable sería entonces la cantidad de palabras con que debiera escotar la deuda contraída con aquella comunidad de mujeres? ¿Aquella cuyo amor por él es incondicional y verdadero?.

Abelardo, no sólo debió proporcionarles un espacio físico, sino además preservar el crecimiento espiritual de la comunidad, mediante sus enseñanzas. Y este, será el centro del argumento: otro don de la palabra que vuelve incontestable su reverencia:

«...Tú trabajas ahora una viña que no has plantado, cuyo fruto único es la amargura; tus admoniciones resultan estériles, y vanas tus conversaciones sagradas. ¡Piensa lo que debes a la tuya, tú que cuidas la de otro! Tú enseñas, sermoneas a los rebeldes, y tus esfuerzos son infructuosos. Lanzas en vano a los puercos las perlas de una elocuencia divina...»

Y en un estilo casi socrático Eloísa proclama su propia ignorancia, comparándola con la suntuosa sabiduría de Abelardo. Sin embargo, aquí queda fuera la ironía. No se trata de llevar a Abelardo al reconocimiento de su ignorancia,15 sino más bien incitarle de una vez al `diálogo'.

«...Posees una ciencia eminente, yo no tengo más que la humildad de mi ignorancia; conoces mejor que yo, cuantos tratados escribieron los Padres de la Iglesia para la edificación, la dirección y el consuelo de las santas mujeres y que cuidado tuvieron al componerlos...»

Como medio de enseñanza, se levanta la palabra - sonora, o silenciosa de lo escrito - en su poder de transmisión o traspaso espiritual, desde quien mucho a aprehendido a quienes aspiran humildemente asir su revelación16. Abelardo es responsable de conducir a Eloísa en aquella travesía Divina que sólo él eligió. De tal manera, mitigaría sus deudas. Pero, veremos pronto como este tributo se vuelve impagable17.

Eloísa detiene su argumentación por un instante. Al mirar atrás parece advertir la in-significancia de su propio discurso, por ineficaz, desoído... Y en un lamento estremecedor, dirá la indolente sordera de Abelardo:

«...Ni el respeto a Dios, ni nuestro amor, ni el ejemplo de los Santos Padres pudieron decidirte a sostener, de viva voz o a través de cartas, mi alma agonizante y afligida sin cesar por la tristeza...»

A simple vista, este extracto de la primera carta, podría parecer frágil por su brevedad. Pero si lo leemos con mayor detención ¿No atribuye éste al lenguaje oral y escrito del amado, el poder de detener lo fluctuante, de templar lo consternado: el alma de la amante?.

Se comprende entonces, que las palabras engarzadas al amor se instalan en la vida misma. Es ahí donde llegan a ser cruciales e impostergables. Desde esta perspectiva, la del amor, no podrían ser meras etiquetas, meras consignas desvinculadas de lo real.

Ancladas en lo profundo del mundo, las palabras se ligan `realmente' a lo que significan, pero asimismo a quien las profiere y las acoge. Y de tal manera se tornan imprescindibles... puesto que sostienen el alma.

Así, el lenguaje es erigido como lugar primordial de la comunicación, del encuentro, y de la: consolidación. La mostración del ser que se efectúa a través de las palabras es también sustento para el enamorado. A quienes se hallan en mundos distantes, a quienes se aman a contratiempo, las palabras ofrecen sortilegios.

En el último vaivén de la agonía, la ausencia del otro se torna intransigente, devastadora. Sin palabras todo es caída, todo es olvido, ¿se preguntará cómo es que las palabras pueden sostener el alma? Se responderá, que tal vez cuando el amor ya no puede escribirse en la piel, las palabras confieren un refugio donde la fusión se hace posible, donde el amor vuelve a decirse a dos voces.

Surge el quinto argumento, cuando el amor despliega sus alas heridas. Se habían ido alternando hasta aquí, las implicaciones de la palabra como necesidad pública y privada. En sus modos de: restitución, información, consuelo, dirección espiritual, pago contractual. Pero a partir de este momento de la carta, Eloísa se trasladará hacia la dimensión única de su amor por Abelardo.Un amor que se abre a lo absoluto, que transgrede todo límite mundano, también Divino:

Amar es perderse o embriagarse, sucumbir y renacer, elevarse o descender... , Los deseos del amado son la brújula de la amante, que aunque indiquen el abismo debe ser obedecida..., Amar es seguir el rumbo del amado, por muy incierto que este sea, infernal o celestial.

