Calenda Maia Música y Teatro Medieval

La Música era para Hildegard la máxima expresión de alabanza a Dios. Cuando escribe una carta al prelado de Mainz, ya en el otoño de su vida, para justificar la necesidad de la música en la vida religiosa, porque ha sido expedido un interdicto sobre su claustro, ella argumenta citando el psalmo 150 como punto de referencia: «Alabad a él con el eco de las trompetas, alabad a él con arpa y cítara, alabad a él con tambores y danzas, alabad a él con el juego de las cuerdas y flautas, alabad a él con armoniosos címbalos. Todo lo que respira alabe al Señor» (psalmo 150, 3 - 6).

Hildegard en toda su vida se ve a sí misma y a la humanidad en general como un frágil ser humano, que se encuentra constantemente en medio de un conflicto que cruza la Historia. Es la confrontación del bien con el mal en el ser humano el centro dramático: por un lado las seductoras promesas de la antigua serpiente, el demonio, y por el otro la pureza y sabiduría de las virtudes divinas.

Hildegard en su largo camino de búsqueda, inspirada por sus visiones, audaz en sus composiciones melódicas y poéticas, asombrosa por sus pensamientos, nos enseña de manera prístina los misterios de la armonía y de la palabra original.

Miriam Gusella Ebert