Roberto Bolaño: Las lágrimas son el lugar de la esperanza

Autores/as

  • Leonidas Morales Universidad de Chile

Resumen

He sido un lector más bien tardío de Bolaño. El repentino fervor con que lacrítica literaria de los periódicos chilenos comienza a referirse a la narrativa deBolaño (tal vez a partir de 1998, cuando Los detectives salvajes recibe, enCaracas, el premio internacional de novela Rómulo Gallegos), operó alcomienzo como un disparador de la sospecha: debe tratarse, pensaba, de unanueva estrella brillosa en el cielo muerto de la literatura masiva, ese cielo quecuando "habla", sólo puede enunciar su propio vacío[1]. Hasta que decidísometer a prueba las sospechas, es decir, comenzar a leer a Bolaño por micuenta, al Bolaño narrador. Y debo confesarlo: estas lecturas, desde la delprimer libro, me precipitaron siempre (con variaciones de intensidad según lostextos) en una experiencia estética, si bien inesperada, de naturalezainconfundible: aquella sólo posible en las escrituras literarias tocadas por elpoder y la energía de transfiguración luminosa del lenguaje. Precisamente, unaexperiencia a la que no se abren las escrituras de recepción propiamentemasiva. Hay muchas maneras de oponer estas dos clases de escritura. Citoaquí una que me parece más pertinente. Es de Baudrillard. De acuerdo con él,las escrituras masivas se distinguen porque "no tienen ningún secreto" y su"procedimiento de fabricación es visible, como si fuera un objeto técnico",mientras que frente a las otras (las iluminadas e iluminadoras) "tenemos ladeliciosa impresión de que algo ha funcionado secretamente, algoimprevisible", y donde la "seducción" de la escritura forma parte de su"originalidad" (Baudrillard y Valiente Noailles, 2006: 136). A esta segunda clasede escritura pertenence en propiedad la de Roberto Bolaño.