Pero lo que nos interesa examinar ahora es en qué punto y hasta qué punto este sentimiento se anuda a las palabras.

El lenguaje puede volverse un instrumento para declarar y reivindicar el sentimiento amoroso. Como instrumento del amor, las palabras no son un conjunto de sonidos vacíos o letras moribundas sobre las hojas, sino un modo efectivo de inscribir en el exterior un sentimiento intangible, que precisa signos para su expresión.

Así, los signos corpóreos hurtados por la pérdida, por aquel golpe divino, no serían los únicos concebibles. No se pretende decir con esto que las palabras sean para Eloísa un reemplazo de la expresión erótica del cuerpo.

Mucho antes de que existiese algún atisbo, cuando nada anunciaba la caída de los amantes, la palabra había sido situada por ambos en un lugar privilegiado, como aliciente del amor:

«...A pesar de que a veces estuviéramos separados, podríamos por la correspondencia, estar presentes el uno en el otro. Además, las palabras que se escriben suelen ser más ardientes que las que se pronuncian por la boca. El júbilo de nuestras conversaciones no conocería interrupción...»18

Pero Abelardo había emprendido hacía tiempo el camino hacia un amor excluyente y olvidadizo: el amor Divino.

Eloísa le recuerda, entonces, el entrañable lazo que los une. La fortaleza de este enlace no está dada por el Sacramento Nupcial, tampoco el monástico, sino por el amor que sin límite y desde siempre ella le ha profesado. Este sentimiento intenso e inmenso a la vez, se ha convertido en un derecho: En nombre de aquel amor inagotable, pletórico de candidez, Abelardo debe acceder a sus ruegos, concediendo su palabra redentora.

Más aún, si bajo sus órdenes todo se ha perdido,... - «Cuanto más grande es el objeto del dolor, más grandes deben ser los remedios que lo consuelen»-... y el dolor se ha vuelto ilimitado.

Entonces las palabras podrían sanar aún las heridas del amor, aunque este poder curativo solo pueda consumarse, bajo ciertas condiciones:

- Como único objeto del amor, sólo el amado puede prodigar algún consuelo: Únicas serán sus palabras para derrumbar el dolor.

- Como única causa del dolor, sólo el amado comprende las causas de su contrafaz: Únicas serán sus palabras en la restauración del placer.

«La misma mano que os causó la herida os dará la salud. La misma tierra alimenta hierbas saludables y nocivas, y a menudo la ortiga crece junto a la rosa»19

He aquí, a nuestro entender, un punto decisivo, que acompañaba sólo implícitamente a los argumentos precedentes: El elogio, propone la singularidad del discurso del amado.

No es que Abelardo sea poseedor de un lenguaje privado. Pero sí, nos encontramos con un cierto halo de pertenencia de las palabras: es como si estas pudieran «volverse la `cosa que dice' ». Y, como único es el ser amado, únicas serán sus palabras, aunque miles de voces las pronuncien, magreando su tersura.

Sin embargo, aún no ha quedado claro: donde se enlazan las palabras y el amor lastimado, cual es el punto de su complicidad.

Y es que en otro tiempo, las palabras florecieron desde los labios de Abelardo, el mundo entero cantó el nombre de Eloísa.

Pero al irse la posibilidad del deleite, se llevó consigo las palabras. La sospecha se hacía inevitable: El amor concupiscente fue el único sentimiento que Abelardo anidó en su corazón. Cuando se consumió su deseo se extinguieron las manifestaciones, huyeron las palabras.

«...Dime tan solo si puedes, por qué desde nuestra conversión monástica, qué decidiste tú solo me has dejado con tanta negligencia caer en el olvido, por qué me has negado el júbilo de la entrevista, el consuelo de tus cartas...»

Por una parte, Las palabras del amado vendrían a justificar la plenitud de la entrega: amarle no ha sido en vano, si Abelardo demuestra haber comprendido que este amor es: virtud.

Por otra parte, las misivas lograrían redimir el amor de Abelardo, en contra de aquella sospecha.

