La Música era para Hildegard la máxima expresión de alabanza a Dios. Cuando escribe una carta al prelado de Mainz, ya en el otoño de su vida, para justificar la necesidad de la música en la vida religiosa, porque ha sido expedido un interdicto sobre su claustro, ella argumenta citando el psalmo 150 como punto de referencia: «Alabad a él con el eco de las trompetas, alabad a él con arpa y cítara, alabad a él con tambores y danzas, alabad a él con el juego de las cuerdas y flautas, alabad a él con armoniosos címbalos.