Pero para que esta defensa se lleve a cabo, Abelardo debe abrirse al discurso amoroso. Así, el contenido de las palabras dejaba de ser irrelevante, y Eloísa lo desafiaba después de tantos años a regresar al tema de sus antiguas conversaciones:

«...Los libros permanecían abiertos, pero el amor más que la lectura era el tema de nuestros diálogos, intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más frecuencia a sus senos que a los libros...» 20

Según Eloísa sólo la desidia o la sordidez podrían contrariar su petición. Para el amado sería tan fácil acceder a su pedido: Y cómo dudar que así fuera, si su amado era el célebre cautivador de las palabras: Pedro Abelardo.

«...que por lo menos el afectuoso lenguaje de una carta (las palabras te cuestan tan poco) me devuelva tu dulce imagen. En vano puedo aguardar un acto generoso de tu parte, si te muestras tan avaro de palabras...»

«...Mi corazón me ha abandonado, él vive contigo. Sin ti, él no puede estar en ninguna parte. Te lo ruego, Haz que esté bien contigo! lo estará si te halla propicio, si tú le devuelves amor por amor, poco por mucho, palabras por actos...»

Y la fuerza del lenguaje amoroso es tal, que de éste depende encontrar algún día las vías hacia lo divino. En el nombre de Dios, Abelardo debe regresar, (como si Dios estuviese de acuerdo, y de este modo Abelardo dejara por fin a Eloísa partir. )

Pero donde queríamos llegar, era a lo siguiente:

Podríamos desprender de lo anteriormente expuesto, que el amor es el sentimiento que funda en dos sentidos la petición de Eloísa:

- En el origen, es lo que hace a las palabras: tributo, necesidad, testimonio.

- En el fin, es el designio del conjuro, lo que debe desplegarse en las palabras que se imploran.

Si unimos origen y fin, nos encontramos con que a través de todos los argumentos se ha tejido el amor. Hacia el final de la carta, desnudo en las palabras, se deja ver su diáfano fondo.

Desde Dios a los Santos Padres, Eloísa se ha deslizado, procurando inspirar en Abelardo una respuesta. Pero más que exhortación o dirección, su plegaria esperaría piadosamente otra salvación, de palabras rutilantes: espejos del amor.

Abelardo dedicará hasta el fin de sus días, muchas palabras a Eloísa: cartas, tratados y hasta su controvertida declaración de Fe. Pero jamás, ni de sus labios ni de su pluma, Eloísa volvió a escuchar: palabras de amor... Al menos eso fue lo que contaron los vacíos que suele dejar el tiempo.



Bibliografía

1.- Traducciones de la Correspondencia Epistolar:

§ Cartas de Abelardo y Eloísa, Historia Calamitatum, Trad. de Cristina Peri-Rossi, Hesperus, Barcelona , 1989.

§ Cartas de Abelardo y Eloísa , Trad. y notas R. Santidrián y Manuela Astruga, Alianza, Madrid, 1993.

§ Cartas de Abelardo y Heloísa, José J. De Olañeta editor, Barcelona, 1982.

2.- Bibliografía General:

§ Peter Dronke, «Eloísa» en Las Escritoras de la Edad Media, Crítica Barcelona, 1995, págs.153-199.

§ Enid Mc Leod, Héloïse a Biography, Chatto & Windus, London, 1971.

§ Georges Duby, «Eloísa»,en Damas del Siglo XII, Alianza , Madrid, 1995, págs.63-93.

§ Maria Teresa Fumagalli , «Eloísa la intelectual», en la mujer medieval, ed. Ferrucio Bertini, Alianza , Madrid, 1991, págs.153-175.

§ Eberhard Brost, Abaelard, Die Leidensgeschichte und der Briefwechsel mit Heloisa, Verlag Lambert Schneider, Berlín, 1939.

§ Pascale Bourgain, «Héloïse» en Pierre Abélard, Actes du colloque international (14-19 mai 1979) ,París 1981, págs. 211-237.

§ Peggy Kamuf , Fictions of feminine desire, Disclosures of Heloise, University of Nebraska Press , Lincoln and London, 1982.

§ Jean -Charles Huchet, «la voix d'Héloïse» en Romance notes , vol.XXV, N° 1, 1984.

§ Etienne Gilson , Héloïse et Abélard, París , 1964.

§ Régine Pernoud, Eloísa y Abelardo, Espasa Calpe , Madrid, 1973.

§ Giulio de Martino, «Eloísa del Paráclito», en Las Filósofas, Cátedra, Madrid, 1996.

§ Humberto Giannini, Desde las palabras , ed. Nueva Universidad, Santiago de Chile, 1991

§ Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, ed. Siglo veintiuno, Madrid, 1996.

§ Pedro Salinas, «Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar», en ensayos completos, Tomo II , Taurus, Madrid, 1981

§ Ovidio, El arte de amar , Edaf, Madrid , 1966.

 

 

 


Notas:

1 Los que he logrado encontrar , en la difícil y casi detectivesca búsqueda de estudios sobre mujeres medievales en Chile.

2 Cristine de Pizan (1364-1430) ,"Voces literarias , voces místicas „en Historia de Las Mujeres, tomo2,ed.Christiane Klapish-Zuber.G.Duby y M.Perrot ,Taurus, Madrid 1992 .

3 „ Confesión de Fe de Abelardo" ,en Cartas de Abelardo y Eloísa , Alianza, Madrid, 1993.

4 Se citará a Eloísa según la traducción española de C. Peri Rossi,Cartas de Abelardo y Eloísa,Hesperus,Barcelona, 1989.

5 La Edad Media acogió la imago, tal como la concibiera el mundo antiguo. Aristóteles sostenía que "las imágenes son como las cosas mismas, excepto que no tienen materia" (De an.,III,8,432 a 9) .Cicerón, Lucrecio, Epicuro y Quintiliano concibieron las imágenes cómo representaciones que las cosas envían a nuestros sentidos. Incorpóreas, intangibles, las imágenes no son por eso inexistentes. Es más, tienen atributos que los cuerpos no poseen, son sutiles, veloces, cuestan tan poco. Según Diógenes Laercio, la imagen verdadera y propia es «lo impreso, formado, diferenciado del objeto existente conforme a su existencia y que por tanto no sería si el objeto mismo no existiera". Los Epicureos admitían la verdad de todas las imágenes en cuanto producidas por las cosas porque "lo que no existe no puede producir nada ". Nicola Abbagnano, Diccionario de Filosofía, México, 1986.

6 Humberto Giannini , Desde las palabras,Santiago de Chile, 1981.

7 Sobre las relaciones entre: singular- plural, público-privado en las cartas de Eloísa , ver: Peter Dronke , Las Escritoras de la Edad Media.

8 Entenderemos por argumento, en su sentido más amplio de: razones, pruebas, demostración, dato , motivo , apto para captar el asentimiento y para inducir a la convicción . « argumento es lo que convence a la mente a asentir a cualquier cosa « Santo Tomás . Nicola Abbagnano, Diccionario de Filosofía , México , 1986 . Sin descartar la posibilidad de estar frente a una disputa amorosa, la única tal vez que Abelardo no quiso o no pudo enfrentar.

9 La carta en latín utiliza la palabra memoria.

10 Aristóteles, De Mem., 453 a 11.

11 Para una profundización sobre la distinción expuesta entre retentiva y recuerdo, ver : José Ferrater Mora , Diccionario de Filosofía. Y Nicola Abbagnano, Diccionario de Filosofía.

12 Autores paganos como Séneca , Lucano, Ovidio, son constantemente citados tanto por Eloísa como por Abelardo.

13 Roland Barthes,Fragmentos de un discurso amoroso ,1996 („la conversación" pag.82 )

14 Humberto Giannini, Desde las palabras,Santiago,1981 (pág.13).

15 Aunque se patentiza en otros textos- los Problemata ,por ejemplo-, ciertos intentos de desestabilizar las mas firmes creencias de Abelardo a través de punzantes interrogantes.

16 „El discernir es el modo espiritual por el cual el espíritu delimita con el nombre sonoro, el nombre en sí aprehendido. Y es esta misma voz sonora la que traspasará de un espíritu a otro el don de esa aprehensión : la enseñanza „ Humberto Giannini , Desde las Palabras, pág. 44.

17 Peggy Kamuf ha demostrado que una deuda debida a un amor sin límites , deshace el modelo contractual , y el sentido de la deuda misma, cuya base es precisamente su posibilidad de reembolso .Pág. 11.

18 Abelardo, Historia Calamitatum ( pág.51).

19 Ovidio, el remedio del amor, (pag. 133).

20 Abelardo, Historia Calamitatum, (pag.52).